El libro «Comunicar» ha sido editado por Vincenzo Varagona, presidente de la Unión católica italiana de prensa (Ucsi), periodista de la RAI durante 35 años y ahora colaborador de Avvenire, y por Salvatore Di Salvo, secretario nacional de la Ucsi, director del semanario Camino y colaborador del Giornale di Sicilia.
Los autores de las contribuciones son: Marco Ansaldo, Alessandro Banfi, Carlo Bartoli, Paolo Borrometi, Aldo Cazzullo, Alessandra Costante, Asmae Dachan, Marco Damilano, Giuseppe Fiorello, Luciano Fontana, Sara Lucaroni, Simone Massi, Maurizio Molinari, Andrea Monda, Salvo Noè, Agnese Pini, Gianni Riotta, Nello Scavo, Andrea Tornielli, Mariagrazia Villa.
Paolo Ruffini
Comunicar no es sólo conectar.
En prácticamente todos sus Mensajes para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Francisco ha repetido esta advertencia, convirtiéndola en el «hilo rojo» de su magisterio. No basta con conectar. Es necesario cuidar. To share e to care.
To share: el mundo de la televisión ha reducido el share a un número que mide una masa; a un índice que sirve para ponderar el valor de las inversiones publicitarias. En cambio, si hay una grandeza que medir, es la de la plenitud, la de la belleza, la de este share. Es una grandeza que reside en su unicidad.
To care, me importa: el mundo actual casi ha borrado la idea de que me pueda interesar por algo que no sea nuestro propio interés.
A lo sumo nos preocupamos por la forma en que el progreso parece gratificar nuestros deseos.
Estamos tan fascinados por el catálogo de posibilidades que la tecnología de la comunicación digital despliega ante nuestros ojos, que corremos el riesgo de quedarnos al final sin palabras, sin gestos, sin imágenes, sin nada que comunicar, prisioneros de nosotros mismos, de nuestros miedos, de nuestro narcisismo; encarnando la paradoja del máximo de conexión y el mínimo de comunicación; cambiando la forma por el contenido.
En este marco se inscriben los Mensajes del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.
La Iglesia siempre ha considerado la comunicación coesencial a su misión; y siempre ha aceptado el desafío de los tiempos.
Podríamos citar las Cartas de san Pablo, Santiago, san Pedro y san Juan como primera forma de comunicación junto con los Evangelios. Y los Hechos de los Apóstoles como narración, comunicación fruto de la comunión. Podríamos encontrar en la Regula pastoralis del Papa Gregorio I de 590 una hermosa reflexión teológico-pastoral sobre los criterios para discernir – con el corazón – cuándo hablar y cuándo callar: «Sea el pastor sagaz en callar y pronto en hablar, para no decir lo que se debe callar y no pasar por alto en silencio lo que se debe revelar».
E incluso podríamos encontrar en esta cita tan lejana a nosotros una resonancia con lo que escribe el Papa Francisco en su Mensaje del 2023 sobre el deber de no tener miedo a proclamar la verdad, aunque a veces resulte incómodo, y al mismo tiempo también el deber de guardarse de hacerlo sin caridad, sin corazón.
Una cosa sobre todo nos repite Francisco cada año con sus Mensajes; y es exactamente ésta: la importancia de comunicar con el corazón, de «hablar con el corazón», de escuchar con el corazón, de callar también con el corazón.
Como escribe el Papa en su Mensaje del 2017: «Ya nuestros antiguos padres en la fe hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Quien está al mando del molino, sin embargo, puede decidir si muele trigo o cizaña. La mente humana está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero nos corresponde a nosotros decidir qué material proporcionar (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio el Higúmeno)”.
«Todos estamos llamados a buscar y decir la verdad y a hacerlo con caridad (…) a guardar la lengua del mal (cf. Sal 34,14)» (Francisco, Mensaje para la LVII Jornada de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero de 2023).
Escuchar es, sin embargo, el primer ingrediente indispensable del diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado y no se hace buen periodismo sin saber escuchar (cf. Francisco, Mensaje para la LVVI Jornada de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero del 2022).
Impensables hace sólo unas décadas. Pero hay – siempre habrá – cosas que la tecnología no puede sustituir. Como la libertad. Como el milagro del encuentro entre personas. Como la sorpresa de lo inesperado. La conversión. La chispa del ingenio. El amor gratuito. He aquí la raíz de toda comunicación. Por eso la conexión por sí sola no basta.
Se suele hablar de la comunicación de manera funcional.
La enseñanza de la Iglesia es casi lo contrario.
Puede haber marketing, publicidad, conexión. Pero sin conexión real no hay verdadera comunicación.
Aquí se encuentra la verdadera razón de la crisis de los medios de comunicación.
Las dinámicas de los medios de comunicación y del mundo digital – escribe el Papa Francisco en Laudato si’ – cuando se vuelven omnipresentes, no favorecen el desarrollo de la capacidad de vivir con sabiduría, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de ver sofocada su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la información».
Estamos inundados de información no verificada, sin contexto, sin memoria, sin lectura consciente.
La primacía de la velocidad impide a menudo el control, la verificación, el discernimiento. Alimenta el parloteo.
En una época en la que la tecnología corre el peligro de convertirse en tecnocracia, deberíamos ser testigos de un nuevo humanismo cristiano, en el que la tecnología sea para el hombre y no contra el hombre.
El mundo digital no se detiene. Depende de nosotros orientarlo hacia el bien.
No será un algoritmo el que nos revele el bien. En todo caso, nos corresponde a nosotros dirigir el algoritmo hacia el bien.
A esto responde también el Papa Francisco, cuando nos invita a utilizar el amor (lo único que excluyen las máquinas y los algoritmos) como norma también de nuestra manera de decir la verdad. El problema al que nos enfrentamos es: ¿cómo se puede ser cautivador sin convertirse en malvado, cómo se puede generar información que no degenere, cómo se puede evitar ser cómplice de una falsa interpretación de la realidad? ¿Cómo discernir lo que es verdad de lo que no lo es, la verdad de la post-verdad, los acontecimientos de los pseduo-eventos, los hechos de los factoides?
Creo que la solución está en redescubrir la importancia de estar sobre la vida, plenamente presentes, en lugar de simplemente en la línea.
Varias veces el Papa Francisco ha invitado a los comunicadores a evitar los excesos de los eslóganes, que en lugar de poner en marcha el pensamiento lo anulan; y a tomar el largo camino del entendimiento en lugar del corto que cree encontrar inmediatamente o bien a los salvadores del país, capaces de resolver por sí solos todos los problemas, o bien a chivos expiatorios sobre los que descargar toda la responsabilidad.
Muchas veces ha advertido contra la confianza en quien dice las cosas a medias, porque desinforma con la coartada de informar, impide juzgar con precisión sobre la realidad e induce al error.
Muchas veces ha estigmatizado la alternancia entre dos males opuestos, igualmente nocivos: el alarmismo catastrofista y el desentendimiento consolador, el más grave de los cuales es la desinformación, porque conduce al error, a equivocarse; lleva a creer sólo una parte de la verdad.
Ahora la inteligencia artificial nos desafía.
Pero la inteligencia humana tiene un recurso que la máquina no tiene: el corazón, el sentimiento.
«La comunicación es (…) un logro más humano que tecnológico», afirmaba Francisco en el 2014, con su primer Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Y lo hizo eligiendo sorprendentemente una parábola distinta de las que habitualmente se utilizan para hablar de la comunicación, la del Buen Samaritano, porque nos ayuda – dijo – a pensar en el poder de la comunicación en términos de proximidad: «Incluso el mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno al cuidado de la humanidad y está llamado a expresar ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad, una red no de cables sino de personas humanas».
En este comienzo ya está todo. Y hay sobre todo entre líneas el reconocimiento de la comunicación (y del periodismo) como misión, como afirma en el Mensaje del 2015: «En un mundo en el que tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra la discordia, se contamina con chismes (…) bendecir en lugar de maldecir, visitar en lugar de rechazar, acoger en lugar de combatir es la única manera de romper la espiral del mal, para testimoniar que el bien siempre es posible».
Aunque consciente del extraordinario poder de la tecnología, y también de la retórica, el Papa Francisco rechaza ambas tentaciones: la tecnocrática y la propagandística. «No es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica o no, sino el corazón del hombre y su capacidad de usar bien los medios a su disposición» (Francisco, Mensaje para la L Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero del 2016).
El marketing no es el modelo de la buena comunicación. Sino el testimonio de quien sabe ver, de quien sabe escuchar, de quien sabe hacerse prójimo.
Esta es también la mejor manera de luchar contra las fake news:
El mejor antídoto contra las falsedades no son las estrategias, sino las personas, personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar, y permiten que la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero; personas que, atraídas por el bien, se responsabilizan en el uso del lenguaje. Si el camino para evitar la expansión de la desinformación es la responsabilidad, quien tiene un compromiso especial es el que por su oficio tiene la responsabilidad de informar, es decir: el periodista, custodio de las noticias. Este, en el mundo contemporáneo, no realiza sólo un trabajo, sino una verdadera y propia misión. Tiene la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las primicias, de recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas. Informar es formar, es involucrarse en la vida de las personas. (Francisco, Mensaje para la LII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero de 2018).
En el mundo hiperconectado y fragmentado, esta es – según Francisco –la red que deben tejer los hombres y mujeres de buena voluntad comprometidos en la comunicación, «una red hecha no para atrapar, sino para liberar» (Francisco, Mensaje para la LIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero del 2019); para compartir historias que exigen ser compartidas, contadas, hechas para vivir en cada tiempo, en cada lengua, en cada medio (cf. Francisco, Mensaje para la LIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero del 2019).
Entre las cosas maravillosas de las que es capaz el alma humana, antes que cualquier invención técnica, está ésta de hecho: la capacidad de compartir.
En un momento tan oscuro para la historia de la humanidad, sólo compartiendo de verdad podemos encontrar el modo de devolver el alma a todo maravilloso invento técnico y a nuestra comunicación.
Sólo así la comunicación se convierte en comunión y abre verdaderos procesos de desarrollo del bien, de la paz.
No se trata – como ha dicho el Papa Francisco – de promover un periodismo «bienhechor» que niegue la existencia de problemas graves y adopte tonos cursis. Sino, por el contrario, un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a los latiguillos y a las declaraciones grandilocuentes; un periodismo hecho por la gente y para la gente; un periodismo que no queme la noticia, sino que se comprometa en la búsqueda de las causas reales de los conflictos, para promover la comprensión de los mismos desde sus raíces y su superación; un periodismo comprometido en señalar soluciones alternativas a la escalada de clamores y violencia verbal.
Por eso, inspirado en una oración franciscana, Francisco – en los Mensajes del 2018 y del 2021 – escribió dos oraciones para el periodismo que desafían incluso a los no creyentes a emprender un viaje y que son la mejor conclusión a estas líneas.
- Señor, haznos instrumentos de tu paz.
- Haznos reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea comunión.
- Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros juicios.
- Ayúdanos a hablar de los otros como de hermanos y hermanas.
- Tú eres fiel y digno de confianza; haz que nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo:
- donde hay ruido, haz que practiquemos la escucha;
- donde hay confusión, haz que inspiremos armonía;
- donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad;
- donde hay exclusión, haz que llevemos el compartir;
- donde hay sensacionalismo, haz que usemos la sobriedad;
- donde hay superficialidad, haz que planteemos interrogantes verdaderos;
- donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza;
- donde hay agresividad, haz que llevemos respeto;
- donde hay falsedad, haz que llevemos verdad.
(Francisco, Mensaje para la LII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero de 2018)
Señor, enséñanos a salir de nosotros mismos,
y a encaminarnos hacia la búsqueda de la verdad.
Enséñanos a ir y ver,
enséñanos a escuchar,
a no cultivar prejuicios,
a no sacar conclusiones apresuradas.
Enséñanos a ir allá donde nadie quiere ir,
a tomarnos el tiempo para entender,
a prestar atención a lo esencial,
a no dejarnos distraer por lo superfluo,
a distinguir la apariencia engañosa de la verdad.
Danos la gracia de reconocer tus moradas en el mundo
y la honestidad de contar lo que hemos visto.
(Francisco, Mensaje para la LV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 23 de enero de 2021)