Jean Guitton (1901-1999) fue amigo personal de Giovanni Montini (1897-1978), quien será Papa desde 1963 a 1978. Uno de sus libros es Pablo VI secreto (Encuentro, 2015), en donde Guitton cuenta sus entrevistas con Pablo VI desde el 8 de septiembre de 1950 hasta el 8 de septiembre de 1977. Es el testimonio del amigo, el filósofo, el creyente, enriquecido por su magnífica pluma.
Conversaciones en donde hay tiempo para la anécdota, la estancia distendida, el intercambio de ideas con un telón de fondo establecido por el mismo Pablo VI: que Guitton no dejara nunca de hablarle con total claridad sobre los asuntos de la Iglesia y la cultura de su tiempo. Un parteaguas importante en el pontificado del santo Padre fue su encíclica Humanae Vitae de 1968 sobre los problemas planteados por la anticoncepción. No faltaron las críticas entonces y, aún ahora, sigue la controversia. La píldora disoció en el amor el placer y la procreación. Entre otros temas, uno de los asuntos en debate es el concepto de naturaleza. Lo que dice San Pablo VI a Guitton es clarificador: “en el concepto de “naturaleza” existen dos elementos; uno que es innato, original, primordial: lo que hace a una cosa ser lo que es; yo diría, su esencia. En cuanto al otro aspecto, lo llamaría un desarrollo. (…). Relea en el Evangelio las parábolas sobre la semilla. La semilla representa el elemento invariable; lo que hace que el roble sea roble. Cuando quiera estudiar el crecimiento de los robles, se verá obligado a admitir en el origen un elemento que no varía y que contiene todo el desarrollo. Eso es la naturaleza” (p. 98).
San Pablo VI tenía un conocimiento cabal de la cultura de su tiempo. En 1966, Guitton anota que su Santidad le habla de sus lecturas. “Me cita a Edith Stein y Simone Weil. A propósito de Simone Weil, dice que escribió páginas admirables sobre el crucifijo en La gravedad y la gracia (1948) y El conocimiento sobrenatural (1942-1943). Me cita también a Selma Lagerlöf, y en particular su libro sobre Jerusalén, diciendo que en ese libro se hallaba el sentido de lo sagrado y del misterio”. De esta última escritora sueca, ganadora del premio Nobel de literatura en 1909, no tenía ninguna referencia. En todo caso, son suficientes pistas para ponerme a la busca de estas lecturas.
Gran conocedor, asimismo, de la cultura francesa, el santo Padre le hace a Guitton un repaso de los grandes franceses en lo que fue la última conversación que mantuvieron el 8 de septiembre de 1977. Echa en falta la presencia de pensadores con talante cristiano como Claudel, Péguy, Mauriac, Bernanos, Bergson, Blondel, Gilson, Maritain, Gabriel Marcel. En un momento de esta ultima conversación, su Santidad Pablo VI “se pregunta aún si un solo instante de puro amor no tiene el valor de muchos siglos, si la duración del puro amor no es la de un solo instante. Porque no hay más cantidad en él, sino solo cualidad. Y un instante puede contener una cualidad casi infinita” (p. 157). Pongo el foco en el puro amor porque me trae a la mente el libro de Guitton Mi testamento filosófico (1998) escrito poco antes de morir. En este texto Guitton imagina su agonía, muerte, sepelio y juicio. En su agonía se le aparece San Pablo VI quien le pregunta: Guitton, ¿ha amado? Pregunta crucial, pues al atardecer de la vida se nos preguntará por el amor; los libros no tienen el peso del amor y Guitton lo sabe.
En esta última reunión, san Pablo VI afirma: “hay un gran problema en este momento en el mundo y en la Iglesia, y lo que está en juego es la fe”. Dicho lo cual, San Pablo VI recuerda “la frase de Jesús en el Evangelio de san Lucas 18, 8: Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra” (p. 158). Sí, tenemos tiempos revueltos y es a Pedro a quien le corresponde confirmar la fe de sus hijos y hermanos.