Cardenal Arizmendi: Otro país, desde la escuela

Importancia de los centros educativos

país escuela
Libreta y lápiz © Pxhere

El cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Otro país, desde la escuela”.

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Por la pandemia, ha sido muy complicado el proceso educativo en las escuelas, en todos los niveles, desde Jardín de Niños o Kinder, hasta la Universidad. Se han hecho muchos esfuerzos privados y públicos, y hay que reconocerlos, pero han sido insuficientes.

Los pobres han quedado prácticamente al margen, por falta de recursos tecnológicos. El regreso presencial a clases, mientras no haya garantía de protección a la salud, es un riesgo al que la mayoría de los padres de familia han decidido no exponer a sus hijos.

La educación depende de muchos factores; pero el aporte de la escuela es muy importante. Pedí a mis sobrinas nietas que me consiguieran algunos libros oficiales de texto y encontré elementos muy valiosos para vivir en sociedad.

Por ejemplo, en el libro de Formación Ética y Cívica, correspondiente al sexto grado de Primaria, con niños en torno a 12 años, en la página 17 se inculca esto: “Los principios éticos son reglas o normas que orientan la acción de las personas y contemplan valores como el respeto, la solidaridad, la honestidad, la lealtad, la empatía, la fraternidad, la sinceridad y la gratitud. Con los principios, buscamos la congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace”. 

En las páginas 22 y 23 se enumeran derechos humanos: “Todos tenemos derecho a: organizarnos y reunirnos con otros, gozar de un ambiente sano, pensar y hablar libremente, al amor y a la familia, tener cosas propias, leyes justas, la privacidad, la libertad, una vida digna y segura, descansar, divertirnos y acceder al arte, la igualdad, ser protegidos, ir donde se quiera, la salud física y mental, acceder a la información, recibir educación”.

¿Quién puede no estar de acuerdo con estos valores? Si todos los pusiéramos en práctica, tendríamos otro país. No se enumeran el derecho a la vida, a practicar la propia religión y otros, pero los enunciados son sumamente valiosos.

En la página 34, se afirma: “Ser conscientes de nuestras acciones es reconocer las consecuencias constructivas o destructivas que pueden ocasionar; por ello, es fundamental que reflexionemos antes de actuar y dirijamos nuestras decisiones de forma honesta y solidaria con los demás”.

En la página 37: “Cuando actuamos sin pensar, corremos el riesgo de lastimarnos y lastimar a otros. En cambio, si cada día hacemos el ejercicio consciente de guiar nuestras acciones con base en principios y valores, actuaremos ejerciendo nuestra libertad, al mismo tiempo que consideramos el bien común.

Esto nos permite cuidarnos y relacionarnos con el entorno de mejor manera”. En la página 40: “Reflexionar con base en principios éticos permite tomar decisiones que promueven la convivencia armónica, el bien común y una cultura de paz”.

En la página 53: “Todo lo que hacemos afecta directa o indirectamente a los demás, por lo que debemos responsabilizarnos de nuestras acciones. Al hacerlo, procuramos el bien común”. En la página 73: “La violencia en el salón de clases y la escuela atenta contra tus derechos humanos; recházala e intervén para eliminarla, si te es posible”.


Hay otros puntos discutibles e incompletos, sobre todo lo relacionado con la educación sexual. Como está prescrito que la educación oficial es laica, se prescinde de lo religioso, y no lo toman en cuenta ni desde el punto de vista antropológico, histórico, cultural y social.

Sin embargo, los párrafos que transcribí son muy útiles y convenientes. Lamentablemente, a veces en la familia, en el ambiente social y en los medios de comunicación se manifiestan actitudes que los contradicen. La educación escolar es fundamental para construir otro país, aunque, como decía, la educación depende de muchos otros factores.

Pensar

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice una palabra sobre la educación para la solidaridad social, pero que se aplica a todos los demás aspectos educativos:

“Quiero destacar la solidaridad, que como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas. En primer lugar, me dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible.

Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos.

Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona.

Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido” (114).

Actuar

Apreciemos el valor de la educación en la escuela y no dejemos solos a los maestros en su trascendente labor educativa, pero, como dice el Papa en Amoris laetitia, “aunque los padres necesitan de la escuela para asegurar una instrucción básica de sus hijos, nunca pueden delegar completamente su formación moral” (263).

“Para obrar bien no basta “juzgar adecuadamente” o saber con claridad qué se debe hacer —aunque esto sea prioritario—. Muchas veces somos incoherentes con nuestras propias convicciones, aun cuando sean sólidas.

Por más que la conciencia nos dicte determinado juicio moral, en ocasiones tienen más poder otras cosas que nos atraen, si no hemos logrado que el bien captado por la mente se arraigue en nosotros como profunda inclinación afectiva, como un gusto por el bien que pese más que otros atractivos, y que nos lleve a percibir que eso que captamos como bueno lo es también para nosotros aquí y ahora.

Una formación ética eficaz implica mostrarle a la persona hasta qué punto le conviene a ella misma obrar bien. Hoy suele ser ineficaz pedir algo que exige esfuerzo y renuncias, sin mostrar claramente el bien que se puede alcanzar con eso” (265).

“Es necesario desarrollar hábitos. También las costumbres adquiridas desde niños tienen una función positiva, ayudando a que los grandes valores interiorizados se traduzcan en comportamientos externos sanos y estables” (266).