Es verdad que la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, avanza en la historia en medio de dificultades pues no siempre los hombres cooperamos con Dios: los intereses y miserias humanas, los abusos de los poderosos, y también la acción diabólica han producido muchos episodios de desunión que desfiguran el rostro de la Madre Común.
Ya en la primera hora surgieron desuniones y confusiones acerca de Jesucristo y de la Iglesia; más tarde dos grandes cismas, el de Oriente en el siglo XI el de Occidente en el siglo XIV, y después el intento de reforma a cargo de Lutero, rompieron la unidad. Pedro fue librado de las cadenas en la cárcel por un ángel mientras la Iglesia rezaba por él. También en Roma se conserva la cadena a la que estuvo sujeto Pablo en su cautiverio, como signo de las dificultades de la Iglesia para vivir en libertad en tantos lugares y maltratada por los mismos creyentes.
Por eso cada año el Octavario por la Unión de los cristianos, del 18 al 25 de enero es tiempo de oración al Espíritu Santo, de petición a la Virgen Madre de la Iglesia, y de encuentros entre hermanos separados para avanzar en el ecumenismo. Por cierto, no se trata tanto de recuperar el pasado como de desarrollar la evangelización abrazando a los hermanos separados y atrayendo a los que todavía no conocen a Jesucristo.
Y Dios llamó a Saulo
Shaul, Shaul, lámmah ántha radef lí? ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues?
Y todo cambió en la vida de joven perseguidor de la secta del Nazareno. Saulo lleva el nombre del primer rey de Israel y había nacido en Tarso de Cilicia, una populosa ciudad con muchos miles de habitantes situada al sur de la península de Anatolia, hoy Turquía, y en el seno de una familia judía.
A los cinco años frecuentaba ya la Casa del libro o escuela de la sinagoga para iniciarse en el aprendizaje de la Ley de Israel. Diez años más tarde, cuando tenía quince, marchó a Jerusalén para ser instruido en la exacta observancia de la Ley de sus padres, a los pies del rabino Gamaliel. Y veinte años más tarde recorre veloz los 250 kilómetros desde Jerusalén a Damasco para acabar con aquella nueva secta.
Corría mucho pero fuera del camino, que diría Agustín el obispo de Hipona. Y Dios le puso la zancadilla, cerrando momentáneamente sus ojos para que pudiera abrirlos a la realidad de la fe cristiana. Descubrió así que Jesús se identifica con su Iglesia y que contaba con él para la misteriosa revolución que había consumado en una Cruz plantada en el Calvario.
Diarios de viajes
Los diarios de sus viajes están al alcance de cualquiera en los Hechos de los Apóstoles y en sus cartas, mostrando con realismo que la difusión del Evangelio no es tarea para gente timorata. Este Año Jubilar de la Esperanza que no defrauda (expresión de Pablo en su carta a los romanos) es buena ocasión para leer despacio estas Actas de sus viajes en el contexto de la primera expansión de la Iglesia desde el Cenáculo en Jerusalén, como si fuera una inmensa reacción en cadena que beneficiará al corazón de los hombres para siempre.
Pablo pisó tierras europeas en su segundo viaje al llegar a la ciudad de Filipos en Macedonia y allí prendió la fe en Lidia, vendedora de púrpura y temerosa de Dios. Pero enseguida Pablo comprobó que la libertad religiosa deja mucho que desear y acabó con sus huesos en el calabozo cuando alguno vio peligrar su negocio de adivino y sublevó a la plebe. A medianoche mientras oraba junto con su compañero Silas se abrieron milagrosamente las puertas de la cárcel y el propio carcelero reconoció que Dios estaba interesado en el asunto llegando a bautizarse con toda su familia.
Las cartas de san Pablo refieren sus viajes y la doctrina que va configurando la fe de las primeras comunidades cristianas, evangelizadas por los apóstoles, entre ellos Pedro a la cabeza y también Pablo. El Espíritu Santo actúa en ellos multiplicando la primera expansión de aquel día de Pentecostés: toda la Iglesia estaba reunida en el Cenáculo donde Jesucristo instituyó la Eucaristía y adelantó el sacrificio de la Cruz. Allí estaban todos ellos con la Virgen María y las primeras mujeres que siguieron a Jesús y fueron testigos de la Resurrección. Era el núcleo primordial de la Iglesia en expansión, y a partir de entonces crece como las ondas en un lago ampliando su vibración en favor de todos los hombres.
Conversión del corazón
El Decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II lo sitúa como uno de los principales propósitos del Concilio, porque la división histórica contradice abiertamente la voluntad de Jesucristo y es obstáculo para la evangelización. Desde noviembre del año 1964 mucho se ha avanzado en el camino de la unidad, de la comprensión, del entendimiento y de la comprensión entre hermanos separados.
No se trata de una tarea diplomática por decirlo así sino de necesidad imperiosa de vivir en la única Iglesia fundada por Jesucristo e impulsada por el Espíritu como camino de salvación para todos. Exhorta a celebrar este Octavario anual de oración y conversión de los corazones: «El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior. Porque es de la renovación interior, de la abnegación propia y de la libérrima efusión de la caridad de donde brotan y maduran los deseos de la unidad».
Los Doce con Pedro a la cabeza y Pablo, el apóstol de las gentes, desarrollaron la primera Iglesia y desde el primer concilio de Jerusalén, promovieron la unidad saliendo al paso de las desviaciones desintegradoras. Siguen intercediendo ante el Espíritu Santo para que la Iglesia genuina llegue al mundo entero sin anquilosamientos ni mutaciones.
Por eso en el Octavario procuramos vivir la unidad con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro Vicario de Cristo, y también miramos a Pablo para aprender de un santo excepcional y un líder humano sin precedentes, que contagió la aventura maravillosa de una vida comprometida con la fe aquel día que Jesús le “puso la zancadilla” camino de Damasco. Lo recordamos especialmente el próximo día 25 en el que la Iglesia celebra la conversión de san Pablo.