Según la tradición, que se nutre de unos documentos del siglo XIII custodiados en la catedral de Zaragoza, después de la Ascensión de Jesucristo, Santiago llegó a España, dejando la huella de la fe directamente recibida de Cristo en dos lugares emblemáticos: Galicia y Zaragoza (la antigua Cesaraugusta). Primeramente habría pasado por la tierra gallega y una vez sembrado allí el evangelio se trasladaría a Zaragoza. La documentación señala las zonas españolas que atravesó haciendo notar literalmente que “pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón”: un territorio conocido entonces como Celtiberia que es la actual Zaragoza.
San Gregorio Magno en su Magna Moralia refleja el momento en el que el apóstol Santiago acudió a la Virgen antes de emprender este viaje para pedirle su bendición. Al llegar a Zaragoza constató las dificultades que entrañaba su labor apostólica. En las orillas del río Ebro descansaría de las intensas jornadas junto a un grupo de siete seguidores, los «Varones apostólicos», los únicos que se habían convertido. Afligido ante la dureza de corazón de las gentes en las que había hecho mella el paganismo, obtuvo el consuelo de la Virgen que se le apareció en esas riveras el 2 de enero del año 40 d. C. Así lo refleja san Gregorio Magno en la aludida Magna Moralia que redactó entre los años 578 y 595 (la copia que data del siglo XIII se conserva en la catedral de Zaragoza).
Se hallaba de pie, sobre una columna de luz rodeada de ángeles (que Ella debió portar). Después de asegurarle que obtendría grandes frutos apostólicos, le encomendó que erigiese una iglesia levantando un altar justamente en el lugar donde estaba el pilar en el que reposaba. Acompañó su petición con la promesa de que Ella permanecería hasta el fin de los tiempos en ese sitio, «para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio». Además, le indicó que regresara a Jerusalén después de materializar su ruego. Dicho esto, María desapareció y quedó la columna de jaspe en torno a la cual se edificó la iglesia solicitada, actual basílica de la Virgen del Pilar en la ciudad de Zaragoza. La Virgen en esos momentos en los que se apareció para confortar al apóstol vivía en Palestina bajo el amparo de san Juan. Es la única aparición que se produjo estando aún en la tierra.
Otra referencia para datar lo sucedido, además de la mencionada obra de san Gregorio Magno es la más antigua. Se trata de un sarcófago paleocristiano que se halla en la basílica menor de Santa Engracia, y que se custodia desde el siglo IV en la capital zaragozana, época en la que fue cruelmente martirizada esta santa. Este sarcófago se tomó durante mucho tiempo como fuente para admitir el hecho milagroso. Porque se creyó que uno de sus bajo relieves mostraba el descenso de la Virgen apareciéndose al apóstol Santiago. En la actualidad está descartado. Se piensa que se trata de la acogida de un alma en el Paraíso por la mano divina que se halla cincelada. Se conoce este sarcófago como la Receptio animae. Hacia el siglo VII san Germán de París se hizo eco de la Virgen María de Zaragoza recordando que allí había prestado sus servicios en el siglo III san Vicente mártir. En el año 714 está constatado que Zaragoza ya tenía un templo dedicado a María.
Muchos milagros ha hecho la Virgen del Pilar bajo esta advocación. El más grande que se le atribuye es el milagro de Calanda. Sucedió con el joven aragonés Miguel Juan Pellicer, que tenía 19 años. Este labrador cargando un carro lleno de trigo mientras trabajaba en Castellón de la Plana sufrió una grave caída viendo afectada su pierna derecha. Fue tratado en el Hospital de Valencia, y pidió que lo trasladaran al Hospital de Gracia de Zaragoza. No hubo solución y se le amputó la pierna que fue enterrada. Durante dos años mendigó a las puertas del templo de Nuestra Señora del Pilar a la que tenía gran devoción desde niño. En su rutina cotidiana no le faltó la fe, y así untaba el muñón de su pierna con el aceite de las lámparas que ardían ante la Virgen. En un momento dado, regresó con sus padres a su lugar de origen: Calanda (Teruel, España), y el 29 de marzo de 1640 mientras se hallaba descansando, sus progenitores apreciaron que tenía las dos piernas y que en la derecha conservaba rasgos significativos que ya tenía antes de su amputación. El 27 de abril de 1641 tras un minucioso proceso seguido para corroborar la autenticidad de los hechos, se reconoció la milagrosa curación.
La Virgen del Pilar es patrona de la Hispanidad, de España, así como de Aragón, Zaragoza, Sevilla, y cuerpos como el de la Guardia Civil española.
© Isabel Orellana Vilches, 2018
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