“Nos ha nacido un niño”: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

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Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo, Domingo, 25 de diciembre de 2022 titulado: “Nos ha nacido un niño”.

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Isaías 9, 1-3, 5-6 “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”

Salmo 95: “Hoy nos ha nacido el Salvador”

Tito 2, 11-14: “La gracia de Dios se ha manifestado a todos los hombres”

Lucas 2, 1-14: “Hoy nos ha nacido el Salvador

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció” . Resuenan muy actuales estas las palabras en la oscuridad de la noche. Es el grito de Isaías que, en medio de las dificultades de Israel, pregona la esperanza a un pueblo oprimido y amenazado, doblegado y al borde de la desesperación. Es también el anuncio lleno de fe y de esperanza que los cristianos enviamos a todos los hombres y mujeres que, a pesar de la oscuridad y de las sombras, siguen sembrando ilusiones, llenando de luz, construyendo y reconstruyendo con esperanza.

Los tiempos de Isaías no eran optimistas ni muchos menos. Sin embargo, anuncia a su pueblo la gloria tras la humillación, la luz en medio de las tinieblas y una inmensa alegría.  En la tiniebla, símbolo del caos e imagen de la muerte, surge repentina la luz, como una nueva creación. ¡Un prodigio! Sin explicación va brotando el renuevo y haciéndose realidad, como el retoño de un vetusto árbol, que poco a poco aparece y crece,  tierno y débil, pero lleno de vigor.

Hoy también, en este día de Navidad, en medio de un mundo devastador, en medio de inseguridades e injusticias, por encima de todas las catástrofes, rompemos el silencio para anunciar nuestra salvación.  No todo está perdido. Queremos alentar la lucha sincera de quienes promueven la justicia y la paz. Queremos unir nuestras manos y nuestras fuerzas a quienes llevan luz y esperanza en medio de la oscuridad.

Isaías anuncia jubiloso la conclusión de la opresión, que permite el gozo de la cosecha, y el fin de la guerra, que aleja el yugo opresor ¡Cómo quisiéramos hoy poder decir que la corrupción, la discriminación, la pobreza, la miseria y las guerras han concluido! Nos gustaría afirmar que no hay más yugos opresores, y que tenemos la bella alegría de sabernos todos hermanos. Pero no; no han concluido estas desgracias que sufre nuestro pueblo. Sin embargo, podemos afirmar que hay hombres y mujeres que, llenos de esperanza, continúan luchando por un mundo nuevo, y que hoy se ven fortalecidos por las palabras del Señor, que a través de Isaías nos dice: “No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios: te fortalezco y te auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa… No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel; yo mismo te auxilio” .


Y resuenan en nuestro corazón las dulces palabras: “gusanito… oruguita”, sí, pequeños pero en manos del Señor. Por eso soñamos  que vencemos la violencia y las injusticias, que nuestros jóvenes encuentran caminos de alegría y de prosperidad, y que logramos una mesa digna con alimentos y bienes, para que todos y todas puedan saciar su hambre. Soñamos que todos los hombres y las mujeres son respetados. Miramos en el futuro a cada persona, libre y consciente, construyendo su propia historia. ¡Entonces será plena nuestra alegría!

“Porque un niño nos ha nacido” (Is 9,5). El Niño recién nacido es la máxima expresión de este sueño. Si ha terminado la opresión, si ha concluido la guerra, es porque ha nacido un Niño. Ha aparecido la luz.  La luz revela la presencia de Dios, desde el primer día de la creación, hasta el momento en que la Palabra, “que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”, se hace carne y habita en medio de nosotros. Esta es la razón de nuestra alegría y el motivo que alienta nuestra lucha: “Un Niño nos ha nacido”. Es Dios hecho hombre quien cambia nuestra oscuridad en luz. La mayor presencia de Dios es hacerse carne como nosotros.

Al igual que los pastores, hoy nosotros nos vemos sorprendidos y  “la gloria de Dios nos envuelve con su Luz”. Y a la luz de este Niño, todo cambia. Las tinieblas no pueden vencer a la luz. El egoísmo, la ambición, la corrupción, por grandes que sean, no lograrán vencer a la luz. ¡Esta es la razón de nuestra esperanza! Nuestros pobres esfuerzos están unidos a la debilidad y pequeñez del Niño que se acurruca  en los brazos amorosos de María. Pero con este Niño, “Consejero admirable”, “Dios poderoso”, no tendremos miedo. Él hace nacer en nosotros la verdadera esperanza. Por eso hoy nos unimos a todos los hombres en la esperanza. ¡Ha nacido un Niño, que es nuestra esperanza! ¡Un niño que es “Dios-con nosotros”.

Esta presencia salvadora  se encarna sobre todo en los más pequeños y los transforma; los impulsa a soñar una nueva sociedad. La esperanza viva es la fuerza milagrosa que nos libra de todas las trampas del desaliento, del círculo vicioso de la queja inútil, de la crítica destructora o de la indiferencia estéril y nos lanza a ser constructores de paz.

Es hermoso ver cómo los más sencillos, dejando a un lado las frustraciones amargadas, rompen los egoísmos y divisiones, se ponen a construir y llevan luz y esperanza a todos sus hermanos. El gusanito y la oruguita están construyendo la Paz del Señor.

Que unidos a este Niño “que nos ha nacido”,  construyamos todos juntos la verdadera paz anunciada por los ángeles a aquellos sorprendidos pastores. Que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres y mujeres, y que su amor se extienda a toda la tierra. ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

“Dios todopoderoso, concédenos que, al vernos envueltos en la luz nueva de tu Palabra hecha carne, hagamos resplandecer en nuestras obras la fe que haces brillar en esta Navidad”.

 ¡Feliz Navidad!