El padre tomó una decisión extrema de amor. Si bien el padre nos ama, Jesús nos enseña que con su muerte nos amó hasta el extremo. Dice el evangelista Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna”. Pero Dios Padre no puede haber querido que muera su propio hijo, pues ningún padre que tenga corazón puede querer semejante cosa. Sucede que el padre tuvo que tomar una decisión extrema de amor; tuvo que elegir entre enseñarnos el camino de la vida, con el costo de que muera su hijo, o salvar a su hijo de la muerte, con el costo de que nosotros no pudiésemos descubrir el camino que nos lleva a la vida. ¿Cuánto nos tendrá que querer, que, pudiendo salvar a su hijo, nos eligió por encima de él y escogió salvarnos? Desgraciadamente esta decisión le costó la vida a Jesús, una decisión así solo es entendible a la luz de un amor extremo por nosotros. Por eso, Pablo se asombra ante este amor incondicional que el padre nos tiene y exclama diciendo: «¡Y ante esto qué diremos! Si Dios está por nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio hijo, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?».
Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura alguna podrá jamás separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús señor nuestro; es decir, si el padre fue capaz de elegirnos por encima de su hijo, nada hay que pueda elegir por encima de nosotros y, cuando caigamos en cuenta del extremo del amor que Dios nos tiene y nos sintamos profundamente queridos por Él, entonces nuestras vidas cambiarán radicalmente, pues, si somos agradecidos de su amor y si queremos corresponderle, nuestro único deseo será amarlo sobre todas las cosas.