Con el entusiasmo de seguir paladeando la narrativa de Jon Fosse, Premio Nobel de Literatura 2023, he leído Trilogía (Seix Barral, De Conatus, 2023). Los tres breves libros que lo componen fueron publicados juntos en 2014. Cuentan la historia de Alida y Asle, dos adolescentes sencillos en un ambiente de pescadores, peces, barcas, mar, calas, tabernas, hospedajes. La forma de escritura es muy peculiar: un conjunto de parlamentos cortos, telegráficos, cuyo resultado es un relato compacto compuesto de instantáneas que recogen sentimientos, pensamientos, palabras repetidas muchas veces. El tono de la narración es el mismo a lo largo de toda la historia, no hay trepidación, ni siquiera en los momentos más dramáticos: ni pasión desbordante ni conciencias atormentadas. Hay una suerte de resignación en algunos de los personajes; en otros, una banalización del mal.
Sigvald, el padre de Asle fue pescador y violinista. Solía decir que cuando “se era músico, se era músico y, una vez que lo eras, ya nada se podía hacer… y padre Sigvald dijo que al tocar, el dolor podía aliviarse y transformarse en vuelo, y que el vuelo podía transformarse en alegría y felicidad, y por eso había que tocar, por eso tenía que tocar él y algo de ese dolor debían también compartir los demás… porque la música eleva la existencia y le proporcionaba altura, ya fuera en bodas o funerales, o cuando la gente se reunía para bailar y festejar” (p. 35). Asle tenía ese mismo don, “el destino del músico no pregunta y quien carece de propiedades tiene que salir adelante con los dones que Dios le ha concedido, así era la cosa, así era la vida” (p. 36). Bonita reflexión sobre la música.
Alida y Asle se ven y se saben el uno para el otro desde el inicio. Pronto nace el pequeño Sigvald y Asle no quería vivir como su padre viajando de un lado al otro, “quería estar con los suyos y no tener que estar con todos los demás, todos los otros, eso no es bueno para nadie, lo bueno es estar con los tuyos, quizá había nacido con el destino del músico, pero quería combatir ese destino, también por eso había vendido el violín, ya no era músico, ahora era padre y esposo” (p. 81). Su padre le había dicho que el destino del músico era viajar, despedirse continuamente de su amada y de sí mismo “siempre entregándose a los demás, dijo. Siempre hacer enteros a los demás, dijo” (p. 37). Asle no quería ese destino. Su vida sería la de Alide, su pequeño Sgvald y él. Solo ellos, aunque para este fin utilizara medios inmorales que desfiguran su idílico amor.
Esto último es lo que más me inquietó de la novela. Alida es la ingenuidad casi en estado puro, sólo tiene ojos para Asle, a quien sigue a pie juntillas, sin hacer preguntas: el amor idealizado puede más que toda sospecha razonable. El personaje más perturbador es Asle. Para hacer viable el amor por Alida mata a quienes le impiden realizar este propósito. Cada acto delictuoso no le carga en nada la conciencia: mata, borra y siguen viviendo su sacrificada y corta vida al lado de la amada y el pequeño hijo, como si nada hubiese pasado. En muy poco tiempo es descubierto y condenado a la ahorca. Una tragedia, envuelta en un lirismo muy conseguido por la pluma de Fosse.
Esta falta de conciencia me trajo a la memoria la película Apocalypse Now (1979). Kurz quiere civilizar a los nativos y no lo consigue. Se queda horrorizado de lo que una tribu hace con los niños que su gente había vacunado el día anterior: les habían cortado los brazos. Reflexiona y piensa que quienes habían realizado tal acto de barbarie eran los mismos cariñosos esposos y padres de familia cuando llegaban a sus casas. ¿Cómo era posible esa doble vida? ¿Cómo es posible dormir tranquilo sin ningún remordimiento de conciencia después de haber cometido una atrocidad? Una pregunta inquietante que los seres humanos nos seguimos haciendo a lo largo de los siglos. Volviendo a la novela, ¿cómo le es posible a Asle mantener su angelical amor por Alida sin los reproches de su conciencia? Alguna explicación hay y, de seguro, la filosofía, la psicología tienen respuestas, pero sigue siendo un misterio la existencia de estas tinieblas del corazón humano.
¿Y Alida? Le cuesta hacerse cargo de la muerte de Asle y no acaba de convencerse de que Asle haya cometido todos esos crímenes. Continúa en su mundo y “ piensa que ella y Asle siguen siendo novios, que están juntos, él con ella, ella con él, ella en él, él en ella, piensa Alida, y mira el mar y en el cielo ve a Asle, ve que el cielo es Asle, y siente el viento, y el viento es Asle, Asle está ahí, Asle es el viento, si no existe, de todos modos está ahí, que ella lo está viendo si mira el mar…, aunque no solo lo ve a él, también se ve a sí misma en el cielo” (p. 144).
Recuerdos personalísimos de breves momentos de felicidad, proyectos truncos, ilusiones apagadas. La vida continúa para Alida, guarda su amor y sella con cerrojo y candado sus secretos. No quiere saber más. Pienso, también, en los tantísimos recuerdos que forman la trama de nuestra narrativa: risas y lágrimas, éxitos y fracasos, encuentros y decepciones y mucho más. Cuando estos recuerdos, con sus gozos y sinsabores, han sido guardados en el corazón -purificados en el crisol de la conciencia- son verdaderos remansos de paz. En cambio, cuando no han pasado por ese crisol, la ponzoña que puede haber en ellos, avinagra el corazón e inquieta al espíritu. El camino de la paz del alma pasa por el tamiz de la conciencia que nos indica el bien o el mal realizados. Un amor que suprima a la conciencia no es humano y tarde o temprano se marchita.