Cualquier niño promedio entre los seis y los siete años aprende que las conductas que se producen con alta frecuencia tienden a ser consideradas normales y que «lo normal» es considerado como aceptable, incluso deseable.
Los niños de 8 años se deben acostar pronto, pero si la mayoría de los niños de su clase ven una serie de televisión por la noche, si es una conducta muy frecuente, entonces pasa a ser «lo normal», y por tanto creen que debe ser aceptable y aceptado. Más aún, el que rompe con esta tendencia pasa a ser considerado «anormal».
De este sencillo modo la frecuencia de una conducta pasa a ser un criterio moral: lo frecuente es es aceptable y lo infrecuente puede que no.
Este sistema infantil de cualificación moral: lo frecuente es normal y por tanto debe ser aceptado y lo infrecuente es anormal y por tanto no se extrañe de que sea rechazado es el mecanismo que se está imponiendo para conformar la sociedad.
Pues bien, dado que este es el status quo, entonces prefiero que mis hijos sean Anormales.
Estas son las conductas en la que me gustaría que fueran anormales:
Me gustaría que mis hijos estudiaran cualquier cosa, pero solo si les apasiona. No me gustaría que estudiaran ADE (administración y dirección de empresas) o derecho, o cualquier ingeniería, simplemente porque no saben que hacer. En ese caso prefiero que NO ESTUDIEN una carrera universitaria. A mi hija mayor le apasiona algo para lo que no existen estudios universitarios y estamos buscando el modo de que pueda desarrollarse en en ese campo, aunque tenga que hacerlo al margen de la universidad.
En cualquier caso, estudien o no, espero que no renuncien a ser los mejores y al esfuerzo que ello conlleva. (incluyendo convertirse en el mejor marido o esposa, en el mejor padre o madre y en el mejor amigo).
Me gustaría que mis hijos se casaran. Por convicción personal, ni mucho menos por formalidad social. ¡Con papeles y todo!. Para mi significaría que les hemos conseguido trasmitir suficiente confianza en sí mismos y en el ser humano como para que entiendan que el amor SI es para toda la vida ya que NO es simplemente un sentimiento, sino un acto de la voluntad. En cualquier caso, aunque no lleguen a casarse y decidan convivir «sin papeles» con su novio o su novia, espero educarles lo suficientemente bien como para que nunca digan que «van a probar a convivir antes de casarse»: eso equipara al matrimonio con la compra de un coche. «voy a probarlo, a ver que tal funciona». (Al margen de que se constituye en el segundo mejor predictor de un divorcio: los matrimonios que han convivido antes de casarse tienen más probabilidades de acabar divorciados que los que no).
También me gustaría que cuando se enfrenten a dificultades en su matrimonio, que es altísimamente probable que se las encuentren, sean capaces de anteponer las necesidades de su cónyuje a sus propios deseos (y que sea mutuo, naturalmente). Más aún si es necesario, me gustaría que fueran capaces de anteponer los deseos de su cónyuje a sus propias necesidades. (No es tan raro – aunque sí poco frecuente -, al fin y al cabo ¿no hacemos eso los padres, sin que a nadie le extrañe).
Me gustaría que tuvieran los hijos que deseen. Sé que es muy difícil. Las estudios realizados tanto en ámbito nacional como internacional indican que los matrimonios tenemos entre uno y tres hijos menos de los que nos hubiera gustado. Los motivos de este desfase son frecuentemente laborales (no económicos). Me gustaría que se pusieran a sí mismos por encima de su trabajo.
Me gustaría que mis hijos comieran con buenas maneras. Ellos saben a qué me refiero. No estoy hablando de ninguna conducta estúpidamente refinada, me refiero a comer con buenas maneras. Cada vez se ve con menor frecuencia, por eso no quiero dejar de aspirar a ello.
No me gustaría que mis hijos se pusieran un tatuaje. Tengo varios motivos para ello, pero el motivo principal por el que rechazo los tatuajes, particularmente ahora que tenemos tan reciente el verano y su visión en mi memoria, es porque obviamente es una conducta de alta frecuencia. Temo que pudieran ser considerados normales si se ponen un tatuaje.
Me gustaría que mis hijos utilizaran las chanclas para ir y/o volver a la piscina y/o a la playa, pero no para ir al supermercado, de compras o casas de amigos. Por la misma razón que los tatuajes.
Me gustaría que mis hijos utilizaran siempre camiseta cuando hagan deporte, aunque haga muchísimo calor.
Me gustaría que mis hijos fueran a Misa. De nuevo, por convicción – bueno no, más que por convicción, porque lo vivan como una necesitad personal.
Si llego a educarles para que cumplan con todo lo que me gustaría para ellos, sé que podrán (y serán) ser considerados Anormales, pero a la luz de lo que esta sociedad nos pretende imponer que aceptemos como normal, lo prefiero.
Y por supuesto espero educarles de tal forma que sepan que por el mero hecho de que algo lo haga «todo el mundo» o aunque les digan que tal conducta «es normal – y si no lo aceptas el problema lo tienes tu», tienen un órgano entre oreja y oreja que si lo usan adecuadamente les debe permitir establecer criterios propios y basarse en parámetros más sólidos que la opinión compartida por la mayoría.
Espero que comprendan que el hecho de que una conducta sea más o menos frecuente NO es un criterio válido para decidir si es aceptable o no. Ese criterio puede ser válido cuando tienes 6 o 7 años (y en mi casa ni siquiera a esa edad), pero más tarde, es pueril.
Es frecuente que los jóvenes (y no tan frecuente, pero también los no tan jóvenes) cuando salen de fiesta beban alcohol, y es muy frecuente que lo hagan en grandes cantidades, pero eso no lo hace aceptable ni deseable.
Ni siquiera la legalidad es un criterio válido. Hay conductas legalmente aceptadas pero moralmente reprobables (por ejemplo provocar un aborto – en ningún caso reprobaría la conducta de la madre, que es la segunda víctima – , sino la práctica «profesional») y hay conductas moralmente maravillosas y sin embargo ilegales (por ejemplo que los restaurantes y supermercados den los excedentes de comida a entidades de beneficiencia).
Es decir, espero que mis hijos crezcan para convertirse en personas críticas con la conducta ajena y muy críticas con la conducta propia.
Es posible que haya quien mientras va leyendo esto pueda pensar: «Pues yo lo que espero para mis es que hijos sean felices». Incluso puede que haya considerado que soy un mal padre por no desear que sean felices.
Aquellos que me conocen saben lo que pienso de la felicidad. Desear la felicidad es cómo comprar la lotería y desear que te toque el reintegro. Es una minucia. La felicidad es, por definición, efímera.
Naturalmente que deseo que la vida de mis hijos esté cuajada de momentos felices, pero aspiro a mucho más para ellos, aspiro a que sean capaces de pensar y decidir por sí mismos y que vivan con paz interior.