Se ha publicado recientemente un libro titulado The Master Builder: How the New Science of the Cell is Rewriting the Story of Life (El maestro constructor: cómo la nueva ciencia de la célula está reescribiendo la historia de la vida), cuyo autor es Alfonso Martínez Arias, profesor de investigación en el departamento de Medicina y Ciencias de la Vida de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona (España). Anteriormente, Martínez Arias enseñó Mecánica del Desarrollo en el Departamento de Genética de la Universidad de Cambridge. El autor trata de llamar la atención sobre el desarrollo de los animales multicelulares y su evolución, y pretende que lo entendamos de manera más profunda. Con esa finalidad intenta que dejemos de lado un modo de ver las cosas centrado en los genes y nos aboquemos al estudio del comportamiento celular. Por eso, al comenzar su libro asevera que “los genetistas han tenido tanto éxito en encontrar cambios en los genes asociados con la disfunción que hemos caído en la trampa de equiparar la correlación con la causalidad”
El autor divide en tres partes la publicación. En la primera sostiene que las células utilizan de forma activa a los genes para enviarse mensajes y orientar la formación de estructuras relevantes. La segunda parte se refiere a los fabulosos comportamientos de las células en la gastrulación y concretamente la “coreografía” por la que los embriones establecen sus ejes y planos corporales. En la tercera parte se ilustra el descubrimiento de lo que llama un nuevo tipo de “criatura”: los gastruloides, como medio para nuevas investigaciones que colaboren a entender la evolución y el desarrollo de los organismos.
En su publicación, Martínez Arias va a sustituir la analogía del “modelo” referida habitualmente a los genes y el ADN con otra que llama “catálogo de ferretería”. De tal modo que el genoma sería más bien como el inventario desde el que la célula ordenaría las herramientas y proteínas necesarios. Insiste en que son las células las que emplean los genes para formar las complejas estructuras tridimensionales y recalca que los genes no perciben ni el tiempo ni el espacio. A la vez reconoce que los movimientos celulares durante la gastrulación son actualmente inexplicables y llamativos.
Posteriormente profundiza en las manifestaciones de las respuestas celulares a diversas cosas como su dureza, número, suavidad, sustrato físico, orden de los eventos, densidad y número de células adyacentes. Todo esto, al mismo tiempo que tienen acceso al “catálogo” de genes utilizables para complejas construcciones. La manifestación más clara de esto es la increíble actividad de las células de la cresta neural.
Más adelante, enumera las dificultades de los investigadores para comprender las circunstancias que promueven la formación de lo que llama pequeñas “criaturas”, los gastruloides, que tienen una topografía y una morfología previsibles. Según el autor, no son propiamente embriones, ni constituyen una etapa concreta de su desarrollo ni tampoco lo culminarán. Para él, componen un “esbozo” del patrón básico de organización bilateral de un vertebrado. Al estudiarlos en el laboratorio, se pueden conocer las interacciones celulares que se presentan y las que deberían darse para no malograr su desarrollo. Por eso tienen un valor enorme para los investigadores y, actualmente, no presentan las trabas de tipo legal que afectan a los embriones humanos.
En cuanto a la evolución, Martínez Arias considera que su visión coincide pues considera que la aparición de la multicelularidad es el instante en que los genes, que hasta ese momento se habían utilizado como “simples” herramientas en organismos unicelulares, con respuestas adecuadas a determinadas oportunidades o condicionantes del ambiente, comienzan a emplearse en las interacciones celulares. Son entonces las células las que usan los productos genéticos como señales para alcanzar límites insospechados de complejidad. El autor piensa que esas “conversaciones” entre las células son las causantes de los movimientos de gastrulación y de los patrones corporales animales que seguramente habrían sucedido en el período Cámbrico.
The Master Builder encuentra difícil describir lo que sucede en el interior y entre las células cuando avanza el desarrollo embrionario. El autor, de alguna manera, personaliza a las células, atribuyéndoles facultades como “elegir” y “decidir” cuando requieren algún instrumento o producto adecuado del inventario genómico y posteriormente lo utilizan para alcanzar un propósito necesario. Lógicamente, en ese caso, tendríamos que admitir una consciencia en las células o bien otra explicación desconocida para nosotros. Las respuestas de una célula a las diferentes particularidades del medio: sean las características fisicoquímicas del sustrato o bien la densidad, el tipo o el número de las células que la rodean, activan respuestas específicas. Sin embargo, esto no significa que se produzca una “elección” por parte de la célula, sino se trata de una simple reacción. Martinez Arias admite que desconocemos el mecanismo de las interacciones celulares, pero al mismo tiempo no acepta la teoría del diseño inteligente. Sencillamente desliza que nos encontramos en la fase inicial que nos llevaría a descubrir el modo en que las células elaboran conjuntamente un organismo multicelular. Para esta finalidad los gastruloides nos plantean muchas preguntas que hasta el momento no nos habíamos formulado.
Aunque la lectura del libro puede ser apasionante para los interesados en estos temas biológicos por lo novedoso del enfoque, cabe formular algunas observaciones desde la ciencia y desde la bioética. Dawkins en “El gen egoísta” atribuía la evolución a los genes cuando decía: “Somos máquinas supervivientes, vehículos autómatas programados a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas con el nombre de genes.” Ahora Martínez Arias da el protagonismo a las células y en ellas estaría la explicación de la formación y el desarrollo de los seres vivos multicelulares y concretamente también del ser humano.
Conviene poner de relieve que tanto el genoma tomado aisladamente como las células, unidad vital, así como todos los componentes del organismo humano que interaccionan de forma precisa, tienen papeles importantes en su desarrollo; pero ninguno de ellos por separado, ni el ADN, ni las células por sí mismos explican la formación de un hombre o una mujer. Esto no significa que a un organismo con ADN humano no se le pueda atribuir una identidad. Desde luego no basta comprobar que estamos ante una célula con ADN humano para saber si estamos ante un ser vivo humano, sino que hemos de constatar que se trata de un organismo, que comienza siendo unicelular, luego bicelular, después tricelular porque una célula se divide antes que la otra, hasta constituir por mitosis el embrión, el feto, el niño, …
En realidad, las ciencias experimentales pueden explicar el cómo, el funcionamiento de un organismo vivo, pero no pueden dar razón del por qué. Para esto está la filosofía. Lo que no parece correcto es negar desde la ciencia experimental el sentido, la finalidad que tienen los distintos órganos y el mismo ser vivo en el que se desarrollan.
Por otro lado, conviene recordar que, desde la embriología, ha quedado confirmado que los ejes corporales del organismo humano no se configuran desde los 20 días, sino ya en la fertilización del ovocito, como se recoge en el artículo de Helen Pearson.
Por último, los “gastruloides”, embrioides formados a partir de células madre embrionarias o bien de células pluripotenciales inducidas (iPS), presentan inconvenientes éticos ya que, en el primer caso, al extraer células embrionarias, acabamos con la vida del embrión humano. En el segundo caso, también con las células iPS es posible llegar a formar un embrión humano, por lo que se podría presentar una dificultad similar.