Nessun Dorma!

¡Que nadie duerma!

La coronación de la Virgen - Colección - Museo Nacional del Prado

Así se inicia la famosa aria del último acto de Turandot, una de las más excelsas operas de Giacomo Puccini.

Esa parecía ser la consigna para aquella noche de verano del 2018 que pasó veloz como un haz de luz emitido por un ángel entre las sombras oscuras de la plaza de San Francisco en la ciudad colombiana de Cali.

La plegaria, Señor, es sólo tuya

La tarde de aquel miércoles 1 de agosto, callejeando por la capital vallecaucana, me detuve en un puesto de libros viejos. Mi vista se fijó en un pequeño librito titulado “Las profecías del Papa Juan XXIII. La historia de la Humanidad de 1935 a 2033” editado por el Círculo de Lectores en 1976. Lo compré.

En ese año de mediados de los 70, las sensacionales revelaciones de su autor – un periodista italiano llamado Pier Carpi – descubrieron al mundo la existencia de unas supuestas profecías pertenecientes a Angelo Roncalli, que tomó el nombre de Juan XXIII al ser elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, y que, supuestamente, habían sido depositadas en el seno de una sociedad iniciática.

Parece ser que estas profecías fueron redactadas en 1935, con el estilo claro y poético que caracterizó al Papa Bueno, durante la estancia de Angelo Roncalli en Turquía, después de una serie de experiencias sobrenaturales que le permitieron ingresar – presuntamente- en una sociedad iniciática de los Rosacruces. Según Piere Carpi “los fragmentos que pude reproducir son el veinte por ciento, más o menos, del texto íntegro de las profecías hechas por Angelo Rocalli en el Templo del Caballero y la Rosa /…/” (cita en la pg. 196 del libro). Los textos fueron redactados en francés y en unas hojas de papel azul.

Al parecer, una noche Roncalli tuvo una serie de visiones. Ni siquiera la llegada del día hizo que la experiencia pareciese inusual. Al alba, un anciano le acompañó a un lugar en cuyo interior había un cuarto ancho de forma pentagonal. En el centro de la habitación había una gran mesa de cedro en forma también de pentágono y una Biblia abierta. Una ojeada era suficiente para saber que estaba abierta en la Epístola de San Juan, y que narraba la misión de Juan Bautista. Estos pasajes siempre tuvieron una fascinación peculiar para Roncalli. El nombre de Juan tenía un significado especial para él. “Fue un hombre enviado de Dios”.

Carpi, que según afirma, fue el primero en no creer en la autenticidad de tales profecías, sin embargo se sintió atraído por la interpretación esotérica del texto. Y luego de seis años de ininterrumpido estudio, al fin se decidió a publicar las más evidentes, ya que debido a la complejidad de algunas y a la gran personalidad a la que estaban ligadas, se imponía un examen riguroso y una lógica reserva en cuanto a las interpretaciones. Las profecías contienen una extensa lista de premoniciones que abarca desde 1935 hasta 2033.

Algunos autores han cotejado las profecías del Papa Juan XXIII desveladas con los hechos históricos acontecidos desde 1935 y han comprobado su carácter anticipatorio.

Quiero detenerme aquí especialmente en dos de las profecías que hablan sobre el futuro y que estan recogidas en el libro:

La primera dice así: “Y el mundo entero se insubordinará contra el juego de los poderosos, la secreta hermandad de los grandes que tramaba la esclavización de los pueblos. Los escasos jefes honrados se unirán y los culpables serán derrotados”.

La segunda tiene que ver con la fecha en que se producirá – según las citadas profecías de Juan XXIII – el final de los tiempos (que no el fin del mundo). Según el Papa Bueno, esa fecha corresponde a “veinte siglos más la edad del Salvador”, es decir, el año 2033.

No obstante, leyendo el libro de Pier Carpi se podría interpretar que la clave de las profecías de Angelo Roncalli es la siguiente: si bien en muchos puntos se abaten sobre la humanidad catástrofes, guerras y terrores, más frecuentemente aparecen las palaras de consuelo, de resurrección y de auténtico progreso humano. Todo el texto es notablemente rico en esperanza, diría incluso en certeza y en confianza sobre el futuro del hombre, estrechamente ligado a su esencia inescindible de hijo de Dios y criatura del Creador.

No en vano, Juan XXIII llegó a decir en el discurso inaugural del Concilio Vaticano II, el día 11 de octubre de 1962, que muchas personas, quizás con buena voluntad pero sin criterio ni cordura, no ven en los tiempos modernos más que prevaricación y ruina, como si no hubiesen aprendido del pasado que siempre es maestro de la vida. Él personalmente, disidente de estos “profetas de calamidades” que siempre anuncian acontecimientos desgraciados y apocalípticos, creía que la Providencia divina nos lleva hacia un nuevo orden de relaciones humanas y que todo lo dispone para el bien de la Iglesia.

No se trata pues de un optimismo ingenuo del Papa Bueno sino de la fe por la que creemos que toda la humanidad es conducida por el Espíritu del Señor que llena el universo. En medio de dolores de parto podemos esperar y trabajar por un nuevo nacimiento.

Pier Carpi dice al final del libro lo siguiente: “Quiero dedicar la última página de las profecías, las últimas líneas que me fue permitido copiar, a los hombres y mujeres de buena voluntad, a los humildes, a los simples, a los que sufren. A los niños y a los ancianos, a quienes más especialmente amó el Papa Juan, fuera cual fuera su fe, estrechándoles en un único y paternal abrazo de amor”.

Dichas líneas finales son las siguientes:

La plegaria, Señor, es sólo tuya,
pues sólo tuya es la voz de las gentes
cuando renacen a la otra vida,
rendidos los ojos y el último aliento.

Nada de lo escrito vale cuanto vale
lo dicho y recordado con amor
y transmitido al sudor de la tierra
por las voces que musitan oraciones:
rezos del alba, la tarde y la noche.

Qué grandiosa es la tierra que has sembrado,
y qué solemne la oración que exhala
en brumas de verano y nieblas invernales
para el ojo que de lejos las contempla.

Has dado un hijo a cada hombre
y a cada hombre has dado un pan
y se renueva día a día la plegaria
cuando se parte el pan y muere el hijo.

La plegaria, Señor, es sólo tuya,
pues sólo tuya es la voz que hay en el mundo,
la del cordero, la del árbol, la del hombre.
la de todo lo que en él puede tocarse.

Cada tiempo conserva tu recuerdo,
pues no se ha dado nunca un paso en vano:
incluso el caminante que te ignora
deja tras él semillas de alabanza.

El que calla ha rezado o rezará
y tú por el que calla ya rezaste
el séptimo día, el día del descanso.

Cada hombre cuenta ya con su plegaria,
que es risa, llanto, grito y furia.

La propia vida reza en el abismo
que tú poblaste de amorosos sueños
al ofrecértenos como Dios de perdón.

La plegaria, Señor, es sólo tuya.

Redentora de los cautivos

Mi plegaria se había iniciado aquel miércoles 1 de agosto del 2018 en la Iglesia de La Merced, en el lugar más antiguo de Santiago de Cali, uno de los templos coloniales más hermosos y una de las pocas construcciones de aquella época que se mantiene bien conservadas.

Nuestra Señora de la Merced fue desde un principio consagrada como la Patrona de la ciudad de Cali y en su honor se construyó una sencilla iglesia.

La fe católica caleña tiene su principal representación en este sagrado lugar y durante siglos ha sido testigo de hombres y mujeres que claman a Dios por favores y con alegría agradecen los dones recibidos. Estas antiquísimas pero queridas construcciones son la prueba del fervor de un pueblo que siempre ha mirado hacia el Cielo reconociendo la grandeza del Creador.

En un morral de los misioneros mercedarios, testigos de la fundación de Cali, llegó a la ciudad la imagen de Nuestra Señora de la Merced. El día 24 de septiembre se celebra su fiesta.

Según la historia, esta imagen de la Virgen es la patrona de los presos porque entre los sacerdotes que la trajeron a América había una orden de fuerza redentora de los cautivos y como es sabido, la misión de la Madre de Dios es organizar al pueblo para la conquista de las almas a fuerza de amor, verdad y arrepentimiento.

De este modo, la Maternidad Espiritual de la Virgen María se explicita de tres formas: María es Abogada porque intercede por nosotros, nos defiende de los acosos del mal y de los peligros. María es Mediadora en el sentido de que toda gracia que nos llega del cielo tiene un sello mariano, aunque no se vea. En el caso de María como Corredentora, se quiere explicitar que toda gracia que nos llega de Cristo nos llega del hijo de María.

Tu es Petrus, pasce oves meas

La Catedral Metropolitana de San Pedro Apóstol está abierta a media tarde para todo aquel que quiera entrar. Por eso, aquel miércoles de agosto me acerque a ella. En su puerta principal tiene un bajorrelieve en bronce encargado por monseñor Rodas al escultor antioqueño William Echevarría. Representa el nacimiento de la Iglesia Católica en la misión encomendada por Jesús a San Pedro Apóstol.

Planteada en arco de medio punto con arquivoltas y tímpano con heráldica eclesiástica se lee una inscripción con las frases “Tu es Petrus” (“Tu eres Pedro”. Mateo 16,18) y “pasces oves meas” (“apacienta mis ovejas”. Juan 21).

Al entrar en la Catedral, me llamó la atención la presencia de tres campanas en la pared de la nave lateral derecha. Tienen su historia. No obstante, no sé porqué, recordé tres cartas proféticas escritas en 1974 por San Josemaría – el fundador del Opus Dei- y que algunos han denominado las “Tres Campanadas”. Precisamente, pocos días antes, un amigo sacerdote me las había permitido leer.

En el otro extremo, en la nave izquierda, vi una magnífica imagen de Nuestra Señora del Carmen.

La Catedral tiene una capilla a la izquierda dedicada a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa. La representación en mármol de la Virgen vestida de blanco, con los dedos de las manos entreabiertos desde donde salen fulgentes rayos luminosos que descienden hacia la tierra, es una bella imagen que acoge la custodia con el Santísimo expuesto perpetuamente en la Catedral para la adoración de los fieles. Allí está Jesús Eucaristía vivo y presente mirando y dejándose mirar por todos aquellos que le quieran encontrar en su corazón. En el fondo de la capilla, una pintura representando a la Virgen y a Jesús entre ángeles. Arriba, en una vidriera, el Papa Pio XII, el predecesor del Papa Juan XXIII.

Fue en esa capilla donde aquella tarde recibí la absolución por parte de un sacerdote mexicano, misionero javeriano, en el sacramento de la reconciliación y del perdón. Fue después de confesar con profundo dolor en mi corazón todos mis pecados, pero a la vez, sintiendo un profundo agradecimiento por todo lo bueno que Jesús había hecho por mí a lo largo de la vida. Por la forma en que el sacerdote me dio la absolución, me vino a la mente el Padre Pio de Pieltrecina, aquel gran santo confesor. También he visto posteriormente que el 1 de agosto se celebraba la festividad de San Alfonso María de Ligorio, obispo, doctor de la Iglesia y patrón de confesores.

En la cola para recibir también dicho sacramento del perdón – en el que se manifiesta la grandeza de la misericordia del Señor – pude ver por primera vez al misterioso personaje protagonista de este relato. Era joven, llevaba una mochila a sus espaldas y entre sus manos una botella que contenía al menos dos litros de agua. Parecía alguien errante, de paso, fugaz. Tenía una cierta imagen de indigente.

A las 18:00h asistí a la celebración de la Eucaristía. Había una afluencia considerable de fieles a pesar de ser un día laborable y me percaté de la gran devoción con la que seguían la Santa Misa los asistentes. El celebrante, un sacerdote alto, negro y de buen porte, pronunció una homilía muy adecuada para lo que tenía que acontecer después. En un momento en el que yo cerré los ojos escuché en voz alta y con cierta autoridad unas palabras que parecían dirigidas a mi: ¡Qué nadie duerma!… Nessun dorma!

Al final de la celebración, las gentes devotas se acercaron al sacerdote para recibir la bendición de sus objetos religiosos. Yo también me acerque con mi rosario de madera de olivo que siempre llevo conmigo. El sacerdote nos roció generosamente con agua bendita. Quedé empapado. A mi lado, el personaje misterioso recibió la bendición sobre su persona y también sobre su botella de agua. Pensé: ¡ese se lleva dos litros de agua bendita!

Fuera de la catedral se inició el diluvio universal. Se oían rayos y truenos. La tormenta era impresionante. La gente salió del edificio con paraguas hacia sus casas y cerraron la puerta principal de la Catedral. Justo en el frontispicio de la entrada, y para no salir y mojarnos, tan solo quedamos el personaje misterioso y yo.

¡No tengas miedo!

Curiosamente las primeras palabras que cruzamos fueron para comentar la tormenta impresionante que estaba cayendo sobre la Iglesia Universal.

Surgieron el nombre de los dos Papas actuales que según el frontispicio de la puerta en la que estábamos refugiados debían “apacentar a sus ovejas” en medio de tantísimos lobos, la mayoría vestidos de corderos. Le cité al Papa Emérito Benedicto XVI que había tenido que renunciar a su ministerio y también al Papa Francisco que actualmente ocupa la Santa Sede como obispo de Roma. Ambos en su calidad de sucesores de San Pedro en el primado de la Iglesia Católica.

Ante mi temor sobre el ulular de los lobos, el misterioso personaje me repitió varias veces: “¿A qué temes? ¡No tengas miedo! Ambos Papas son instrumentos del Señor, inspirados y guiados por el Espíritu Santo”. Y pensé, ¡Dios sabe más!

Como si estuviera muy informado sobre los entresijos del asunto, mi interlocutor me dijo lo siguiente: “En estos tiempos proféticos, Benedicto y Francisco ponen las piedras para fundamentar una Iglesia renovada espiritualmente. Cada uno cumple su misión. Ciertamente son misiones muy distintas, pero siguen el plan que Dios tiene para cada uno de ellos. Igual que lo tiene para cada uno de nosotros ya que nuestro Padre quiere que seamos felices y alcancemos la vida eterna”.

Las palabras de mi interlocutor me recordaron, por un instante, que seguía llevando entre mis manos el libro que había adquirido esa misma tarde sobre las profecías del Papa Juan XXIII, el Pontífice que promovió el Concilio Vaticano II. Tenía mucha curiosidad en leer las últimas páginas que llegaban hasta el año 2033, coincidiendo con los Últimos Tiempos.

El joven indigente me invito a salir de nuestro refugio provisional bajo el frontispicio de la puerta principal de la Catedral de San Pedro y empezar a caminar bajo el cielo ya despejado y estrellado de Cali. Llevaba su mochila con todas sus pertenencias y entre sus manos seguía abrazando la botella con los dos litros de agua que habían sido recientemente bendecidos por el generoso sacerdote.

La lluvia había parado y apetecía seguir la conversación.
Me confesó que se había quedado ocasionalmente sin sus pertenencias por un robo el día anterior. Tenía que contactar con algún familiar o amigo fuera de la ciudad para resolver su precaria situación. Le dije si podia ayudarle en algo. En ningún momento me pidió dinero.

Aquella tarde le había sucedido algo extraño. Me contó que, en realidad, se dirigía hacia la cercana Iglesia de San Francisco cuando una fuerza misteriosa le agarro por el brazo y lo condujo con firmeza a la Catedral de San Pedro.

Le miré con cierta perplejidad cuando me dijo que el Arcángel San Gabriel “solía moverle en las misiones que realizaba”. Fue entonces cuando le pregunté: ¿Y cuál es esa misión? El me respondió: “Dar consejo a las personas que se cruzan conmigo cada día”. Me vino a la mente la imagen de un faro.

La etimología del nombre Gabriel no es exacta. Se sabe que su origen es hebreo, y que su resultado es la unión de dos raíces: Gabr-i-El. Se desconoce si la raíz gabr- proviene de gabar (fuerza) o geber (hombre). El término El siempre hace referencia a Dios. Por tanto, el significado del nombre Gabriel bien podría ser “la fuerza de Dios” o el “hombre de Dios”.

Gabriel es un nombre bíblico ya que, junto a Miguel y Rafael, es uno de los tres arcángeles cuya misión consiste en llevar el mensaje de Dios al hombre.


Gabriel aparece dos veces en el Antiguo Testamento enviado por Dios al profeta Daniel para ayudarlo a interpretar el significado de una visión y predecirle la llegada del Mesías. En el Nuevo Testamento se haya presente en dos importantes anuncios de nacimientos: se aparece a Zacarías para anunciarle el nacimiento de Juan el Bautista y más adelante – y esta se considera su misión más importante- a la Virgen María con el anuncio del nacimiento de Cristo.

Al arcángel San Gabriel se le tiene pues como un mensajero que nos hace crecer en la vida espiritual revelando los planes y propósitos que tiene Dios para nosotros.

Mientras caminábamos por las calles cercanas a la Catedral de San Pedro dirección a la Plaza de San Francisco, yo seguía insistiendo en mi preocupación por el destino del actual Papa y preocupado por si llegaría a ser incluso un mártir. La respuesta fue contundente: “la Iglesia, como Jesucristo, debe pasar su pasión, muerte y resurrección. Por todas esas etapas pasó Cristo primero, como Cabeza del Cuerpo Místico, y ahora le toca a la Iglesia fiel”.

Y añadió: “cierto que tal vez pudiese haber en el futuro un conclave muy convulso, y que del mismo surgiese un candidato alemán al Papado nada conveniente para la Iglesia de Cristo”. En ese instante pensé que en la Iglesia Católica se contabilizaban hasta 41 antipapas que habían ocupado la Santa Sede como obispos de Roma.

Posteriormente recordé también un relato profético de 1970 pronunciado por el Papa Emérito Benedicto XVI cuando todavía era el Cardenal Ratzinger.

Sus palabras fueron estas:

“Con esto hemos llegado a nuestro hoy y a la reflexión sobre el mañana. El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible. Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo.

Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Y, por tanto, por seres humanos que perciben más que las frases que son precisamente modernas. Por quienes pueden ver más que los otros, porque su vida abarca espacios más amplios.

San Juan Pablo II y Santa Madre Teresa de Calcuta

La gratuidad que libera a las personas se alcanza sólo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo. En esta pasión cotidiana, la única que permite al ser humano experimentar de cuántas formas diferentes lo ata su propio yo, en esta pasión cotidiana y sólo en ella, se abre el ser humano poco a poco. Él solamente ve en la medida en que ha vivido y sufrido. Si hoy apenas podemos percibir aún a Dios, se debe a que nos resulta muy fácil evitarnos a nosotros mismos y huir de la profundidad de nuestra existencia, anestesiados por cualquier comodidad. Así, lo más profundo en nosotros sigue sin ser explorado. Si es verdad que sólo se ve bien con el corazón, ¡qué ciegos estamos todos!

¿Qué significa esto para nuestra pregunta? Significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe son palabras vanas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en «oraciones» políticas. Es completamente superflua y por eso desaparecerá por sí misma. Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte. De la misma manera, el sacerdote que sólo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero seguirá siendo aún necesario el sacerdote que no es especialista, que no se queda al margen cuando aconseja en el ejercicio de su ministerio, sino que en nombre de Dios se pone a disposición de los demás y se entrega a ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia.

Demos un paso más. También en esta ocasión, de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros.

Ciertamente conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica.

Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo. El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó de los falsos progresismos, en vísperas de la revolución francesa –cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso dar a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura– hasta la renovación del siglo XIX.

Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas.

A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, que fracasó ya en Gobel, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte”.

(Charla radiofónica publicada en Glaube und Zukunft, Kösel-Verlag, Munich 1970; Fe y futuro, Desclée de Brouwer, Bilbao 2007).

En ese momento pensé que encerrarse en lo temporal es para los ministros de la Iglesia una terrible tentación y un temible subterfugio. Es arriesgarse a abandonar la tarea esencial de la Iglesia. Es el riesgo de invadir la autonomía necesaria de las tareas temporales, como ya había dicho el propio Concilio Vaticano II.

No obstante, así parece ser como a menudo navega la barca de la Iglesia. Los discípulos hacen humanamente lo que pueden hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo que es el auténtico Salvador. Él nos habla hoy también como en el tiempo de los apóstoles y nos dice: “No tengáis miedo, que soy Yo” (Mc 6, 45-52).

Fiat, ¡Hágase!

Llegamos finalmente a la Plaza de San Francisco. A esas horas realmente dicho lugar me pareció muy peligroso. Las personas que deambulan por delante de nosotros eran como almas en pena, auténticos zombis. Recuerdo a una mujer cadavérica que se nos acercó y con la mirada ciertamente diabólica pronunció de forma agresiva expresiones totalmente incomprensibles para mí.

No obstante, a pesar de todos esos personajes que se iban sucediendo delante de nosotros, la sensación que yo tuve durante esas horas de revelación particular fue de total confianza y tranquilidad. La botella de agua bendita que exhibía mi acompañante misterioso ante esos espectros fugaces también debía hacer sus efectos.

“El manto de la Virgen te protege” me comentó la voz del ángel en boca de aquel joven. “¡No temas! Confía”.

En ese momento me imagine la oscura noche que nos envolvía como si fuese el manto azul estrellado de la Virgen de Guadalupe. México se hacía presente en la conversación, al igual que Colombia, Polonia, y España, “países con gran devoción a la Santísima Virgen María y que han sufrido y sufrirán mucho por esa causa”.

El arcángel San Gabriel en la Anunciación había recibió de María el “Fiat”, es decir, el “hágase en mi según Tu Palabra”. Bellísimas palabras que habían permitido al Redentor iniciar su obra de Salvación.

Esa confianza absoluta y ese “Fiat” a Dios era lo que me estaba reclamando a mí también aquella noche el enviado en su misión.

El misterioso personaje me hizo comprender que “la mejor lección de sencillez, humildad y confianza en Jesús es la que recibimos de la escuela de María porque ella es Madre de Dios y Madre nuestra. En estos momentos, el Espíritu Santo inspira a los corazones de los hombres de buena voluntad para que imitemos esa humildad y sencillez de María. Ese es el verdadero camino que nos ayuda a revestirnos de su hijo, Nuestro Señor Jesucristo, a cristificarnos para dar la mejor versión de nosotros mismos, a seguirle, amarle y a confiar plenamente en Él”.

Aunque también me puso en alerta con las siguientes palabras: “muchos silenciaran a Jesucristo como Hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad y lo presentaran desde una nueva cristologia, como un nuevo “Cristo” muy parecido a la visión New Age que rompe la unidad de lo divino con lo humano por una pagana noción de humanidad divinizada. Esa visión separa a Cristo de Jesús, despersonaliza a Cristo y relativiza la Encarnación. En esa nueva cristologia, lo divino ahora es llamado el “Cristo Cósmico”, es decir, el Espíritu reconocible en todas las religiones. Para esa perspectiva errónea, Jesús es un mero hombre que comparte con los demás el Espíritu divino. Cristo es la “Conciencia de Cristo”. Frente a esa visión de Jesús, es importante reafirmar la visión cristiana que se dirige a Cristo con la expresión Nuestro Señor Jesucristo”.

Finalmente, respecto a la Santísima Virgen, añadió: “En su sencilla humanidad María fue preservada por la Santísima Trinidad del pecado e incluso no fue tentada nunca por Satanás como sí lo fue Jesús en el desierto”.

“Satanás, en su prepotencia quiso tentar a su antagonista, a Jesús, sin reparar en que Maria abrió con su “Fiat” las puertas de la redención del género humano. Por ello, es merecedora que la Iglesia reconozca solemnemente su papel corredentor en la historia de la Salvación”.

Tal vez por eso, pensé yo, el Aviso que nos anuncia la Santísima Virgen en Garabandal se ha asociado estrechamente al momento en que un Papa proclame el dogma de la Corredención de María.

Ese quinto dogma mariano de la Corredención de la Santísima Virgen está siendo esperado y promovido actualmente por un sector de la Iglesia que ve a María como signo necesario para lograr la unidad tan deseada en toda la Iglesia y además, como un medio extraordinario para alcanzar las gracias en estos tiempos de tribulación que se avecinan. No obstante, hay otro sector importante de la Iglesia que se opone a la proclamación de ese dogma, situación que revela con claridad la misma lucha interna que hay dentro de la Iglesia Católica.

Al alba… ¡Esperanza!

Ya en los primeros albores del jueves 2 de agosto de 2018, festividad de Nuestra Señora de los Ángeles, con los brillantes rayos del sol desplegándose por las calles de la ciudad, el misionero angélico me dijo lo siguiente: “Lucifer, únicamente puede hacer suyos a los soberbios y jamás a los humildes y limpios de corazón como lo fue la Santísima Virgen María”.

“Es importante sellarse en estos tiempos y consagrarse a nuestra Madre”, vino a decirme mi acompañante que había sido una luz en la oscuridad aquella noche. “De este modo, podremos ser como un faro para los demás. Es imprescindible revestirse con las armas de la luz y desechar las obras de las tinieblas ya que… la noche está avanzada, y el día está cerca” (Roma 13 11-12).

Entendí con estas palabras que nuestra vocación es ser y vivir como una luz encendida en medio de un lugar tenebroso.

El joven misterioso me contó finalmente que en su camino de conversión, muchas veces había sentido arder sus pantorrillas como si tuviesen llamas de fuego. En ese momento no le di importancia a ese comentario. Posteriormente entendí que era una de las muchas señales que había recibido durante aquellas horas para que “conectase los puntos”.

Al llegar a Barcelona, de forma intuitiva, me dirigí a una estantería de mi casa para consultar un libro sobre los ángeles que hacia algunos años me había traído una amiga desde Italia. Comprendí rápidamente la señal que me había querido dar aquel hombre en misión en la ciudad de Cali.

Abriendo aleatoriamente el libro apareció una ilustración del cuadro pintado en 1850 por Dante Gabriel Rossetti titulado “Ecce Ancilla Domini” ( o “La Anunciación”) y que se encuentra expuesto en la Tate Gallery de Londres.

En dicho cuadro, apartándose de una larga tradición iconográfica, el Arcángel San Gabriel aparece representado sin alas. No obstante, lo que resulta muy interesante es el detalle de las llamas en sus pantorrillas.

¿Resultaba ser este un signo claro de quién había protagonizado realmente la misión de anuncio aquella noche?

A lo largo de las siguientes semanas seguí el consejo que me había dado el mensajero que el Señor había puesto en mi camino aquella noche. Hice la consagración a la Santísima Virgen María según el método de San Luis María Grignion de Montfort. La realicé bajo la advocación de la Virgen de la Merced, patrona de Cali, esa bella ciudad de Colombia, jardín de María.

Tras el día 33 propuesto por el citado método de Grignion de Montfort, la primera festividad mariana que aparecería en el calendario era, providencialmente, la del 24 de septiembre, festividad de Nostre Senyora de la Mercè, patrona de Barcelona – mi ciudad natal –  que a su vez, tiene el título de Redentora de los Cautivos en su condición de Patrona de la Orden de los Mercedarios, antigua orden religiosa fundada en Barcelona el año 1218 y que continua desarrollando plenamente su actividad en la actualidad.

Días más tarde, renové mi consagración ante Nuestra Señora del Carmen de Garabandal.

Y es que la Providencia quería conducirme, junto a un equipo de mujeres y hombres santos, hasta el ilusionante proyecto de erigir un Hogar para la Madre de Jesús, el Verbo Encarnado, en San Sebastián de Garabandal.

En ese lugar esta en marcha un precioso proyecto de santuario para nuestra Madre que quiso manifestarse en los años 60 del siglo pasado en aquellos bellísimos paisajes de Cantabria (España).

Los signos encajaban a la perfección dado que entre mis propósitos profesionales y misión personal se encuentra el compromiso de promover la custodia de la Creación y la preservación de la naturaleza y dignidad de la condición humana, colaborando de este modo, humildemente y como simple instrumento, en la obra del Creador.

Las señales iban de este modo enlazando los mensajes de ESPERANZA del Arcángel San Gabriel en Cali con el anuncio del Gran Aviso como acto supremo de la MISERICORDIA de Dios profetizado por nuestra Madre en Garabandal. Providencialmente, ¡todo estaba conectado!

Nessun dorma! … ¡Que nadie duerma!

Para saber más:

VÍDEO: Nessun Dorma, Turandot. Interpretada por Lucciano Pavarotti dirigido por Zubin Mehta (1980)

VÍDEO: Domenico Bartolucci. Adoro te devote

DOCUMENTO: Blog Propuesta cronológica. Análisis de las pistas temporales contenidas en distintas profecías sobre el fin de los tiempos.

ARTÍCULO: “Inactivos no vamos a quedarnos” por José Luís Aberasturi (08.01.20)

VÍDEO: Garabandal: solo Dios lo sabe

VÍDEO: Nessun Dorma, Violonchelo