Son muchos los padres que me dicen que tienen la sensación de pasarse el día regañando. Por otro lado también hay madres que me dicen que tienen la sensación de pasarse el día discutiendo con sus maridos.
Hay épocas en la vida en que parece que toda la comunicación en casa es negativa, está viciada y apenas nos hablamos para comentar cómo nos ha ido el día, mucho menos para decirnos algo agradable.
Con el poco tiempo que el trabajo nos deja – las prisas con las que salimos de casa todas las mañanas y el cansancio con el que llegamos cada tarde – es probable que haya momentos en que nos cueste saber trasmitir un poco de sosiego.
La cuestión es ¿hay que regañar por todo?, ¿hay tantas cosas por las que discutir?
A veces nos exigimos demasiado, y aún más a los de nuestro alrededor. Pero en realidad hay muchas cosas que debemos pasar por alto.
En particular estoy pensando en los accidentes. No me refiero a un niño quemándose con la plancha ni a nuestro cónyuge en un siniestro total, sino a esos pequeños descuidos cotidianos:
El niño que tira el vaso en la mesa (ya sé que es a diario, tengo cuatro hijos)
Y además se olvida la agenda en clase (ya sé que se lo habías recordado al dejarle en la puerta del colegio)
El plato vacío dentro de la nevera.
La columna del garaje, que parece moverse. (La semana pasada me enviaron un mensaje que decía «Si el roce hace el cariño, mi esposa se va a casar con la columna del garaje»)
¡Hay que ver cómo se ponen los hombres cuando se les roza el coche!
Si ha sido un descuido, entonces no está justificada la regañina. Más bien habrá que buscar las causas de que ocurra tan a menudo. Lo primero tendrá que revisarse la vista. Si está bien, entonces asegurarse de que el desarrollo neuromotor es adecuado, y no vendría mal una prueba de memoria.
¡Claro que hay que cuidar las cosas!, ¡Naturalmente que hay que prestar atención!, pero con todas las cosas que hay a lo largo del día para corregir, ¿vamos a sacar los pies del tiesto por la leche derramada? ¡Anda ya!
Lo cierto es que hay personas que tienen vocación de copilotos. Todo el día dando instrucciones y corrigiendo a aquel que lo hace distinto a ellos:
– ¿Por dónde vas a casa de tu madre?
– ¿Por qué guardas los libros en el cajón? ¡Mételos ya en la mochila!.
– ¡Poner bien los platos en el friegaplatos, de mayor a menor! (Esa es mi manía).
En cierta ocasión un padre «me boicoteó» la propuesta de que su hijo de 10 años se hiciera la cama por las mañanas porque el cuarto debía airearse no menos de 45 minutos.
Y ese es sólo un ejemplo, cada uno tenemos nuestras manías.
Pues si tanto te importa ¡hazlo tú!, y deja a los demás en paz que tienen cosas más importantes que hacer.
Ya sé que lo del vaso es a diario, que la columna sólo se encuentra con ella y que las llaves y la cartera en la mesa de la entrada sólo se las deja él.
¿Y qué?. ¡Menos mal!, así los errores está repartidos en la familia. Seguro que también hay alguno que nunca ha roto un plato, normal, nunca recoge.
Pues sí, los coches se rozan, los vasos se caen y las agendas se olvidan (y a veces también el jersey, el abrigo e incluso un zapato), pero sinceramente ponerse como se ponen algunos es elevar los inconvenientes a categoría de tragedias.
Y no digo que no se enfade, no se va a poner a dar palmas, pero sea comprensivo, dirija su ira hacia otro lado y piense en aquello que tanto le gusta y tanto quiere de quien ha cometido el error. Y por cierto, si le cuesta encontrar algo agradable en lo que pensar, es señal de que usted debe hacer algo que les pueda alegrar a ellos.