En la película Monstruo (2023), el cineasta Hirokazu Koreeda reflexiona sobre la búsqueda de la verdad y la empatía que nos abre a los otros como brújulas morales que ayudan a identificar el bien en el universo individual y colectivo. El director nipón presenta la globalización de la mentira, la violencia y la indiferencia hacia los más vulnerables como causas que socavan la condición humana y nos convierten en seres faltos de compasión hacia la vida y la dignidad de los otros. El film confía al despertar de las conciencias la facultad de renacer para volver a ser humanos.
¿Quién es el monstruo? Para Minato y Yori, compañeros de clase, es un juego inocente que consiste en realizar preguntas al contrincante para adivinar cuál es el animal dibujado en sus respectivas cabezas y que no pueden ver. Sin embargo, conforme avanza la película Monstruo (2023), del cineasta Hirokazu Koreeda, la pregunta adquiere connotaciones más profundas y dramáticas. No sólo facilita los continuos y sorprendentes giros de guion e hilvana con extraordinaria maestría una estructura narrativa que, a modo de puzle, abarca múltiples lacras sociales. También cumple con el cometido de las buenas películas: golpear el alma del espectador, en célebre expresión del filósofo del cine norteamericano, Stanley Cavell.
Inicialmente, el director nipón nos presenta la historia de Saori, una madre viuda y sobreprotectora que atribuye el extraño comportamiento de su hijo preadolescente, Minato, al maltrato de un joven profesor, Hori, recién llegado a la escuela. Pero, a medida que avanza el film y se incorporan, por turnos, otras perspectivas, distintas a las de Saori y Minato -la del profesor, la hermética directora del colegio y otro de los niños protagonistas, Yori- emerge una variedad temática que expande la trama. El acoso escolar, la preocupación por la pérdida de reputación, la desestructuración familiar, el maltrato infantil, las adicciones, el sensacionalismo de los medios de comunicación, la difusión de bulos en las redes sociales, la falta de educación emocional y la incomunicación humana son temas que encuentran un nexo común en la globalización de la mentira, la violencia y la falta de empatía como causas que socavan nuestra condición humana.
En un juego de perspectivas, los personajes se acusan de monstruos unos a otros y el director nipón logra involucrar al espectador en la respuesta a la inquietante pregunta: ¿Quién es el monstruo? Mientras la verdad, poco a poco, ilumina lo que estaba oculto para desvelar una bellísima historia de amor y amistad, mostrar la extraordinaria complejidad humana y, conducirnos, a la intención última del director: la defensa de la relevancia de la verdad y de la empatía como brújulas morales que nos permiten distinguir entre el bien y lo monstruoso en el universo individual y colectivo. La felicidad es la recompensa. Y como reconoce la directora del colegio, en una conversación con Minato, tras una lenta metamorfosis de ambos personajes: “no está hecha para unos pocos, sino al alcance de todos”.
Dos de las metáforas más impactantes de la cinta son un vagón de tren abandonado, lugar de juego de Minato y Yori, que hace referencia a la humanidad descarrilada, con constantes alusiones de los niños a la posibilidad de renacer tras la muerte o de curarse cuando alguien enferma. El film confía el privilegio humano de hacerse de nuevo, una segunda oportunidad para sobreponerse a la adversidad o mejorar como personas, al despertar de la conciencia. Una mirada resiliente que Koreeda, hacia el final del film, sustancia en una imagen, la de una ventana de cristal, a modo de escotilla, en el vagón de tren, cubierta de barro por una devastadora tormenta y que tratan de limpiar desesperadamente a cuatro manos el profesor Hori y la madre de Minato, ayudados por una incesante lluvia. El director filma la escena sin revelar si dentro están los niños vivos o muertos porque su interés no es despejar esa incógnita, sino salvaguardar la esperanza en el corazón humano. La tormenta cesará, el agua arrastrará el barro y, con un efecto redentor, brindará la oportunidad de empezar de nuevo.
La estructura narrativa de Monstruo es un tributo a la película Rashomon (1950), de Akira Kurosawa, basada en dos cuentos del escritor neorrealista Akutagawa. Éste sometía dilemas morales a distintas perspectivas, abriendo surcos hacia una verdad que se iba desvelando. La carrera de Koreeda, un maestro en reflejar con hondura prejuicios y vínculos, se afianzó en 2018 con la Palma de Oro en Cannes por Un asunto de familia.
En definitiva, Monstruo es de esas películas que no hay que perderse.
Valoración bioética
El escepticismo imperante, doctrina basada en que la verdad no existe y que, en caso de que exista, el ser humano no puede conocerla, está hoy en la base de numerosos dilemas bioéticos que cuestionan la centralidad y el carácter sagrado de la vida humana. Este problema adquiere una mayor complejidad con la apelación constante, a seguir los dictados de una conciencia que, en realidad, es errónea, y se suele confundir con la certidumbre subjetiva, es decir, la mera opinión propia.
La propuesta fílmica humanista de Hirokazu Koreeda en Monstruo sintoniza con algunas reflexiones de Joseph Ratzinger, en Conciencia y Verdad, antes de su papado como Benedicto XVI. El teólogo y filósofo, siguiendo las enseñanzas del cardenal inglés John Henry Newman, afirma en esta obra que renunciar a la verdad es abdicar de un sistema objetivo de referencias que tiene que ver con valores eternos y comunes a todos los seres humanos. Una conciencia adecuadamente entendida, según Ratzinger, es la que se orienta a la verdad frente a una conciencia errónea que deforma lo moral y nos deshumaniza por la ausencia de dudas y escrúpulos. Joseph Ratzinger califica la conciencia del liberalismo de “cascarón de la subjetividad” que convierte las sociedades en un conjunto de individualidades cerradas a los otros, atendiendo a una voz que no es más que reflejo de tendencias sociales. Es una conciencia mal formada, falible y cautiva que renuncia a la verdad y promueve el conformismo frente al pensamiento crítico.
Monstruo es una oda a la búsqueda de la verdad y al amor por lo verdadero mediante la reflexión y la apertura a otras perspectivas que amplían la comprensión de lo humano. La película coincide con la tesis de Ratzinger al considerar la culpa como un grito de la conciencia que nos permite darnos cuenta de la transgresión de un valor humano fundamental. Por ende, rompe con el modelo que identifica subjetividad con libertad y que hace coincidir la verdad y la conciencia con los propios gustos, deseos, ventajas sociales o consensos políticos que no se preguntan por el bien.
En la misma línea, el filósofo moral estadounidense Harry G. Frankfurt en su breve ensayo Sobre la verdad concluye que “ninguna sociedad puede permitirse despreciar o no respetar la verdad” porque es indispensable para seguir vivos, comprendernos a nosotros mismos y adecuar nuestras acciones a la naturaleza de aquello sobre con lo que hemos de relacionarnos, emitir juicios o tomar decisiones.
Hannah Arendt en la Condición Humana subraya que si los hechos pueden cambiarse y lo que hoy es verdadero mañana puede ser falso, se habita en un mundo donde la verdad y la moral han perdido cualquier expresión reconocible. La consecuencia, es la pérdida de la realidad humana, del mundo compartido. Ello nos aboca a la decadencia y la barbarie.
Amparo Aygües – Ex alumna Master Universitario en Bioética – Colaboradora del Observatorio de Bioética