29 abril, 2025

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Miserando atque eligendo: El legado de la misericordia en la Iglesia

Una reflexión sobre el pontificado del Papa Francisco y la llamada a un nuevo inicio desde el corazón del Evangelio

Miserando atque eligendo: El legado de la misericordia en la Iglesia

En el tiempo de Pascua celebramos la Resurrección de Jesucristo, un acontecimiento que cambió el rumbo de la historia. Durante los días entre la Resurrección y la Ascensión, Jesús se apareció a sus discípulos para confirmar que había vencido a la muerte. Su cuerpo glorioso, lleno de llagas pero libre de las limitaciones del espacio y el tiempo, inauguraba una nueva vida que nosotros también esperamos alcanzar algún día.

Desde esos primeros momentos, el «modelo de negocio» de Dios no ha seguido criterios de eficiencia humana: ha sido un trato de persona a persona, llevando el Evangelio —la «Buena Noticia»— a todos los rincones del mundo a través de testigos. Frente a religiones antiguas que presentaban dioses míticos o poderes impersonales, el cristianismo trajo un anuncio revolucionario: detrás de las leyes de la naturaleza hay un Creador que tiene cabeza y corazón, que es amor y se ha hecho hombre para salvarnos.

A lo largo de los siglos, la fe cristiana ha dado lugar a costumbres, culturas, estructuras litúrgicas y jurídicas. Sin embargo, también ha atravesado crisis profundas, especialmente a partir del siglo XV, cuando una «adolescencia espiritual» —marcada por la rebelión y la autosuficiencia— dio paso a la secularización. Esta evolución ha tenido tres grandes etapas: la confrontación política, el hedonismo cultural y, finalmente, un relativismo que ha vaciado de sentido los valores tradicionales.

Hoy, ante esta situación, la Iglesia se enfrenta a tres posibles caminos: asimilarse al mundo secularizado, batallar culturalmente desde sus tradiciones, o recuperar el núcleo puro de la fe para anunciarlo de nuevo como la primera vez. El Espíritu Santo, a través del Papa Francisco, nos ha guiado hacia esta tercera vía.

El pontificado de Francisco se ha caracterizado precisamente por su insistencia en la misericordia, no como un sentimentalismo superficial, sino como el corazón mismo del Evangelio. La misericordia de Cristo abarca a todos los hombres y a todo el hombre: cuerpo y alma, dignidad y vida eterna. Los gestos del Papa —desde su primera salida a una cárcel para lavar los pies de los presos, hasta su abrazo a los marginados, los enfermos y los migrantes— han sido reflejo vivo de esa caridad cristiana sin fronteras.

No se trata de un «buenismo», ni de una debilidad doctrinal. Se trata de volver al núcleo de la fe: el amor incondicional de Dios por cada uno de nosotros. Francisco nos ha recordado, con palabras y gestos, que la Iglesia es un hospital de campaña, llamada a acoger, sanar y acompañar, no a condenar.

Su legado queda plasmado no sólo en encíclicas como Laudato si’, Fratelli tutti o su última gran encíclica sobre el Sagrado Corazón, C’est la confiance, sino también en la profunda reforma espiritual que impulsa una Iglesia en salida, guiada por el Espíritu Santo, capaz de escuchar y de ofrecer la fe como una buena noticia para un mundo que ha olvidado su sed de Dios.

Hoy, al finalizar su pontificado, confiamos el futuro de la Iglesia a la intercesión de San José, de San Juan Pablo II y de María, para que el próximo Papa, elegido «miserando atque eligendo», sea un hombre según el corazón de Cristo, capaz de guiar a la Iglesia hacia una nueva primavera de fe y misericordia.

Luis Herrera Campo

Nací en Burgos, donde vivo. Soy sacerdote del Opus Dei.