Ministerio del catequista: Un reconocimiento oficial esperado

Comentario sobre el Motu Proprio ‘Antiquum Ministerium’

ministerio catequista reconocimiento
Catequesis © Catequesisalbacete.org

Ricardo Grzona, experto en Lectio Divina y CEO de la Fundación Ramón Pané, comparte con los lectores de Exaudi este análisis sobre el recién instituido ministerio del catequista, un reconocimiento oficial esperado desde hace décadas.

***

El día martes 11 de mayo de 2021, se presentó, como había sido anunciado, la versión oficial del Motu propio del Papa Francisco en la que se reconoce como un ministerio dentro de la Iglesia a quienes se dedican a la formación en la fe, no sólo en la preparación para los sacramentos, sino también a toda la formación integral del ser humano que acepta a Jesús y a su Iglesia y que es capaz de modificar su vida, para adaptarla con la coherencia de las exigencias de la fe. Es decir, el ministerio de catequista. Un reconocimiento oficial que la Iglesia le ofrece a tantos hombres y mujeres que han dado gran parte o toda su vida para mantener la fe, la esperanza y la caridad de todos los fieles, acompañando los procesos de la vida entre los que están los sacramentos.

Por alguna razón desconocida, circularon la semana pasada a través de las redes masivas de internet versiones no oficiales, con errores muy graves, que confundieron a muchos. Hasta monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, se lamentó por estas presentaciones. Por este motivo hemos esperado a tener la versión oficial publicada por el Vaticano en su página oficial, para presentar un artículo con solidez.

Un poco de Historia cercana

El Concilio Vaticano II ofreció a la Iglesia un renovado aspecto de su misión en el mundo contemporáneo. Y desde allí podemos revisar algunas ideas que llevan a este importante momento.

Un punto puede ser la Teología renovada de la revelación y de la fe, de acuerdo a la Constitución Dei Verbum (DV). Relación entre Revelación y fe. En la última cena con los apóstoles, Jesús prometió enviarles el Espíritu: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13). Y la Iglesia continúa entregando a las futuras generaciones “el Evangelio íntegro y vivo en ella misma” (DV 7), a la vez que sigue atenta al Espíritu para crecer en la comprensión integral de las cosas y palabras transmitidas (cf DV 8). En estas últimas décadas, la Iglesia ha pasado de concebir la Revelación y la fe en clave noética (de verdades y de inteligencia) a concebirla en clave interpersonal (de encuentro entre Dios y la persona humana). La Revelación, de acuerdo a la Constitución Dei Verbum es la automanifestación y donación de Dios mismo; su mediador y plenitud, Cristo, el Hijo encarnado, en unión con el Espíritu. La palabra de Dios, antes que libro inspirado y verdad revelada, es presencia y acción desbordante de Dios en la comunidad humana, en clave de comunicación de sí mismo.

Para el Vaticano II, el ser humano “por la fe se entrega total y libremente a Dios, le ofrece el homenaje pleno de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad” (DV 5).

Revelación, fe y catequesis

Cuando la Revelación era concebida como comunicación de verdades reveladas y aceptadas por la fe como verdaderas, la catequesis se movía en clave de iluminación cristiana de la inteligencia por los datos revelados y de su retención en la memoria religiosa. El cristiano así era un creyente ilustrado. Pero, concebida la Revelación como Palabra de Dios, y la fe como actitud personal, descubrimos el nuevo rostro de la catequesis. Esta, como servicio de la Palabra, es, ante todo, iniciación al encuentro personal con Cristo, el Señor, en que Él nos comunica el misterio vivo de su Persona y su proyecto de salvación y comunión. A su vez, la fe es comunión vital con Él y con las personas vinculadas a Él. La catequesis, como servidora de la Palabra de Dios que se encarna en las culturas (cf Gaudium et Spes 58), favorece esta inculturación para hacer más transparentes las llamadas que Dios hace a los seres humanos de todos los tiempos y lugares (GS 44). Y la fe es respuesta operativa al servicio del mundo. La catequesis, por fin, como servidora de la Palabra, don del Espíritu, necesita un clima de acogida y docilidad al mismo, sin limitarse al apoyo de las leyes humanas de la comunicación y de la organización; exige momentos de oración y contemplación. A su vez, esta fe se vive como don gratuito necesitado del aliento del Espíritu.

La nueva forma de entender la Teología de la Iglesia (Lumen Gentium, Sacrosanctum Concilium, Ad Gentes). En realidad, todo el Concilio es eclesiológico, la eclesiología está dispersa en todos sus documentos. Una Iglesia que se comprendía a sí misma como sociedad perfecta, árbitro de toda verdad e institución fuertemente jerarquizada bajo la autoridad del Papa, ha pasado a ser, en el Vaticano II: Pueblo de Dios en marcha, misterio y acontecimiento, sacramento de salvación y tradición, presente en el mundo y servidora del mundo, misionera y evangelizadora, una Iglesia de comunión y comunidad dinámica, abierta al futuro y al pobre. 

Nueva concepción de evangelización (Ad Gentes). Durante los años 60 y parte de los 70, el término evangelización tenía un sentido limitado al anuncio del Evangelio a los no creyentes en orden a su conversión. En el Vaticano II el término, en general, adquiere “significados más amplios”. De hecho, el término evangelización en Ad Gentes abarca todas aquellas acciones que llevan a las personas a pasar de la no fe a la fe, a madurar su fe y a integrarse en la comunidad cristiana mediante la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana (AG 1-14).

Un ministerio muy esperado

El Papa Francisco, escuchando las voces de los pastores de diferentes lugares del mundo, y atento a las recomendaciones del Concilio Vaticano II, con la autoridad que le compete firma el Motu Proprio Antiquum Ministerium. Donde deja muy claro, que es un ministerio laical (no es que las personas consagradas están fuera del mismo, pero ya deben dedicarse por su vocación a la enseñanza de la fe). Era necesario, muy necesario que el Sucesor de Pedro, retomase lo que desde los primeros discípulos mantuvieron. El nombre del documento, muy acertado, nos habla que este ministerio no es una “novedad” en la Iglesia. Ahora está oficializado, y esa sería la novedad. Es para la Iglesia del Tercer Milenio.


En muchos libros sobre el estudio, la formación y la espiritualidad del catequista laico, se habla con frecuencia de la “ministerialidad”. Es una actividad que siempre existió “de hecho” en la Iglesia. Y en la presentación del Documento se habló de los miles de hombres y mujeres que han servido a la transmisión de la “belleza de la fe”. Con sus vidas laicales, aquellos catequistas fueron siempre, y lo serán, testigos de este encuentro con el Señor Resucitado.

Citando a san Pablo VI, se dijo: “Tales ministerios, nuevos en apariencia, pero muy vinculados a experiencias vividas por la Iglesia a lo largo de su existencia — por ejemplo, el de catequista… —, son preciosos para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno a ella y hacia los que están lejos” (EN 73).

En la presentación del documento, monseñor Fisichella hizo énfasis: “Instituir un ministerio por parte de la Iglesia equivale a establecer que la persona investida de ese carisma está realizando un auténtico servicio eclesial a la comunidad. El ministerio está fuertemente asociado a las primeras comunidades que, desde el principio de su existencia, experimentaron la presencia de hombres y mujeres dedicados a desempeñar ciertos servicios en particular.”

La conclusión a la que llega el Papa Francisco es muy clara: “Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe”. De ello se deduce que recibir un ministerio laical como el de catequista da mayor énfasis al compromiso misionero propio de cada bautizado, que en todo caso debe llevarse a cabo de forma plenamente secular sin caer en ninguna expresión de clericalización” (Antiquum ministerium, 7). En esta conclusión se juega gran parte de la novedad que aporta este ministerio: hombres y mujeres son llamados a expresar de la mejor manera posible su vocación bautismal, no como sustitutos de los sacerdotes o de las personas consagradas, sino como auténticos laicos y laicas que, en la particularidad de su ministerio, hacen posible experimentar en toda su extensión la llamada bautismal al testimonio y al servicio eficaz en la comunidad y en el mundo.

También monseñor Fisichella apreció: “Es evidente que no todos los que hoy son catequistas podrán acceder al ministerio de catequista. Este ministerio está reservado a quienes cumplen ciertos requisitos que el Motu proprio enumera. En primer lugar, el de la dimensión vocacional para servir a la Iglesia donde el obispo lo considere más cualificado. El ministerio no se da para la gratificación personal, sino para el servicio que se pretende prestar a la Iglesia local y a servicio de donde el obispo considere necesaria la presencia del catequista. No hay que olvidar que en diversas regiones donde la presencia de sacerdotes es nula o escasa, la figura del catequista es la de aquel que preside la comunidad y la mantiene arraigada en la fe”.

Por su parte monseñor Franz-Peter Tebartz-van Elst desarrolló tres puntos para entender Antiquum Ministerium (AM):

1.- El ministerio del catequista se opone a una clericalización de los laicos y a una laicización del clero. Establecer estas notables afirmaciones ayudará a entender la espiritualidad de Iglesia en Comunión, donde todos los bautizados ejercemos nuestro ministerio.

2.- El ministerio del catequista se desarrolla en una espiritualidad comunitaria y en una espiritualidad de la oración. El catequista responde a su vocación en la Iglesia de manera particular con la proclamación de las enseñanzas del Evangelio; por tanto, presupone la integración del catequista en la comunión de la Iglesia y exige una comunicación constante con Dios y con los fieles.

3.- El ministerio del catequista es un servicio que se adquiere con una formación específica y sólida. De esta manera se garantiza solo cuando el catequista está acompañado y cualificado para esta vocación y tarea específica. Es precisamente en este contexto donde la Iglesia tiene la oportunidad de transmitir la especificidad de la vocación y la misión del catequista.

10 claves de Lectura para Antiquum Ministerium

Desde una primera apreciación se pueden observar estas claves que pueden ayudarnos a comprender mejor

  1. El ministerio del catequista es muy antiguo, desde los primeros discípulos se nota con claridad la “misionariedad del discípulo”. La base del Nuevo Testamento fundamenta con una claridad meridiana que “Desde sus orígenes, la comunidad cristiana ha experimentado una amplia forma de ministerialidad que se ha concretado en el servicio de hombres y mujeres que, obedientes a la acción del Espíritu Santo, han dedicado su vida a la edificación de la Iglesia… La Iglesia ha querido reconocer este servicio como una expresión concreta del carisma personal que ha favorecido grandemente el ejercicio de su misión evangelizadora. Una mirada a la vida de las primeras comunidades cristianas que se comprometieron en la difusión y el desarrollo del Evangelio, también hoy insta a la Iglesia a comprender cuáles puedan ser las nuevas expresiones con las que continúe siendo fiel a la Palabra del Señor para hacer llegar su Evangelio a toda criatura”. (AM 2).
  2. El Recuerdo de “la larga lista de beatos, santos y mártires catequistas ha marcado la misión de la Iglesia, que merece ser conocida porque constituye una fuente fecunda no sólo para la catequesis, sino para toda la historia de la espiritualidad cristiana… También en nuestros días, muchos catequistas capaces y constantes están al frente de comunidades en diversas regiones y desempeñan una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe” (AM 3).
  3. El catequista abre caminos y “planta la Iglesia” para continuar en la comunión (AM 4). La persona del catequista es necesaria para evangelizar a tantas multitudes y propagar la fe.
  4. Fidelidad al pasado y responsabilidad por el presente son las condiciones indispensables para que la Iglesia pueda llevar a cabo su misión en el mundo. Para eso es necesario reconocer la presencia de laicos y laicas que, en virtud del propio Bautismo, se sienten llamados a colaborar en el servicio de la catequesis. En nuestros días, esta presencia es aún más urgente debido a la renovada conciencia de la evangelización en el mundo contemporáneo, y a la imposición de una cultura globalizada, que reclama un auténtico encuentro con las jóvenes generaciones, sin olvidar la exigencia de metodologías e instrumentos creativos que hagan coherente el anuncio del Evangelio con la transformación misionera que la Iglesia ha emprendido (AM 5).
  5. Sal de la tierra y luz del mundo. La persona del catequista con su vocación secular da testimonio creíble de este encuentro con Jesús Resucitado (AM 6).
  6. La transmisión de la fe, que se desarrolla en sus diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce al kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente que permite a cada bautizado estar siempre dispuesto a “dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza” (1 P3,15) (AM 6).
  7. El catequista es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia. Una identidad que solo puede desarrollarse con coherencia y responsabilidad mediante la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad (AM 6).
  8. Recibir un ministerio laical como el de catequista da mayor énfasis al compromiso misionero propio de cada bautizado, que en todo caso debe llevarse a cabo de forma plenamente secular sin caer en ninguna expresión de clericalización (AM 8).
  9. El ministerio del catequista posee un fuerte valor vocacional. En efecto, éste es un servicio estable que se presta a la Iglesia local según las necesidades pastorales identificadas por el Ordinario del lugar, pero realizado de manera laical como lo exige la naturaleza misma del ministerio (AM 7). La vocación a ser catequista deberá ser promovida y evidentemente formada.
  10. Las Conferencias Episcopales son invitadas a instituir el ministerio de catequista. Estableciendo los estilos e itinerario de formación y los ritos de Institución (AM 9).

Conociendo tantas Congregaciones Religiosas e Instituciones como Asociaciones de Fieles dedicadas a la Formación, creo que se inicia una nueva etapa para el compromiso de formar discípulos misioneros.