Después de mucho buscar encontré la novela de Muriel Spark (Edimburgo 1918; Florencia, 2006) Memento mori (La Bestia Equilátera, 2008), quien la escribió en 1959. Una novela muy bien escrita, ágil, llena de detalles, nombres, tal como le gusta narrar a la autora. En otro de sus libros Curriculum vitae. A volumen of autobiography (New Directions books, 2011) cuenta que durante un buen tiempo -en su niñez y adolescencia- se dedicó a cuidar a su abuela quien estaba muy venida a menos. Esta experiencia la vierte en la novela Memento mori cuyos personajes son adultos mayores (alrededor de los 80 años), todos con problemas de salud y biografías personales y familiares de luces y sombras que se van revelando a lo largo de la narración.
Otro dato interesante para comprender esta novela es la conversión al catolicismo de Muriel Spark. Su editor le encarga, junto con otra colega, la tarea de hacer una selección de cartas del Cardenal John Henry Newman. Su compañera revisó las cartas de la etapa anglicana de Newman y ella se hizo cargo de las cartas católicas. La lectura de esta correspondencia la acercaron al catolicismo siendo recibida en la Iglesia católica en 1954. Una conversión, por cierto, sin relámpagos ni fervores especiales; la suficiente para caracterizar a algunos de sus personajes en Memento mori.
La trama de la novela gira alrededor de unas llamadas telefónicas a Dame Lettie Colston. Una voz masculina le dice: recuerda que debes morir. Pronto, los allegados a Lettie empiezan a recibir el mismo mensaje: su hermano Godfrey y su esposa Charmian; Jane Taylor, antigua dama de compañía de esta última y ahora recluida en un asilo de adultos mayores; Lisa Brook, amiga de la familia, y Miss Pettigrew, su ama de llaves; Alec Warner, sociólogo, investigador en asuntos de gerontología. Cada uno reacciona de diversas maneras. Dame Lettie, por ejemplo, rehace su testamento 30 veces, pues sospecha de todos. En cambio, Charmian y Jane Taylor -conversas al catolicismo- lo toman con serenidad. Saben de deben morir: lo avanzado de su edad y los males que les aquejan las tienen familiarizadas con la muerte.
Los achaques, desmemorias y limitaciones físicas de los personajes son narrados con exactitud. Cada uno está bien caracterizado en sus virtudes y defectos. Estar en los linderos del final de la vida permite hacer una retrospectiva de la biografía personal, de tal manera que, junto con los logros alcanzados, aparecen, también, las caídas, infidelidades, chantajes, silencios, sorpresas. Surgen preguntas inquietantes como las formuladas por Godfrey: “¿Cómo he llegado a esta situación? ¿Cómo se pueden hacer estas cosas?”.
Para resolver el misterio de las llamadas, los amigos piden la ayuda del inspector Mortimer. Luego de muchas pesquisas, la conclusión de Mortimer es desconcertante, ha sido la misma muerta la autora de las llamadas. Ninguno queda satisfecho con la respuesta, salvo Jane Taylor. La muerte, en cualquier caso, llega a su hora. Unos y otros continúan sus vidas y fallecen, ya en la cama por muerte anunciada, o de improviso.
La novela tiene toques de comedia y drama, sin llegar ni a lo hilarante o lo trágico, salvo la muerte de Dame Lettie. La caracterización de los personajes no acaba de ser todo lo profunda que esperaba. Están los achaques y algunos rasgos del carácter de los ancianos, sin embargo, no llegamos a vislumbrar lo que pasa por el río subterráneo del ánimo y espíritu de ellos. La tercera edad avanzada en años tiene un cuerpo de iceberg denso e intenso poco trabajado en la novela.
La novela es una puerta abierta al inmenso campo de la vida y de la muerte, esta última, una realidad cercana y dolorosa. Me quedo con las consoladoras palabras del Prefacio de la Misa de difuntos: “Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.