Mira a tu cónyuge.
Estás viendo la cara de una persona necesitada de recibir amor. Y ya puestos, pues mejor que sea el tuyo.
Todos necesitamos percibir que somos amados. Todos. Desde el momento del nacimiento hasta que exhalamos el último aliento.
Lo necesitamos más que comer y beber. No lo digo metafóricamente.
Desgraciadamente la necesidad de recibir afecto es tan acuciante que muchos anulan su dignidad con tal de recibir no ya algo de cariño, sino burdos sucedáneos, como pueden ser likes, seguidores, o buenas palabras.
También necesitamos amar. También es más necesario amar que comer y beber, pero para poder amar primero debemos haber sido amados.
Recientemente escuchaba a una joven enfermera que acababa de estar tres meses de voluntariado en África: “a leer se aprende leyendo, a jugar al fútbol se aprende jugando, y a tocar el piano se aprende tocándolo, pero a amar no se aprende amando, sino siendo amado”.
Puede que tu cónyuge no sepa amar. O no todo lo bien que a ti te gustaría o que tu necesitas. Pues ya sabes lo que hay que hacer. A amar se aprende recibiendo amor, así que si necesitas recibir más dosis de amor, o mejores dosis de amor, vas a tener que ser tú quien comiences a darlas. No hay de otra.
Si no entregas tu amor, cada día a la persona que está a tu lado, estás creando una insatisfacción vital en esa persona, con el tiempo quizá incluso le estés hiriendo afectivamente. Y probablemente tú también acabarás sintiéndote herido/a – pero le culparás a él (o a ella).
Y cómo se entrega el amor, básicamente hay tres parámetros: Tiempo, tacto y obras.
Para amar hay que dedicar tiempo. Si no tengo tiempo para ti, es porque amo más otras personas, y puede que eso me incluya a mí mismo escondido bajo el subterfugio de “necesitar” otras actividades: el trabajo – mi carrera profesional -; el fútbol – mi partidito -; el gimnasio – necesito sentirme bien conmigo mismo -; las series – necesito desconectar de los problemas -; los niños “son pequeños y me necesitan más que tú” ¡ja!, si piensas eso no te has enterado de nada.
Hace años leí – perdón por no recordar al autor – que un matrimonio necesita:
Una mirada al día, (yo diría una caricia),
una tarde a la semana,
un fin de semana al mes y
una semana al año.
La caricia (o la mirada) al día parece lo más sencillo, lo más asequible, pero no te equivoques, es imprescindible. Sin esa caricia, todo lo demás pueden ser oasis más o menos frondosos, pero realmente vivimos en un desierto.
La tarde a la semana debería ser muy sencilla (eso parece, en realidad pocos lo llevan a la práctica). Basta con acordar una tarde / noche en la que no encendemos la televisión, apagamos los móviles y “sencillamente” nos dedicamos el uno al otro. Y si vuestros hijos están ya en edad adolescente y se acuestan más tarde que vosotros y por tanto no hay forma de tener en casa un momento ni un lugar para descansar el uno en el otro, será cuestión de irse a la tasca más barata y cercana posible o al banco del parque con un par de latas y una bolsa de patatas y dedicarnos sencillamente a hablar.
Lograr parar un fin de semana al mes a solas parece difícil, y sobre todo puede parecer costoso, pero no tiene porque serlo necesariamente. La cuestión es encasquetar a los niños a alguien (para eso están los padrinos), decirles que nos vamos a un hotelito cercano y, en realidad, nos volvernos a casa. El único compromiso es que no podemos aprovechar esos días ni para hacer cambio de ropa, ni para arreglar los armarios, ni para ninguna de esas otras cosas tan tediosas que por lo mismo vamos postergando. Ese fin de semana es “para lo que tú quieras”, no para lo que yo creo que es necesario.
La semana al año … esa sí que no sé cómo solucionarla. Pero aquellos afortunados que tengan la posibilidad, que nunca la dejen pasar.
Tacto. El tacto es el sentido del afecto. Es necesario expresar nuestro afecto a través del tacto, sino el amor acaba por acartonarse, llegando a ser irreconocible.
Muchos creen que ya no vamos de la mano por la calle, o ya no nos besamos cuando llegas a casa porque ya no nos queremos.
Es al contrario. Nos hemos dejado de amar porque ya no vamos de la mano por la calle ni nos damos un beso cuando llego a casa.
Si quieres mantener el amor encendido, no dejes de expresar tu amor a través del tacto. A diario. Al menos una caricia. Al menos.
“Es que no me sale, ya no siento nada”
Permíteme que te conteste a esa objeción entrando en el tercer parámetro para trasmitir amor: las obras.
No se puede decir que amamos si no hacemos algo por el otro. ¿Qué hacer?, cualquier cosa: comprar una docena de rosas, poner una lavadora, planchar, dejar el desayuno preparado, escuchar esa historia que realmente te está aburriendo, ir a casa de su madre el domingo …
Literalmente cualquier cosa que hagamos por el otro, con tal de agradarle, o de que no lo tenga que hacer él (o ella), es suficiente – pero necesario.
“Es que no me sale, ya no siento nada”.
¡Ah!. Entonces entiendo que si no te sale, no vas a trabajar. O que si un cliente no te cae bien, no haces nada por agradarle.
“Es distinto, esas cosas son obligaciones, pero si no me sale acariciar a mi esposa o dejar el desayuno puesto para que ella no tenga que ponerlo, no debo hacerlo, porque estaría fingiendo”.
Pues sí. De eso se trata. Llegado el caso, se trata de “fingir”. Se trata de hacer lo que sabes que agrada a tu cónyuge, aunque a ti no te apetezca nada, ni sientas nada, y aún sabiendo que por mucho que hagas nunca te lo va a agradecer, y quizá eso hasta te haga daño.
Sí, insisto, si es necesario, hay que fingir. Haz el bien que le gusta a tu cónyuge, aunque tú estés convencido de que ya no sientes nada, y verás como no puedes evitar amarle.
Entrégale tu tiempo.
Entrégale tus caricias.
Entrégate haciendo (TODO) lo que a él (o ella) menos le puede apetecer hacer, con tal de que no tenga que hacerlo.
Eso (probablemente) hará que se sienta querido.
Estarás satisfaciendo la primera y más básica de todas las necesidades del ser humano, ser amado. Y tú estarás cumpliendo la segunda y más evolucionada de todas las necesidades: amar.