El Padre Salvatore Fazio nació en una familia atea que se convirtió cuando él tenía 15 años. Cuando creció se distanció de su familia; se marchó de casa para vivir de forma hedonista y enfocado en el éxito; y, después de descender a la «selva oscura», la Virgen de Pompeya lo llevó por el camino de santo Domingo de Guzmán y santa Catalina de Siena.
El camino a la verdadera felicidad de un sacerdote dominico
En el vibrante corazón de Palermo, un 3 de mayo de 1980, nació Salvatore di Fazio, sacerdote dominico. En su familia Dios y la fe eran algo indiferente. Educado en una búsqueda de la felicidad, centrada en el dinero y el poder, su vida tomó un giro inesperado a los 14 años, cuando sus padres se convirtieron y comenzaron a frecuentar la Iglesia, marcando el inicio de su propia travesía espiritual.
Empezó a confesarse regularmente y se unió a la Juventud Franciscana del barrio. Aunque, en ese momento, su compromiso con la fe era más un acto de respeto hacia sus padres que una elección personal. En cualquier caso, la chispa de la fe, aunque inicialmente débil, encendió un fuego que se convertiría en una llama ardiente en los años venideros y que acabaría haciendo de él un sacerdote dominico.
Artes marciales, novia, casa, perro y coche
Con 18 años se marchó de casa. Fue instructor de Karate y Kung-Fu. A los 25 años, Salvatore vivía con su novia y disfrutaba de un éxito profesional boyante. Con 28 se había comprado una casa y tenía perro, coche y una vida en apariencia perfecta, dividía su tiempo entre la casa, el trabajo y el deporte. Sin embargo, la infelicidad lo consumía.
En ese momento, gracias a un encuentro con una persona comenzó poco a poco a acercarse otra vez a Dios. En octubre de 2008, volvió a confesarse después de diez años. El cambió fue tan fuerte que su novia no pudo soportarlo y, después de once años de relación, decidió dejarlo.
La selva oscura y la pérdida de una vida perfecta
La selva oscura, como la describe Dante Alighieri en su Divina Comedia, se convirtió en la metáfora vívida de la crisis existencial de Salvatore. La traumática separación de su novia marcó el inicio de una etapa oscura y desconocida para él. La selva oscura no era una penumbra externa, sino un viaje interno, una lucha entre la luz y la oscuridad. Inspirado por Dante Alighieri, Salvatore se encontraba en medio del camino de su vida, perdido pero buscando una dirección.
Este período, caracterizado por la desolación emocional, se transformó en un viaje introspectivo. La oscuridad, lejos de ser un obstáculo insuperable, se convirtió en un catalizador para una profunda reflexión y búsqueda de significado. «Por primera vez fui conducido por un camino que no había elegido en absoluto, y esto me confundió». Como Dante Alighieri, «en medio del camino de nuestra vida, me encontré por una selva oscura, porque la vía recta estaba perdida». Pero la selva era “oscura” no porque hubiera tinieblas, sino porque no estaba acostumbrado a toda esa luz y lo que creía que era su “camino recto” era en realidad la vida tortuosa que él mismo había elegido.
Redescubriendo la fe y la verdadera felicidad
Durante cinco años, Salvatore caminó dentro de la Iglesia Católica. Guiado por un acompañante espiritual, Salvatore exploró las profundidades de su alma, comprendiendo las complejidades de su existencia y reconociendo la llamada de Dios. Este periodo de redención lo llevó a comprender sus errores y a desvincularse de amistades tóxicas. Cada paso lo acercaba más al amor de Dios.
Durante este tiempo, Salvatore experimentó una metamorfosis interna, abandonando las cadenas de la desesperación y la insatisfacción. La Iglesia, a la que inicialmente acudió como un refugio temporal, se convirtió en el fundamento de su renacimiento espiritual.
Londres y la pregunta existencial
En 2011, buscando respuestas, Salvatore se mudó a Londres. Con la esperanza, tal vez, de encontrar una mujer con la que pudiera formar una familia cristiana y sana. Pero, aunque conoció a algunas chicas muy buenas, las relaciones no funcionaban porque no encontraba la felicidad que buscaba. El trabajo, aunque muy bien pagado, ya no le satisfacía. Con la ayuda de su padre espiritual, se hizo una pregunta existencial: ¿podría encontrar la felicidad en otro estado de vida?
Esta pregunta, aparentemente simple, desencadenó una profunda reflexión. Salvatore se puso nervioso, estaba convencido de que solo podía ser feliz con una mujer al lado, pero se vio desafiado por la posibilidad de una llamada diferente. Sin embargo, la semilla de la vocación religiosa, plantada años atrás, comenzó a germinar, y empezó a mirar a su alrededor para ver si había alguna orden religiosa que pudiera satisfacer su deseo de felicidad.
La Virgen de Pompeya, santo Domingo y santa Catalina de Siena, camino para ser sacerdote dominico
Una noche, inmerso en estos pensamientos, Salvatore recordó un cuadro que había en la habitación de su abuela: la Virgen de Pompeya. Recordaba a la Virgen, pero no sabía quienes eran el sacerdote dominico ni la mujer que la acompañaban. Se embarcó en una búsqueda que lo llevó a descubrir a santo Domingo de Guzmán y a santa Catalina de Siena. La conexión fue instantánea, como si las figuras de estos santos hubieran estado esperando desde siempre.
A partir de 2012, Salvatore se fue acercando cada vez más a la Orden de Predicadores en Italia. Sin embargo, cada encuentro estaba envuelto en dudas y pruebas. Los encuentros vocacionales, el prenoviciado y el noviciado fueron pasos dados a tientas hacia un destino improbable años atrás: ser sacerdote dominico. Fue en el noviciado donde descubrió que era realmente feliz en su nuevo estado de vida.
Después de ocho años de formación, siguiendo el camino de santos como Tomás de Aquino, Luis Bertrán o del beato Francisco de Posadas sacerdote dominico, Salvatore cumplió su sueño de predicar a los demás «para su salvación, mi felicidad y para la mayor gloria de Dios».
Gratitud de un sacerdote dominico
«Y es precisamente por esta razón por la que prosigo mis estudios en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. Para un sacerdote dominico, el estudio, con vistas a la predicación, ¡es un deber sagrado! Por ello, quiero agradecer a todos los benefactores de la Fundación CARF por la ayuda que brindan a los sacerdotes y seminaristas, ya sean diocesanos o religiosos, para que podamos servir mejor al pueblo de Dios».