José María Montiu, sacerdote y doctor en Filosofía, ofrece este artículo titulado “Manuel García Morente: Conversión, mística, ejemplaridad”, donde presenta la valiosa vida del filósofo.
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En diciembre recae el aniversario de su defunción, buena ocasión para recordarlo. Nació en Arjonilla (Jaén, España), en 1886. Fue catedrático de Ética en la Universidad Central de Madrid, así como decano de su Facultad de Filosofía y Letras. Fue así mismo académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Estuvo muy relacionado con el pedagogo Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, y con el filósofo José Ortega y Gasset, de la Escuela de Madrid. Fue uno de los filósofos españoles más famosos de su tiempo. Según un filósofo católico tan importante como don Antonio Millán Puelles, Manuel García Morente fue “uno de los pensadores más insignes y representativos de la primera mitad del siglo XX”. En suma, fue un gran pensador.
García Morente, siendo muy joven, perdió la fe. La mente del filósofo negará que pueda existir alguna religión sobrenatural. En 1934 el sentido de su filosofía, su razón de ser, su leitmotiv y su clave, consistía precisamente en que ésta sirviera de instrumento para la construcción autónoma del mundo. Se trataba de construir el mundo y la sociedad, sin que pudiera ocurrir nada sobrenatural, ninguna intervención de Dios, teniendo en cuenta solamente el ser humano.
En 1937 se convertirá, admitirá que Cristo es Dios. En 1940 será ordenado sacerdote. En 1942 fallecerá como un gran sacerdote católico, que ha abrazado de modo pleno el credo católico, y que ha alcanzado altas cimas intelectuales y espirituales. ¡Escalada sólida y meteórica! Tras su muerte, grandes obispos españoles tributaran grandes reconocimientos a su persona y a su espiritualidad. Tales fueron los obispos Leopoldo Eijo y Garay y José María García Higuera, que fueron los que más profundamente conocieron su alma.Morente narró su conversión y su experiencia mística decisiva en una obra autobiográfica titulada “El Hecho extraordinario”.
1. Conversión
Este pensador, que negaba que pudiese existir alguna religión sobrenatural, llegó a vivir una situación límite, llena de grandes sufrimientos. ¡Su andar era un andar agónico! En su desesperación incluso llegó a pensar en la posibilidad de suicidarse. Fue entonces, cuando, para descansar, escuchó música clásica. Estaban radiando “L’enfance de Jesus”, de Berlioz. A pesar de sus prejuicios religiosos, saboreó la emisión musical, ya que era un gran apasionado de la música. Tras haberla oído, por asociación de ideas, empezaron a desfilar por su mente, imágenes de la vida de Cristo, sin que pudiera oponerles resistencia.
En particular, fue decisiva su imaginación de Cristo crucificado. Hela aquí: “Y así poco a poco fuese agrandando en mi alma la visión de Cristo, de Cristo hombre, clavado en la Cruz, en una eminencia, dominando un paisaje de inmensidad, una infinita llanura pululante de hombres, mujeres, niños, sobre los cuales se extendían los brazos de Nuestro Señor Crucificado. Y los brazos de Cristo crecían, crecían y parecían abrazar a toda aquella humanidad doliente y cubrirla con la inmensidad de su amor; y la cruz subía, subía hacia el cielo y llenaba el ámbito todo y tras de ella también subían muchos, muchos hombres y mujeres y niños; subían todos, subían todos, ninguno se quedaba atrás; sólo yo, clavado en el suelo, veía desaparecer en lo alto a Cristo, rodeado por el enjambre inacabable de los que subían con él; solo yo me veía a mí mismo, en aquel paisaje ya desierto, arrodillado y con los ojos puestos en lo alto y viendo desvanecerse los últimos resplandores de aquella gloria infinita que se alejaba de mí”.
Esta imaginación dejó su corazón tocado, supo entonces que era verdad que Cristo era Dios. Afirma, al respecto: la antedicha imaginación “tuvo un efecto fulminante en mi alma. ‘Ése es Dios, ése es el verdadero Dios, Dios vivo; ésa es la Providencia viva’ (…). Ese es Dios, que entiende a los hombres, que vive con los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da aliento y les trae la salvación”. Ha reconocido que Cristo es Dios.
2. Seguidamente: rezar, entregar la voluntad, hacer la voluntad divina
Acaba de convertir su voluntad, de reconocer la divinidad de Cristo y ya está rezando y ya está entregando su voluntad a Cristo. “¡A rezar, a rezar! Y puesto de rodillas empecé a balbucir el Padrenuestro. Y ¡horror! (…) se me había olvidado!”. “Permanecí de rodillas un gran rato, ofreciéndome mentalmente a Nuestro Señor Jesucristo con las palabras que se me ocurrían buenamente (…)”. “Una inmensa paz se había adueñado de mi alma”. El pensador, que antes era incrédulo, se encuentra ya arrojado a los pies de Cristo crucificado.
Poco tiempo después, viendo, desde su casa, Montmartre, razona así: “en el fondo (había) la masa (…) de Montmartre. ¡Mons Martyrum! Imágenes del cristianismo primitivo surcaron mi fantasía. ¡El circo romano, las fieras, los cristianos arrodillados en el redondel y dejándose despedazar heroicamente! ¡Qué hombres! La gracia de Dios les inundaba, les envolvía, les sostenía. Sí, sin duda; pero además ellos mismos recibían y aceptaban sumisamente esa gracia y todo cuanto Dios les enviaba. ¡Sumisamente y libremente! Porque bien claro sabían lo que hacían y lo que querían al querer conformarse con lo que Dios quería de ellos”. “Ahí está el verdadero toque, ahí está la esencia de la Humanidad: aceptar a la vez sumisa y libremente. El acto más propio y verdaderamente humano es la aceptación libre de la voluntad de Dios”. “(…) el hombre (…) para realizar su propia esencia, para ser verdaderamente hombre libre, el hombre –yo en este caso particular- debe aceptar la voluntad de Dios con sumisión total y a la vez libremente. ¡Querer libremente lo que Dios quiera! He aquí el ápice supremo de la condición humana. ‘Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo’ (…)”. “Y postrado de rodillas, perdida la mirada en el lejano horizonte del caserío de París, recité con íntimo fervor una vez más el Padrenuestro, entregando libremente toda mi voluntad en las manos llagadas de Nuestro Señor Jesucristo”.
“¡Jesús, Jesús! ¡Bondad! ¡Misericordia! Una figura blanca, una sonrisa, un ademán de amor, de perdón, de universal ternura. ¡Jesús!”.
3. La experiencia mística
Pasaron unas pocas horas desde su conversión, que había seguido inmediatamente a su imaginación de Cristo crucificado, que llega a encontrarse de repente con una experiencia que será capital en su vida. Esto es, tiene la vivencia de que Cristo está allí, con él, e inmediatamente seguirá la vivencia de la experiencia mística del amor de Cristo para con él. “Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. (…). Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. (…) Él estaba allí presente (…), le percibía con absoluta e indubitable evidencia. (…)”. “No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Si sé qué no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello –Él allí- durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía. Era como una suspensión de todo lo que en el cuerpo pesa y gravita, una sutileza tan delicada de toda mi materia que dijérase no tenía corporeidad, como si yo hubiese sido transformado en un suspiro o céfiro o hálito. Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que emanaba de Él y que me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que tiene en sus brazos al niño. Pero sin ninguna sensación concreta de tacto”.
En lo aquí narrado hay una auténtica experiencia mística. Si ésta se analiza, resulta claro su parecido con algunas experiencias hondamente espirituales de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz. Pero, además, a lo largo de su vida, de converso, hubo mucho más de experiencias relacionadas con la mística.
4. La vida del converso
Ya se ha visto que García Morente había convertido su voluntad, había creído en la divinidad de Cristo. De modo paulatino fue convirtiendo su inteligencia, llegando a devenir, en sentido amplio, filósofo tomista. Siguió en filosofía a Santo Tomás, el Doctor Común y Doctor Angélico, el gran pensador de la filosofía cristiana. García Morente llegó a incorporar muchas de las grandes tesis de éste. Reconoció que la fe es la verdad, que hay armonía entre fe y razón, así como que la fe está inmensamente por encima de la razón. Cristo pasó a ser el amor de su vida. Fue un sacerdote muy ejemplar.
5. Testimonios póstumos
Dada la ejemplaridad de Manuel García Morente, se ha pensado reiteradamente en la posibilidad de introducir su causa de beatificación y de canonización. El catedrático y académico Manuel Guerra Gómez, sabio sacerdote, ha escrito un libro titulado “Conversión y santidad de un intelectual: Manuel García Morente”. El Sr. Obispo, Venerable José María García Lahiguera, que fue director espiritual de García Morente desde la etapa de seminario de éste, en Madrid, ha dicho, por ejemplo, del mismo: fue “sacerdote santo, enamorado de Cristo, al servicio de la iglesia y de las almas”.
6. Florilegio
Las siguientes expresiones, entre otras muchas, muestran el nuevo estilo de pensar y de sentir de Manuel García Morente, su nuevo modo de ser. Así como santa Teresa de Jesús decía “muero porque no muero”, García Morente, decía: “Cada vez que comulgo me entran ganas de morir”. De los ojos de Jesús, dice: “Una mirada suya basta para esclavizar el corazón más duro y rebelde”.
De la persona de Cristo, dice: “la figura de Cristo inevitablemente arrastra y encanta a todo el que la mira… Basta conocer a Cristo para amarle”. Sobre el amor a Jesús, dice: “Amar; amar, amar a Dios. Con todo amor; con amor intelectual, con amor sensible, con serenidad y con exaltación ¡Dios mío!, soy incapaz de decir otra mejor que ésta: ‘¡Te amo, te amo infinitamente!”.
García Morente, que antes de ser sacerdote, había enviudado, está dispuesto a ofrecer a Jesús incluso lo que más quiere: “Aunque me pidiera lo que más quiero en el mundo, la vida de mis hijas –que quiero más, cien veces más, que mi propia vida- se la daría sin vacilar… Tuyo soy, tuyo en todo, por todo y para todo. Dime lo que quieras y estará hecho al punto, aunque me cueste la vida. ¿Qué digo la vida mía?
Aunque me cueste la vida de mis hijas, quedaría hecho sin refunfuños, sin vacilación, sin regateos. Dime, pues, qué quieres que haga, Señor: Aquí está tu esclavo”. Del Niño Jesús, dice: “(…) el niño… ¡es el Hijo de Dios! El corazón se hincha de ternura y las lágrimas empañan los ojos”. “(…) si tu corazón no revienta de ternura, de amor y de gratitud, no eres (…)”. Del divino crucificado, dice: “Ante el pensamiento de la muerte de Jesús el corazón se encoge y se estruja hasta quedar exhausto de sangre y vida”. “Pensar esto y derretirse el corazón en correspondencia amorosa”.
7. Conclusión
El importante intelectual Manuel García Morente, creía, antes de su conversión, que la razón humana era superior a la fe. Estaba convencido que la fe era una irracionalidad. Creía que el hombre maduro era el hombre que poseía una potente razón y que carecía de fe. Pero, se encontró con la consideración de la misericordia de Cristo, y con la experiencia del amor de Cristo.
Como ha dicho el Papa Francisco: “Después de que Jesús ha venido al mundo (…) Dios tiene una cara concreta, tiene un nombre: Dios es misericordia” (18.VIII.2013). “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (11.IV.2015). “Jesucristo es el amor de Dios encarnado, la Misericordia encarnada” (7.IV.2013). “(…) misericordia es la actitud divina que abraza (…)” (2016). “De aquella Cruz se descarga la misericordia del Padre que abraza el mundo entero” (14.IX.2014). “(…) Dios se ha hecho hombre para salvarnos, esto es, para darnos su misericordia” (10.IX.2014).
García Morente, ante la realidad de la misericordia divina, revelada en Cristo, llegó a derretirse, reconoció la verdad, la verdad de Cristo. A partir de aquí empezó su nuevo itinerario. Se llega así al García Morente, sacerdote muy ejemplar, que reconoce la superior verdad de la fe católica.
En definitiva, en una palabra, Cristo, misericordioso, vence; Cristo, misericordioso, triunfa; Cristo, misericordioso, impera. Resplandece la fe católica, la mística, la verdad. Resplandece Cristo, belleza infinita, fulgor incomparable, maravillosa hermosura.