Luis Suárez Fernández (1924-2024) falleció este 15 de diciembre. Fue un brillante historiador, de pluma amable, medievalista consumado; un humanista para quien la historia ilumina nuestro trajinar en el tiempo. El primer libro suyo que estudié en mi época universitaria, por los años 70 del siglo pasado, fue Grandes interpretaciones de la historia. Me supo a agua de mayo, en medio de la rigidez monocorde del marxismo que teñía todas las asignaturas de estudios generales de mi universidad estatal. El marxismo no dejaba espacio para la libertad, las “leyes ineludibles de la historia” se cumplirían sí o sí: la lucha de clases era la partera de la historia. El único camino era la revolución violenta. En cambio, este libro del profesor Luis Suárez me mostró los diversos modos de entender la Historia desde la aparición de las culturas humanas, abierta a la racionalidad y a la libertad creativa de los seres humanos. Me reafirmó en la vivencia de la libertad que había vivido en mi colegio de padres vicentinos y en mi casa.
Desde entonces seguí leyendo varios de sus libros: los dedicados a los Reyes Católicos, Fernando e Isabel; sus estudios sobre la configuración de las monarquías europeas; sus ensayos sobre las raíces cristianas de la cultura occidental. Libros; unos, de especialidad; otros, de divulgación. En estos últimos, le tomaba el pulso a los tiempos presentes, en su búsqueda de comprensión y sentido. Son escritos que resuman serenidad y esperanza, en los que he encontrado orientación en los grandes temas de nuestra cultura: el nacimiento de las universidades, el legado del Humanismo renacentista, la figura de los grandes santos forjadores de Europa, los aportes de España a la cultura occidental.
Luis Suárez fue una de las personas que me hubiese gustado conocer personalmente. Lo intenté en un viaje a Madrid hace unos años. Recibí la amable respuesta de su familia que comunicándome que las visitas ya le resultaban dificultosas. Mi intención era sólo saludarlo y agradecer lo que sus trabajos de historia han significado en mi formación universitaria. Cuando me enteré hace unos días de su muerte, vino a mi memoria las lecturas de sus libros y me sobrevino, igualmente, un gran pesar en el alma por su partida. Quede escrito mi agradecimiento y el cariño que siempre me inspiró su persona y obra. Descanse en paz, don Luis y que Dios lo tenga en su gloria.