Como hemos heredado una cultura administrativista en nuestra legislación, nuestro modo de pensar nos lleva a considerar, a priori, que la norma define la legalidad de una acción. Y como consecuencia de esto, cuando una acción es legal -está amparada por alguna norma-, puede hacerse sin ningún impedimento y ninguna preocupación por sus efectos.
Quienes piensan así y promueven este modo de actuar, no se dan cuenta que las personas y las sociedades poseen una naturaleza, y que por tanto, están sometidas a unas leyes que exceden lo escrito. Indudablemente, a nadie se le ocurriría proponer una norma que rete la dimensión física de las personas: normar sobre los niveles de colesterol o de presión sanguínea. Sin embargo, con facilidad se norma al margen de las características espirituales de la persona; es decir, no se tiene en cuenta el impacto que las acciones que se legalizan tiene en la inteligencia y la voluntad de los miembros de la sociedad.
Como consecuencia de esta realidad, se acepta con absoluta tranquilidad normas que atentan contra lo más humano de la persona: su modo de pensar y su modo de ser, y que convierten esos actos en legales: aceptables en la sociedad. Lo que llama la atención es que tampoco se ve que esos actos no solo afectan al decisor -esto sería suficiente para no aceptarlos-; sino que afectan al resto de los miembros de la sociedad. Cuando una norma legaliza un acto que atenta contra la justicia distributiva, hay un aprendizaje en una serie de miembros de la sociedad. De un lado, los que han sido favorecidos con esa norma pondrán más medios para que en otras situaciones, ellos también salgan favorecidos. Y esto, fomenta la corrupción. Pero además, como se ha permitido que coloquen en el centro de su atención el interés propio, cada vez estaremos frente a personas con más avaricia y un deseo descontrolado de acumular riqueza material.
De otro lado, están aquellos que no son favorecidos por estas normas que no tienen en cuenta la naturaleza humana. Ellos aprenderán que para sobrevivir o para vivir mejor, deben tener acceso al poder, de modo que puedan normar a su favor. El resultado es el deterioro moral de muchas personas en la sociedad, y como consecuencia de eso, el enrarecimiento de esa sociedad.
Ahora bien, como no siempre tendremos un rol activo en la elaboración de las leyes de un país, ¿qué podemos hacer para tener en cuenta el impacto que una normativa tenga en nuestro modo de pensar y de ser? Creo que la respuesta es sencilla. Simplemente, analizar siempre si dicho acto es ético o no, y actuar según ello; y no conformarse con un análisis que solo verifica si una norma lo permite. Si se actúa de este modo, es decir, en forma ética, las consecuencias positivas se tendrán en los propios actores y en toda la sociedad.
Voy a poner un ejemplo de algo que sucedió hace un tiempo en nuestro país, y que precisamente por eso, puedo comentarlo sin cuestionar las acciones de unas personas concretas, a las que tampoco conocí, y por tanto, no podré hablar de los impactos que unas decisiones contrarias a la ética tuvieron en su vida personal y familiar. No obstante, de algo sí podemos estar seguros: esos impactos se han dado, porque la naturaleza no perdona. Decir esto puede parecer fuerte, pero es la realidad, y es mejor saberlo pronto.
Cuando el leasing, ese mecanismo de financiamiento que permite que una empresa pueda adquirir un equipo o un activo sin perder liquidez empezó a utilizarse adecuadamente en nuestro país (a partir del año 2002), varias instituciones financieras calculaban el monto a financiar sobre el total del desembolso que ellas debían hacer. Es decir, el monto de adquisición del activo más el IGV. Como consecuencia de esto, la empresa arrendataria debía pagar unas cuotas que estaban calculadas sobre un monto que era 1.19 veces el monto del activo que estaban adquiriendo. Y luego, cuando ellas pagaban sus cuotas, el desembolso que debían hacer era el valor de la cuota más el IGV de la cuota. Este último IGV podían recuperarlo a través del crédito fiscal, porque la factura estaba a su nombre; sin embargo, ellas no podían recuperar por ningún motivo el IGV de la adquisición del activo que se había considerado en el cálculo del monto de las cuotas.
Estamos, por tanto, ante un acto que era legal, pero que no era ético. Como la institución financiera recuperaba el IGV desembolsado en la adquisición del activo, por justicia, no le correspondía cargar dicho monto a la empresa arrendataria. Esta práctica se extendió entre todas las instituciones financieras del país, salvo una, que siempre calculó el monto de las cuotas en función al valor de la adquisición del activo, y no, en 1.19 veces dicho monto.
Solo esta institución actuó de modo ético. Todas las otras actuaron de modo legal, pero no ético. Alguien podría decir que esa empresa perdió oportunidades de ganar más. Pero, también se podría argumentar, que precisamente, porque actuó de modo ético, obtuvo una ventaja competitiva: en igualdad de condiciones, sus cuotas eran menores, y por tanto, más atractivas para el cliente.
Pero esta no fue la única consecuencia de este actuar ético. Al poco tiempo, todo el sistema financiero imitó su modo de operar. Y lo más importante: el uso de este mecanismo financiero, el leasing, se robusteció en el país, permitiendo así que nuestras empresas pudiesen acceder a un mecanismo de financiamiento muy apropiado para el desarrollo de economías. Sin el comportamiento ético de esa empresa que sí lo hizo, este mecanismo de financiamiento no se hubiera desarrollado y afianzado en el país.
Saquemos, pues, alguna consecuencia para nuestra actividad empresarial: lo legal no siempre es ético. No está de más, por tanto, que antes de tomar una decisión empresarial, analicemos si esa acción que es legal es ética o no. Si es necesario, acudamos a alguien con un poco más de experiencia y conocimientos para pedirle consejo. Las consecuencias de nuestras decisiones empresariales las vamos a padecer cada uno de nosotros, nuestra familia, nuestra empresa y nuestro país. No olvidemos toda la naturaleza tiene sus leyes; la naturaleza humana, también…