Lo extraordinario en la vida de cada día

“Perfect Days” de Wenders

El cineasta alemán, Wim Wenders, nos invita a reflexionar con su película Perfect Days sobre la vida buena, la felicidad y el sentido de la existencia humana, a partir de la trascendencia que adquieren las sencillas rutinas cotidianas de un solitario y silencioso empleado de limpieza de baños públicos en Tokio. Wenders, en una apuesta humanista de primer orden, hace del film un elogio a la vida como el mayor bien que poseemos, resalta el valor del tiempo y reniega tanto de la sociedad consumista como del frenético ritmo del mundo moderno que reduce la existencia a mera supervivencia, algo pasajero que nos impide ver lo extraordinario de cada día.

La cámara del director alemán, Wim Wenders, convierte a los espectadores desde el primer minuto de metraje en los acompañantes silentes de las rutinas diarias de Hirayama, personaje principal de Perfect Days que interpreta, magistralmente, el actor japonés Kôji Yakusho. Desde que se despierta en su diminuto apartamento, apenas amueblado, vemos cómo recoge la colchoneta sobre la que duerme, se asea, riega con mimo y delicadeza sus plantas, se viste con el mono de la empresa de limpieza “Baños de Tokio”, se sube a su furgoneta con un café de máquina y elige una cinta de casete para escuchar música. Seguimos a Hirayama por los distintos retretes futuristas, construidos en las olimpiadas de Tokio, que limpia de forma concienzuda y con pericia de artesano, feliz de hacer un trabajo que sirve a la comunidad. En su descanso, toma un sándwich, mira sonriente hacia arriba -buscando, tal vez, la complicidad divina-, y con su cámara analógica retrata las copas de los árboles y el cielo. Cuando concluye su jornada, cambia la furgoneta por una bicicleta y vamos con él al bar que frecuenta cada día, donde le sirven un refresco para celebrar el trabajo bien hecho. Después, lo seguimos hasta la lavandería, a la tienda de fotografías a revelar el carrete y recoger las copias anteriores, a comprar un libro usado cuando ha acabado el anterior, a tomar un baño caliente en instalaciones públicas, a cenar a un pequeño restaurante de trato familiar y, finalmente, de regreso a casa donde, a la luz de un pequeño flexo, lee hasta que le vencen los sueños, siempre en blanco y negro.Conforme avanza la película, la rutina de Hirayama se convierte en un espejo de nuestra cotidianidad, pero con algunas diferencias ostensibles que hacen inevitable que empecemos a envidiar una vida sencilla, en armonía con la naturaleza, pausada y tranquila, con tiempo para detenerse a mirar lo que muchos ni tan siquiera perciben, como el bello juego de sombras de la luz del sol filtrándose entre las hojas de los árboles. Precisamente, las sombras tienen un importante simbolismo en la cinta relacionado con la felicidad y con los sueños. Wenders logra sorprendernos por la humanidad y sensibilidad que destilan las rutinas del protagonista, capaz de vivir el momento presente como un instante único que sucede sólo una vez, exorcizando el tedio. El cineasta nos guía ineludiblemente a comparar la vida consciente de Hirayama con nuestro ritmo frenético, la alienación en la que vivimos, la dependencia tecnológica, la fatiga existencial que provoca la cultura de la inmediatez, la insatisfacción permanente, la adicción a la novedad y una sociedad consumista que incita al rendimiento y la explotación sin límites para comprar, también, de forma compulsiva.

El director que ha escrito el film en colaboración con el guionista y director japonés Takuma Takasaki nos atrapa con su meditación a cerca de la importancia de la vida como el mayor bien de que disponemos y del valor del tiempo que desperdiciamos ante las pantallas del ordenador o viendo absurdos vídeos en el móvil. No hace falta que dedique ninguna imagen a retratar esta realidad, basta con que veamos que el mundo de Hirayama no es el de la torre de telecomunicaciones de Tokio que simboliza un “progreso” similar que abduce también a occidente. Wim Wenders sigue fiel a su estilo de dar escasa información para dejar que los espectadores imaginen, se involucren en las vidas de los personajes y quieran saber más sobre su historia. De manera que las letras de las canciones que, día tras día selecciona el protagonista cuando sube a su furgoneta, ponen palabras a los silencios. La música se convierte, así, en una protagonista más de la película. De hecho, Wenders toma el título del film de la canción de Lou Reed “Perfect Days” que invita a aprender a ser feliz y a celebrar las cosas sencillas de la vida que nos hacen sentir bien. Los tres libros que lee Hirayama también aportan luz sobre el personaje central cuya personalidad se nos va desvelando por sus acciones.

Tres encuentros claves

Con todo, hay tres encuentros, con breves diálogos conmovedores, que introducen importantes giros de guion. El primero, cuando, de improviso, aparece una sobrina adolescente que se ha escapado de casa, a la que acoge y con la que protagoniza una escena memorable, rematada con una frase que resume todo el film. Tras compartir ambos una jornada en bicicleta, recorriendo la orilla del río, la joven propone a su tío seguir hasta la desembocadura del mar. Y éste le dice: “La próxima vez (…) Esta vez es esta vez y la próxima vez será la próxima vez”. Hay otro momento que el humor inteligente contrapone lo virtual y la realidad a la que se aferra el personaje interpretado por Koji Yakusho. Su sobrina quiere averiguar si las cintas de casete de la furgoneta se pueden reproducir en el iPhone y escuchar en Spotify, y él pregunta dónde está esa tienda.

A esta aparición, le sigue un breve encuentro con su hermana, cuando ésta llega con un coche de lujo y chófer a la modesta casa de Hirayama en un barrio humilde. “¿Vives aquí?” y “¿es verdad que te dedicas a limpiar retretes?” son las dos preguntas que ayudan a imaginar que el personaje principal debía haber tenido una vida diferente en el pasado, probablemente, más acomodada y con un trabajo mejor remunerado. La hermana del protagonista le informa de que su padre, al que no visita desde hace años, sufre una demencia y “ya no es igual que antes”. Otro dato que nos aproxima al pretérito de Hirayama y a ser conscientes de que la vida de este personaje también arrastra sufrimientos es que, en este encuentro, vemos llorar por primera vez al protagonista al despedirse de su hermana con un sentido abrazo. Ello nos remite a la dificultad de tomar decisiones sobre la propia vida que otros pueden no compartir.


La tercera aparición, hacia el final de la cinta, es la del ex marido de la cocinera y propietaria del bar al que acude a cenar nuestro protagonista cada semana, forjando una entrañable amistad con la mujer. Aquel se está muriendo de cáncer y confiesa a Hirayama que la abandonó para casarse con otra y, ahora, que se va a morir ha sentido la necesidad de pedirle perdón. La petición de que la cuide deja la puerta abierta a la posibilidad de una relación.

Los tres minutos finales son catárticos. Hirayama protagoniza un primer plano sostenido, subido a su furgoneta, con “Feeling Good” de Nina Simone de fondo. Esta canción hace referencia a la esperanza, a los nuevos comienzos y a sentirse bien con la naturaleza, con la libertad y con la vida. En total sintonía con la propuesta de Wim Wenders, la letra recuerda que, a pesar de las luchas y de los sufrimientos, hay alegría y esperanza en el mundo porque podemos empezar de nuevo y crear una vida mejor. El cineasta alemán está en la estela de directores como el finlandés, Aki Kurismäki, que se arremangan y se meten de lleno en los problemas actuales, pero desde una mirada esperanzada.

En definitiva, Perfect Days es una lección magistral de buen cine y de vida buena que representará a Japón en los próximos Óscar. Esto resulta una novedad porque es un país que acostumbra a elegir películas de directores nipones y, en esta ocasión, ha elegido el film de Wim Wenders. Probablemente, por el afecto hacia el actor japonés, Kôji Yakusho, que lleva el peso del film, y porque Wenders rinde tributo al cine de Yasujiro Ozu, con un estilo que dejó una impronta eterna en la cinematografía mundial por las maneras de ver la vida y de adentrarse en lo más hondo del ser humano.

La película de Wenders, una auténtica obra de arte, tiene un incuestionable interés bioético y filosófico al proponer que abracemos nuestra naturaleza humana, en vez de vivir como si fuéramos máquinas y dejarnos arrastrar por los cantos de sirena en pro de un progreso a modo de bálsamo de fierabrás. El ritmo frenético y la dependencia tecnológica nos sume en una modorra que dificulta que podamos mirarnos interiormente para preguntarnos acerca de cómo queremos que sea nuestra vida y no nos deja abrir los ojos al mundo que nos rodea para habitarlo de otra manera. Hirayama es ejemplo de una vida que contribuye a hacer mejor el mundo y Wenders de los cineastas con un estilo fílmico que deja puertas abiertas a la salvación.  

Amparo Aygües – Ex alumna Master Universitario en Bioética – Colaboradora del Observatorio de Bioética