Esta semana me ha costado mucho decidir el tema sobre el que escribir y es que, aun pareciendo una contradicción, estando en el tiempo – llamado ordinario – si abres bien los ojos no dejan de pasar a tu alrededor, cosas extraordinarias.
Y eso es lo que a mí me ha sucedido. Inmersa en la vuelta a la bendita rutina, he tenido muchos impactos que han entrado en lo más profundo de mí.
Meditando esto, he decido escribir sobre uno de ellos, reservándome la baza de escribir pronto sobre algún otro.
Ha sido el encuentro con un filósofo del siglo pasado llamado Manuel García Morente. Es increíble como una persona que ya no vive puede, a través de otros, y de sus escritos producir un impacto dentro de ti. Eso es lo que me ha pasado a mí esta semana.
Una persona, me habló de él y de su escrito- carta “El hecho extraordinario”. He aprendido a que cuando me pasa algo que no viene muy a cuento, que no es esperable o se sale de lo predecible, puede ser algo específico para mí. Es decir, que el Señor, lo quiera por algo o para algo.
El que me hablaran de este filósofo y de su carta, no entraba dentro de lo esperable en una jornada de trabajo. Pero lo hicieron, y según me hablaban de él y de su “hecho extraordinario” supe que tenía que leérmelo. Me había interpelado.
Así lo hice. Me lo leí en una sentada y pude, gracias a su lectura, rememorar y reflexionar sobre mi hecho extraordinario, ese encuentro personal y único con Dios.
Un encuentro que lo cambió todo sin cambiar nada. Un encuentro que cambió radicalmente mi forma de mirar y de estar en el mundo. Un encuentro que, como este profesor de filosofía y ética de los años de la guerra civil, dio la vuelta a mi vida devolviéndome esa libertad que yo misma con mis apegos y afectos desordenados, mis respetos humanos y mi mal llamado “buenismo” me había encargado de enterrar.
En su escrito, le cuenta a su director espiritual, su conversión. Una conversión que se había ido gestando durante tiempo atrás y que culmina en una noche de abril (no cuento más por si quieres leértelo) y es que Dios va hablándonos a través de nuestra vida y de los acontecimientos de ella. Lo que pasa es que normalmente estamos ciegos y sordos.
El profesor García Morente que era ateo por aquello de ser filósofo terminó ordenándose sacerdote dos años antes de fallecer. Una historia extraordinaria descubierta en lo ordinario de una jornada laboral.
Y es que la vida, como seres de encuentro que somos, está llena de encuentros (y desencuentros) que van conformándonos y moldeándonos, construyendo la persona que estamos llamados a ser. Por propia vivencia, una buena lectura también puede producir dentro de ti los efectos de un encuentro si es capaz de abrirte el corazón y el entendimiento a la trascendencia.
El hecho extraordinario tuvo el efecto en mí de poder sentir la inmensidad de Dios y el profundo agradecimiento por poder saberme Su hija amada.
La inmensidad, creo que no hace falta explicarla y, además, me quedaría cortísima, pero el ver cómo en lo ordinario de la vida, en lo pequeño se hace presente y nos llama, a mi se me antoja muy inabarcable y, el agradecimiento por haberme abierto los ojos y los oídos. Por haberme dado mi camilla y así poder andar. A mí, sin merecerlo.
El tiempo ordinario o lo ordinario de la vida puede tener el riesgo de habituarnos a las cosas y dejar de darles importancia. Puede hacer que pongamos el modo automático en nuestro día y dejemos de levantar nuestra mirada al cielo.
Por eso, si es tu caso, como era el mío en esta primera semana post Navidad, párate para mirar y no solo ver la belleza de esa rutina que te es regalada cada día. Porque si miras y te pones en el modo manual, podrás descubrir hasta el inmenso poder que tiene una sonrisa.
Yo necesitaba volver al origen y D. Manuel García Morente hizo que pudiera rememorar y volver a pasar mi por corazón, ese ENCUENTRO que dio sentido a mi vida.
Quién sabe para qué…bueno, mejor dicho, con la confianza de que Él sabe para qué.