Las falacias tras la ideología abortista

“El grito silencioso”

La divulgación intencionada de información falsa para influir en la opinión pública y hacer negocios millonarios a costa de ocultar la verdad tiene consecuencias dramáticas, especialmente, cuando atenta contra la vida humana e implica el sacrificio de millones de seres inocentes. La película “El grito silencioso” descubre los fundamentos falaces, los bulos, las trampas y el lucro ocultos tras la ideología abortista, a partir del caso judicial Roe contra Wade. Este litigio visto por la Corte Suprema de los EEUU en 1973 está en el origen de la despenalización del aborto, su descabellada consideración como un derecho fundamental y la falsa relación con una conquista de la autonomía de la mujer.

Los cineastas estadounidenses, Cathy Allyn y Nick Loeb, confirman en este film basado en hechos reales el axioma atribuido a Joseph Goebbels​​, jefe de propaganda nazi de Adolf Hitler, de que basta repetir una mentira para que se convierta en verdad. Ésta fue la estrategia supuestamente desarrollada por Planned Parenthood (paternidad planificada), una organización estadounidense, proveedora de servicios relacionados con la tecnología reproductiva, incluido el aborto inducido.

La película El grito silencioso. Roe vs Wade se desarrolla en dos tramas paralelas. Por una parte, narra la trayectoria del doctor Bernard Nathanson, vinculado a Planned Parenthood, y responsable de más 70.000 abortos que le reportaron unas ganancias de más de 20 millones de dólares. Éste negaba al embrión el estatus de persona, defendía que no había vida en la concepción y relacionaba sus prácticas con una retórica de género, apelando a la incompatibilidad de la penalización del aborto con los derechos humanos de la mujer. Nathanson acabó convirtiéndose al catolicismo, admitió que los embriones son seres humanos en proceso de desarrollo y que experimentan sufrimiento durante las prácticas abortivas. Además, desveló los entresijos del caso Roe vs Wade, los bulos, las trampas, la manipulación y el negocio económico impulsado por Planned Parenthood para influir en la opinión pública y presionar a jueces de la Corte Suprema de los EEUU. En 1973 este litigio judicial se resolvió con la despenalización del aborto y la consideración de esta práctica como un derecho protegido constitucionalmente, relacionado con la privacidad y autonomía de la mujer.

Paralelamente, el film detalla el caso de la joven Norma McCorvey, que en la demanda utilizó el seudónimo de Jane Roe. Ésta vivía en Texas, quería abortar y denunció, finalmente, que había sido engañada por las abogadas Sarah Wessington y Linda Coffe, ligadas a Planned Parenthood. Ambas mintieron a Norma y aprovecharon la situación de vulnerabilidad social y económica de ésta para involucrarla en la causa judicial y, a la vez, desplegar una estrategia discursiva sobre el aborto relacionada con una conquista de género y con los mantras sobre la privacidad y la autonomía de las mujeres para decidir sobre todo aquello que concierne a su cuerpo. En definitiva, un hecho privado entre la gestante y el médico.

Fundamentos falsos sobre la autonomía

“Mi cuerpo, mi elección”, es el lema nacido en torno a este caso que, todavía en la actualidad, es emblema de la ideología abortista. Al respecto, se aduce que como el aborto involucra al propio cuerpo, la decisión pertenece a la mujer y ni el Estado ni la sociedad pueden injerir sin que constituya una violación del derecho a la autonomía. Otras dos premisas falsas es que los derechos reproductivos de la mujer facultan a ésta para decidir si tiene hijos o no, su número y el momento de concebirlos y la penalización del aborto impide adoptar este tipo de elecciones. Se afirma, además, que como la reproducción impacta en el proyecto vital de la mujer, prohibir el aborto no sólo obliga a continuar con un embarazo no deseado, sino que también impide su libre desarrollo.

El film muestra cómo se articula deliberadamente una falsa fundamentación para que la sociedad la perciba como verdad y lograr determinados fines. Con cierto aire documental, los cineastas enseñan los intríngulis manipulativos de los primeros movimientos sociales proabortistas de los años setenta del siglo XX, los intereses económicos, la utilización de los medios de comunicación con datos falsos, encuestas inexistentes, maniobras políticas durante la presidencia de Richard Nixon y presiones judiciales que beneficiaron al emporio Planned Parenthood.  La primera presidenta y fundadora de esta corporación fue Margaret Sanger que en 1916 abrió una clínica anticonceptiva y abortista ilegal en un barrio de Brooklyn para facilitar a las mujeres afroamericanas que pudieran interrumpir sus embarazos. En algunas escenas ésta aparece en actos públicos en los que defendía la conveniencia de que las mujeres de este colectivo abortasen para evitar “la proliferación de una raza menor y menos inteligente que la blanca”.

El caso Roe vs Wade otorgó a las mujeres estadounidenses el derecho absoluto a un aborto en los tres primeros meses de gestación, permitiendo sólo regulaciones gubernamentales en el segundo trimestre y la prohibición de abortar en el último trimestre, salvo que se aportasen certificados médicos que acreditasen el riesgo para su vida o su salud.

En la película, la doctora Mildred Jefferson, fundadora del movimiento provida, ofrece argumentos científicos y datos incuestionables aclarados por la genética que desenmascaran los argumentos proabortistas que sólo reconocen el estatus de ser humano tras el nacimiento. En la batalla judicial, ésta sostiene que la vida comienza con la fecundación y que la necesidad de desarrollarse en el vientre materno para sobrevivir no convierte el embrión en una parte de la madre ni en una propiedad de la mujer, ni se puede naturalizar que la madre decida qué vida merece o no ser vivida. Desde la fecundación, surge una realidad distinta, un nuevo ser humano que tiene su propio patrimonio genético, diferente de los progenitores. La mujer también pone en peligro su vida durante este proceso, lo que lleva a la Milfred Jefferson a poner el acento, según muestra el film, en la cosificación e instrumentalización de la mujer, los pingües beneficios económicos y, especialmente, relaciones asimétricas de poder entre la madre y una vida humana embrionaria carente de derechos. “La gente no humaniza lo que no puede ver”, lamenta la doctora en un momento de la película.

Por último, la consideración del aborto como un derecho fundamental implica para garantizar su cumplimiento que se instaure el deber de matar. De ahí que el aborto junto con la despenalización y la práctica de la eutanasia, aunque se presentan como nuevos derechos, representan en realidad una amenaza en la defensa y la protección de la vida humana y de la dignidad de la persona, consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Si no hay vida, carecen de sentido los demás derechos fundamentales. Para los niños, el derecho a la vida es la oportunidad de poder vivir su infancia, crecer, desarrollarse y llegar a la edad adulta. Pero, para ello es imprescindible, nacer y, por ende, que la viabilidad del embrión deje de ser un criterio autónomo o político sujeto a concesiones.

Valoración bioética

Desde la bioética personalista, Elio Sgreccia sostiene un principio fundamental aplicable a la procreación humana, según el cual, para que una acción sea recta se requiere también que el fin sea recto. Es decir, que implique el bien de la persona, y que igualmente sean rectos los medios y coherentes con los fines.


Segreccia defiende que la vida tiene un valor incondicionado y la tendencia a disminuir el estatuto biológico del embrión y negarse a considerarlo un individuo humano, salvo a partir de momentos arbitrariamente fijados, se asocia al intento de no considerarlo persona humana y hunde sus raíces en una mentalidad hedonista y de exoneración de responsabilidad en la sexualidad. Están en juego las relaciones de armonía y equilibrio entre amor y vida, entre libertad y responsabilidad, entre técnica y moral[1]. En definitiva, se trata de reconocer “la centralidad de la persona humana en su realidad, más allá de la misma conciencia y de las capacidades expresivas logradas que se concretan en el proceso de maduración”[2]. Spaemann contribuye de forma penetrante a clarificar todo ello al precisar que a lo que llamamos persona no es al conjunto de determinadas cualidades, sino a su portador[3]. La vida humana desde la concepción tiene un valor sagrado, absoluto e inconmensurable y no debe estar expuesta a consensos políticos o sociales.

Amparo Aygües – Master Universitario en Bioética por la Universidad Católica de Valencia – Miembro del Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia

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[1] Sgreccia, E. Manual de Bioética I. Fundamentos y ética biomédica (2012). Capítulos. IX, X y XI. Edit. BAC

[2] Ibid, p.132.

[3] Spaemann, R. (2010). Personas. Acerca de la distinción entre “algo” y “alguien” Ed. Eunsa.