La violencia y la destrucción humana ocultas en la soberanía de la mentira

“El ministro de propaganda”

La película “El ministro de propaganda” del cineasta alemán, Joachim Lang, alerta de la potencia destructiva de la mentira sobre la vida, la dignidad personal y las relaciones humanas. La cinta muestra los métodos propagandísticos de Joseph Goebbels, el ideólogo nazi que encumbró a Hitler, incitó a los alemanes a la guerra y promovió el genocidio judío. Sus ideas para distorsionar la verdad inspiran la mentira moderna y el emotivismo para que el relato eclipse la realidad.

“La propaganda es como el arte, no vale más el cuadro que mejor representa la realidad, sino aquel que despierta más emociones”. La contundente frase de Joseph Goebbels (Robert Stadlober), en las primeras secuencias de El ministro de propaganda, ofrece al espectador pistas de la personalidad del protagonista y, además, es una buena síntesis de la esencia del film. El director alemán, Joachim Lang, entremezcla la ficción y la realidad, al incorporar a las secuencias ficcionales algunas impactantes imágenes de archivo sobre actos, mítines, desfiles militares, campos de exterminio, testimonios de supervivientes del Holocausto y escenas de películas de propaganda nazi de la época creadas para avivar el odio hacia los judíos, como El triunfo de la voluntad (1935), de Leni Riefenstahl, o El judío Süss (1940), de Veit Harlan[1].

Aunque, el interés del cineasta en esta cinta va más allá de la revisión histórica y del biopic convencional. Lang pone intencionadamente el foco en el histrionismo y las sofisticadas habilidades de Goebbels para distorsionar la verdad, influir en los sentimientos de las masas y debilitar su capacidad de raciocinio. El cineasta muestra cómo diseña las campañas de publicidad institucional, controla hasta el más mínimo detalle en los actos públicos que aparece Hitler (Fritz Karl), redacta los discursos, ordena falsificar documentos, hace ensayar una y otra vez a las niñas que deben aparentar espontaneidad al regalar flores al Führer, crea artificialmente las imágenes de multitudes agitando banderas que han pasado a la historia, filtra información falsa y tendenciosa, compra el apoyo de intelectuales mediante subvenciones y emplea todos los recursos a su disposición para callar a los periodistas críticos de la prensa escrita y de la radio. En definitiva, Joseph Goebbels maneja recursos ilimitados para dominar todos los poderes del Estado y potencia la imagen al servicio de la ignominia y la barbarie totalitaria con tres mil noticiarios semanales en las salas de cine.

En distintas secuencias, el propagandista se jacta del encumbramiento y del moldeo mesiánico de Hitler ante un pueblo empequeñecido por la derrota de la I Guerra Mundial; alardea de su capacidad de engaño a la nación alemana para ir a una segunda guerra, mediante un discurso contrario al más elemental sentido común; y promueve la denominada “solución final”, eufemismo con el que los nazis se referían al asesinato masivo de los judíos.

Resulta relevante darse cuenta de cómo Goebbels resuelve las crisis de imagen del Gobierno, los escándalos públicos o los errores de Hitler, bien buscando un chivo expiatorio, bien volcando el aparato propagandístico en un elemento distractor para ocultar los verdaderos hechos. En este sentido, la película muestra el recrudecimiento sistemático de los ataques a los judíos para contrarrestar la mala imagen o la pérdida de respaldo social.

Los aprendices actuales de Goebbels

El mantra por excelencia del mago propagandista para lograr el efecto de “ilusión de verdad” es conocido: repite una mentira con suficiente frecuencia y se convertirá en verdad. Goebbels presume en una de las escenas en las que aparece rodeado de su aparato de propaganda: “Yo soy quien decide lo que es verdad y lo mejor para el pueblo (…) Ningún gobierno sobrevive sin una buena propaganda”. Y añade, en tono desafiante: “¿Quién conoce al ministro de propaganda de Stalin o al del gobierno inglés? En cambio, mi nombre pasará a la posteridad”.

El film ilumina las estrategias del ideólogo nazi para propagar calumnias contra otros ministros del gobierno hasta que logra sentarse a la derecha de Hitler, se convierte en la persona de su máxima confianza y obtiene del Führer poderes plenipotenciarios. Incluso, utiliza a su esposa, Magda (Franziska Weisz), y a sus seis hijos para convencer al máximo dirigente nazi de la fidelidad y del afecto familiar. En una secuencia, Joseph Goebbels obliga a su hijo Helmut a leer a Hitler una redacción escolar. La sorpresa se produce cuando éste le pregunta: “¿y qué más cosas has aprendido en la clase de historia?”. El niño, sin las habilidades del padre para mentir, responde de forma inocente lo que había escuchado, en algunas ocasiones, de la propia boca de su progenitor: “Que Alemania no ha ganado ninguna guerra combatiendo en dos frentes”. Goebbels y Magda no pueden disimular su estupefacción ante la falta de filtro del pequeño, mientras Hitler también hace oídos sordos a la respuesta de Helmut.

En la ficción, la doble moral de Goebbels implica la intervención personal del presidente alemán para evitar el descrédito del gobierno ante la pretensión del ministro de propaganda de divorciarse de Magda y casarse con una cantante. La imagen de padre amantísimo también queda en entredicho cuando se conocen las presiones para obligar a su esposa a suicidarse y, previamente, envenenar, a sus seis hijos. Se trataba de unir irreflexivamente sus destinos al de Hitler. La atrocidad ha pasado a la historia como símbolo del fanatismo y del autoengaño que pueden guiar a los seres humanos a cometer las acciones más execrables cuando se neutraliza la capacidad de pensamiento crítico.

Al final de la película, el director reitera a los espectadores sus auténticas intenciones, aludiendo a una frase de Primo Levi, escritor italiano de origen judío que sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz: “Ocurrió… y puede volver a ocurrir. Este es nuestro único objetivo, recordarlo y contarlo para que no se repita”. Esta advertencia de Joachim Lang tiene especial relevancia por la tendencia de la política mundial a controlar el relato y apelar a las emociones frente a la búsqueda de la verdad y la aceptación de hechos verdaderos. Los principios de propaganda de Goebbels, reflejados en el film, continúan siendo utilizados actualmente para confundir y distraer a los ciudadanos o desgastar al adversario político, según convenga. Las redes sociales se han convertido en el medio más idóneo en el afán de expandir la ceguera y aceptar con mansedumbre y naturalidad que la mentira, la propaganda, la desinformación y la manipulación se conviertan en parte del entramado de la vida cotidiana.

Los males de la mentira moderna

El film ilumina las implicaciones bioéticas de tergiversar la realidad que fragmentan y deshumanizan a la persona, atentan contra su dignidad e impiden una convivencia pacífica al hacernos olvidar que habitamos la tierra juntos y participamos de un mundo en común.


La filósofa Hannah Arendt ofrece un diagnóstico certero de los males de la mentira moderna que conviene no perder de vista[2]. Arendt sostiene que los bulos, la propaganda y la manipulación contienen elementos de violencia y destrucción que aparecen en las democracias y en los Estados totalitarios. En estos últimos, como paso previo al asesinato. El Holocausto o los Gulag soviéticos son un buen ejemplo de la admonición de la pensadora judía.

¿Qué destruye la mentira? El sentido y la forma de orientarnos en el mundo real que resultan primordiales para construir reflexiones morales sobre valores humanos básicos, aceptar las leyes naturales y conectar, a través de la empatía, con el dolor o el sufrimiento de otros. Arendt subraya que no distinguir la realidad de la ficción dificulta al extremo que podamos compartir nuestras experiencias y hacer que éstas tengan sentido en la comprensión común de verdades. Los seres humanos necesitamos referencias estables. Así, la característica del hombre-masa, dice la filósofa, no es sólo la brutalidad, sino su aislamiento y la falta de relaciones normales[3]. La fuerza de la propaganda descansa, precisamente, como muestra la película de Lang, en aislar a las personas del mundo real.

Julián Marías también reflexiona sobre el derecho de la persona a no ser engañada y la cosificación que se produce mediante el ocultamiento premeditado de hechos verdaderos con el propósito de satisfacer los intereses de programas tan desleales como peligrosos. La falta de verdad afecta, según Marías, a la libertad de la persona para que ésta pueda razonar y desplegar su juicio. “Me preocupa la general pasividad con que la mentira se acoge. Algunos, llevados por la fuerza de la propaganda, no la advierten, se podría decir que la aceptan; otros sienten cierto malestar, una impresión de que ‘no es eso’, pero carecen de toda reacción propia. Esto hace que se produzca una amplísima impunidad de la mentira, que esta no tenga sanción ni remedio”[4].

Para Spaeman, la paz no puede forjarse sobre la mentira, las medias verdades o falsos consensos con  aquello que puede destruir al ser humano, en alusión a la cultura de la muerte que implican el aborto y la eutanasia[5].

El film de Lang muestra que mejorar nuestra humanidad es el camino y que la mejor forma de recorrerlo es tratar a la persona como un fin en sí mismo y no un medio para satisfacer deseos de otros.

Amparo Aygües – Master Universitario en Bioética por la Universidad Católica de Valencia – Miembro del Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia

[1] Ambas películas son las más representativas del cine de propaganda antisemita producido por el Tercer Reich. La primera, encargada por el propio Hitler, con la intención de reforzar la imagen de ser el único capaz de conducir a la gloria y devolver la categoría de potencia mundial a la nación alemana. La segunda, representa a los judíos como seres materialistas, inmorales, manipuladores y físicamente poco agraciados.

[2] Arendt, H. (2017). Verdad y mentira en política. Ed. Página indómita. Un clásico que consta de dos ensayos: el primero, escrito en los años sesenta, ante las reacciones a Eichmann en Jerusalén, dedicado a la verdad; y el segundo, sobre la mentira, redactado a comienzos de los setenta, ante la publicación de los “Papeles del Pentágono” en torno a las falsedades de Nixon para justificar la guerra de Vietnam.

[3] Arendt, H. (2006). Los orígenes del totalitarismo. Ed. Alianza.

[4] Marías, J. (2001). La impunidad de la mentira. Columna en el Diario ABC. Publicada el 22 de noviembre.

[5] Spaeman, R. (2005). Ética: cuestiones fundamentales. Ed. Eunsa.