La vida familiar del directivo de empresa

Si los padres son sanos y tienen un mínimo de dominio de sí mismos, llegarán a querer mucho a sus hijos

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La familia ocupa un lugar excepcional en la vida de cualquier ser humano, y por tanto del directivo. Sin embargo, las exigencias de los resultados del entorno empresarial con frecuencia llevan a olvidar esta realidad.

La dedicación al trabajo no amerita un descuido de la vida familiar, porque “en la familia se realizan bienes humanos excelentes”, y además: “los bienes de la familia y el hogar son la parte más importante de la felicidad humana” (Lorda, 2010). Las actividades del hogar nos parecen -y realmente lo son-, actividades muy vulgares; y que, por tanto, no pasa nada si no las hacemos. Acompañar a un hijo de ocho años en su partido de fútbol; explicar una lección de matemática; llegar a tiempo para acostar al más pequeño; ordenar una habitación: todo esto nos parece tan vulgar, que lo imaginamos como delegable o que al dejarlo de hacer no ocurre nada grave.

Y efectivamente, todo eso es muy vulgar, y más aún, nos parece que cualquiera podría hacerlo; pero todo eso es -al mismo tiempo- muy noble, muy humano y muy auténtico. Y por tanto, cuando lo hace un directivo de empresa, ocurre algo maravilloso: él se hace más noble, más humano y más auténtico.

De otro lado, como la sobrevivencia de la empresa requiere resultados, el entorno empresarial se vuelve “excesivamente” objetivo en la evaluación de los miembros de la empresa. Y cada uno cuenta por lo que aporta a la organización: por eso, no se ve bien que alguien esté en la organización y no aporte lo que los demás; y que lo sostenga el esfuerzo de los demás.

Por eso, no es extraño que este modo de pensar se traslade -casi involuntariamente- al ámbito familiar, donde la lógica es bastante distinta.  En palabras de Benedicto XVI:

la familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el lugar primario de ‘humanización’ de la persona y de la sociedad, la ‘cuna de la vida y del amor’ (2007).


En la vida familiar, a las personas no se les acepta por su aporte, sino por lo que son: hijos, padres, abuelos o tíos. Nadie debe demostrar que es valioso para que se le quiera y se le atienda. Y es que, como comenta Lorda, “los lazos de la carne y de la sangre son los cauces naturales y espontáneos del amor, de la confianza e incluso de la economía” (2010).

Por eso, lo primero que debería advertir un buen profesional al regresar a casa es el cambio de lógica, porque de no hacerlo calificará mal muchas de las realidades que se le presentarán en ese ambiente. El hogar es el lugar donde cada uno se manifiesta como es; y esto da al ambiente una sensación de paz y confianza muy grande. Allí es donde se experimenta “el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo” (Benedicto XVI, 2008).

Para terminar esta breve reflexión, tomaría una cita de Juan Luis Lorda, que refleja muy bien el gran impacto que tiene la vida familiar en el ámbito laboral y en la sociedad:

si los padres son sanos y tienen un mínimo de dominio de sí mismos, llegarán a querer mucho a sus hijos; y ese amor los llevará a ser más responsables, mejores trabajadores, mejores ciudadanos, mejores hombres; les dará una tarea y unas aspiraciones: hará que su vida tenga sentido, y les proporcionará muchos momentos de orgullo y felicidad” (2010).

Y esto dejará un legado. La siguiente generación habrá aprendido en la escuela del hogar la realidad más profunda de la vida humana: que la vida familiar es una componente esencial de la felicidad personal. En palabras de Benedicto XVI: «solo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Solo así se podrá hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegría y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida» (2007).