Albert Cortina entrevista a Mn. Javier Bausili, vicario de la Parroquia de Sant Pere d’Octavià en el monasterio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona).
Déjame que te haga una primera pregunta muy personal: ¿tu cómo te enamoraste de Jesucristo?
No sé responderte con precisión a esa pregunta. No puedo reconocer un momento de mi vida donde se haya dado un cambio en ese sentido. Más bien, me atrevería a decir que fue Él quién me busco a mí. El profeta Oseas lo expresaba así: «Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor» (Os 11,4). Siempre he reconocido la presencia de Jesús en mi vida, y sin darme cuenta, poco a poco, Él ha ido haciendo que dejara de buscarle simplemente por un cierto deber moral, y en cambio, le buscase sinceramente por quién realmente es: el Camino, la Verdad y la Vida.
Dicen que eres el sacerdote más joven de Cataluña. ¿Cómo descubriste tu vocación sacerdotal?
Mi camino vocacional empieza el año 2015 gracias a una peregrinación a Ávila con motivo del Año Jubilar Teresiano y la celebración del V centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Este evento coincidió con el verano posterior a primero de bachillerato. La última noche del encuentro acababa con una vigilia de oración, y por cosas de la vida y de la juventud, en vez de asistir a la vigilia terminé con unos amigos al pie de la muralla viendo a lo lejos al resto del grupo que estaban rezando. Pero bueno, el Señor siempre sorprende y en aquel momento decidió irrumpir en mi vida de una manera nueva. Todavía no tenía claro lo que me pedía, ya que realmente no hay más ciego que el que no quiere ver, pero algo había cambiado en mi interior.
He de reconocerte que yo nunca había cerrado la puerta al Señor, pero tampoco estaba abierto del todo. Sin embargo, en aquel momento, el Señor llamó a la puerta. En ese momento, tal vez no la abrí de par a par, pero sí que me quedó claro que Jesús me estaba llamando y que tenía que acercarme más a Él.
Por aquel entonces yo tenía cierta vida de fe, pero aquella ocasión me sirvió para buscar al Señor con más ganas. Al regresar del periodo veraniego, empecé segundo de bachillerato y mi vida de fe aumentó. Sin embargo, en relación al discernimiento sobre mi vocación como tal no avancé mucho. Posteriormente, empecé el curso de primero de farmacia en la universidad y simultáneamente fui catequista de adolescentes de primero a tercero de la ESO. En aquel curso, un amigo seminarista – actualmente sacerdote – me recomendó que escogiese un director espiritual, lo cual hice y realmente dio sus frutos ya que dicho sacerdote me ayudó mucho a ir concretando mi discernimiento vocacional.
De nuevo en verano, en otra peregrinación, esta vez al Santuario de Fátima, di un paso más en este proceso de descubrimiento de mi vocación sacerdotal al rezar la siguiente oración: «¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!». Con esa oración, y en el interior del santuario fue cuando ya vi claramente que debía dar un paso más serio y atreverme a entregarme totalmente al Señor. En ese momento hice mía esta frase del Evangelio: «Pedid y se os dará». Posteriormente, unos días más tarde, me reuní con el Obispo de Terrassa para pedirle entrar en el seminario.
En este mundo profundamente en crisis, ¿Cómo transmites a los demás la parte positiva de la vida, la esperanza cristiana, la Luz de Cristo que necesita tanto la humanidad de nuestro tiempo?
Aunque sea con muchas heridas y con otras muchas dificultades, los jóvenes de hoy en día tienen una gran apertura al Señor. Nos encontramos ante una sociedad con mucha sed de encontrar respuestas. Los jóvenes – y también los adultos- ansían encontrar una comunidad a la que pertenecer. Y lo mismo con la necesidad de paz. Vamos todos realizando tantas actividades simultáneamente y con tantas prisas, que se hace cada vez más urgente la necesidad de obtener una autentica paz interior.
En estos momentos, muchos jóvenes ya no han oído hablar de la Iglesia y a diferencia de sus padres no están en contra de la religión cristiana pero tienen una gran indiferencia respecto a la fe. Yo he visto como tienen una enorme curiosidad por lo que es la Eucaristía y por otros aspectos de la espiritualidad católica. Esa curiosidad y apertura es una gran oportunidad para evangelizar y para dar respuestas a todos aquellos que buscan un sentido y un propósito a sus vidas. La Santa Misa y la Adoración Eucarística, junto al reto de Sacramentos que ofrece la Iglesia Católica, resultan ser para muchos un gran descubrimiento. También la alegría que se vive en la comunidad parroquial, así como la entrega y el servicio a los demás.
El papa Francisco, en su reciente encíclica Dilexit nos (Él nos ha amado) nos invita a contemplar y a ser devotos del Sagrado Corazón de Jesús. ¿Cómo les explicarías a los hombres y mujeres de nuestro mundo – que parece haber perdido el corazón, como dice el Papa- el misterio del amor de Dios por nosotros?
En clave existencial, el amor de Dios por nosotros es la respuesta a esa necesidad de infinito que tiene el ser humano, a esa sed insaciable que tienen nuestros corazones de sentirse amados por Dios. El Sagrado Corazón de Jesús expresa ese misterio del amor gratuito e infinito de Dios que se da a todos nosotros para acogernos sin reservas. El Corazón de Jesús, que resulta ser traspasado por el sufrimiento de nuestros pecados, se deja herir para que nosotros podamos entrar en dicho Corazón de donde brota toda respuesta verdadera a nuestra necesidad de amor incondicional.
Más concretamente, ¿Qué les dirías a la gente joven que está alejada de Dios o que no le conoce?
Que no se conformen con aquello que les ofrece el mundo y que no satisface realmente los deseos más profundos de su corazón. La vida no la poseemos para pasarla de puntillas y de forma superficial. Dios nos ofrece la libertad y la oportunidad de vivirla en abundancia. Seguir este camino tiene consecuencias. Habrá momentos de dificultad, pero también momentos de gran felicidad y alegría. De verdad, os aseguro que vale muchísimo la pena seguir el camino del Señor.
Recientemente has impartido una conferencia en tu parroquia en el monasterio de Sant Cugat del Vallès titulada “Goodbye verdad. La verdad y el relativismo en nuestra vida”. ¿Para ti que es la Verdad, en mayúsculas? ¿Podríamos decir que existe una Verdad absoluta?
Jesús se definió como “el Camino, la Verdad y la Vida”. Así que, la pregunta no es tanto qué es la verdad sino quien constituye esa Verdad. En cuanto que Cristo es la Verdad, ese hecho reclama una respuesta por nuestra parte. El absoluto de la Verdad, en parte se nos escapa, y por ello no somos capaces de agotar toda la realidad.
En esa conferencia, comentaste que sin Verdad no hay moral objetiva. ¿A qué te referías? ¿Puedes ponernos algunos ejemplos?
Cuando hablamos de moralidad, nos estamos refiriendo al bien y al mal. Una cosa es buena cuando cumple y realiza de manera adecuada su finalidad. Decimos que un árbol es bueno cuando da frutos buenos, una lampara es buena cuando ilumina de la manera adecuada nuestro entorno. De este modo, todo ser humano actúa buscando ser feliz ya que esa es nuestra finalidad. Si yo niego la existencia de la verdad, también niego la existencia de un fin último. Si no hay un fin último, el bien y el mal no corresponden a la relación del acto con el fin, sino a otro juicio, ya no objetivo sino subjetivo, como por ejemplo: al placer, a la utilidad, a lo que acuerde la mayoría, etc.
Para que exista la objetividad es necesario reconocer que existe algo exterior a mí que me sirve de punto de referencia. Eso es la realidad. Si negamos la verdad, estamos negando el acceso a ese punto de referencia, por lo que todo juicio moral pasaría a desarrollarse en función de algo no externo, es decir, de una actitud subjetiva.
Por ejemplo, si todo es subjetivo y relativo, también es subjetivo y relativo que la democracia sea buena o que la pederastia sea mala, etc.
En el año 2009, el papa Benedicto XVI presentó al mundo su encíclica “Caritas in veritate”, es decir, amor o caridad en la verdad. ¿Para ti, qué relación hay entre verdad y amor?
La una necesita y es un reclamo para la otra. Santo Tomás dijo que amar es querer el bien del amado. En el supuesto que no existiese la verdad no habría bien, por lo tanto, resultaría imposible querer al otro. Dicho de otro modo, si yo no sé qué es bueno para ti ¿Cómo puedo desearte y buscar tu bien? Y no es solo porque no podría conocer cuál es tu bien, sino porque si no hay verdad, no hay terreno común donde compartir. Si cae la verdad, cae el diálogo, entendido no solo como intercambio de palabras, sino como movimiento reciproco de darse y acoger. Y sin ese movimiento, ¿Cómo puede uno amar? Evidentemente, con ello caería también el bien común, pues no habría bien reconocible ni tampoco habría espacio común.
El amor sin verdad no es verdadero amor, es emotivismo o sentimentalismo. De este modo, una verdad sin amor no podría acompañarte en tu camino hacia el Bien, es decir, hacia al fin último.
Y es que la verdad sin amor es tiranía, es imposición. Los cristianos proponemos la Verdad con nuestro testimonio y con nuestro amor en acción.
Jesús decía a los judíos que habían creído en Él: «Si vosotros permanecéis en mi Palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres». ¿Cómo explicarías hoy a nuestros amigos, feligreses y a todo hombre y mujer de buena voluntad que la Verdad nos hace libres y por ello más felices?
Generalmente, tendemos a igualar la libertad con la posibilidad de escoger, pero no todas las elecciones son iguales. Mis padres tienen dos perros, uno de ellos, Thor, es especialmente comilón. Si a Thor le ofreces dos platos, uno con comida y otro sin, su instinto le empujará en una de las dos direcciones, evidentemente hacia el plato que contiene comida. No hay nada que yo pueda hacer para evitarlo. Dicho de otro modo, Thor no se pondrá a dieta voluntariamente.
Sin embargo, el ser humano, va más allá de los instintos de los animales ya que tenemos libre albedrio. Frente a cada opción, nos hacemos una pregunta: ¿qué me hará más feliz? Esta capacidad de elevarnos por encima de la realidad, trascenderla, y buscar esa felicidad última hace que no seamos esclavos del impulso. El reto por nuestra parte es doble, por un lado, conocer qué nos hace felices – la Verdad -, y por el otro, ser capaces de seguir ese camino que nos conduce a esa felicidad plena.
Por ejemplo, si tu pretendes subir al Santuario de Montserrat pero no conoces el camino, eres esclavo de tu ignorancia y finalmente no podrás ir. Si en cambio, conoces el camino, se te abre la posibilidad de alcanzar la cima del Santuario. Cuanto más conozcas lo que allí te vas a encontrar, con más fuerza querrás buscarlo haciendo que sea más fácil sobreponerte a las dificultades del camino. Al final, desde esa elección libre, cuando estés delante de la imagen de la Virgen de Montserrat, te sentirás feliz.
Sabemos que el cristianismo proclama que Dios es la Verdad Suprema y que Jesucristo es la Verdad de Dios revelada, visible en su humanidad. ¿Crees que el pelagianismo y el gnosticismo son dos grandes errores que siguen expandiéndose actualmente en nuestros días sobre la Verdad en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre?
Efectivamente, así es. De hecho, el papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et Exultate menciona ambas realidades como desviaciones muy actuales y como enemigos de la santidad. En el fondo son dos maneras de expresar el intento de desbancar al Señor del centro de nuestras vidas y de la Historia. En uno de estos dos errores – en el pelagianismo-, se pone la confianza en la voluntad y en el otro error – en el gnosticismo-, se pone la confianza en el conocimiento. Al final, es lo que ya dijo San Pablo: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles». Los misterios de la Encarnación y de la Redención son tan radicales y profundos que para la soberbia humana siempre será más fácil reducirlos que asumirlos.
Jesús es nuestro único Salvador, ¿Cómo explicarías a los creyentes de otras religiones, a los seguidores de la New Age o a los agnósticos y ateos esa verdad?
Me remito a lo que hemos comentado anteriormente cuando afirmaba que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. A las tres realidades que mencionas, muy presentes en nuestro mundo, les pediría que sean consecuentes hasta el final. Que vivan y experimenten seriamente todos los planteamientos que en la teoría asumen, y vean sí esa es la respuesta que más les convence. Podríamos decir que la manera de probar una teoría es ver si funciona. Desde luego, mi propuesta es que si dan la oportunidad a que Jesucristo entre en sus vidas, van a experimentar en sus corazones esa Verdad de que Él es nuestro auténtico Salvador.
Finalmente, ¿Cómo definirías tu relación con Nuestra Madre, la Santísima Virgen María?
Mi vivencia real con la Virgen María es que Ella siempre me muestra su cariño y su ternura. Algo especial debe tener una madre para que el mismo Señor de la historia haya escogido tener una. La Santísima Virgen María siempre me ayuda a volver la mirada a Cristo, su Hijo Redentor. Ella es Madre y Maestra. Por eso decimos que es Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre Nuestra. Yo me siento muy unido a María.