La superioridad de Cristo resucitado

¡Firmes en la fe!

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Todo el prolongado tiempo pascual es un solemnísimo tronar de majestuosas trompetas reales que anuncian un gran pregón: la gloriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, único Salvador del mundo ¡Cristo ha resucitado! Esta formidable promulgación incluye muy especialmente que su triunfante resurrección demuestra su divinidad y la verdad de la religión cristiana, conservada en su plenitud sólo en la religión católica, apostólica y romana.

La creencia personal en la divinidad de Cristo no es una mera opinión, no es algo equiparable a otras creencias radicalmente distintas.

“Cristo es Dios” es una verdad absoluta. No es que sea verdad absoluta porque lo digamos. Es verdad absoluta porque, independientemente de todo lo que piensen las inteligencias finitas, lo real es que Cristo es Dios. Esa es la realidad misma.

La fe, -gracias al Espíritu Santo-, nos hace conocer estas verdades con una certeza absoluta, grandísima, muy superior a las certezas matemáticas.

La revelación pública de la religión cristiana terminó con el último apóstol. Esta religión, está, pues, fijada, es perenne e inmutable.

Habiendo subido Cristo al cielo nos ha dejado la Iglesia, -cuya cabeza es el Papa-, que custodia fielmente el depósito de la fe.

Dios, sólo comunica verdades. Luego, una religión revelada no tiene nada falso; sólo consta de verdades. Porque Cristo es Dios, es falso que Cristo no sea Dios. Luego, es falsa toda doctrina, -aún si su autor es un presunto fundador de una religión-, que niegue la divinidad de Cristo. Una religión falsa, pero, puede contener algunos elementos de verdad.

La Biblia, ante por ejemplo la idolatría, que es una doctrina religiosa distinta, no esconde la verdad, afirma que la idolatría es un gran pecado; también que, los ídolos tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen olfato y no huelen, etc.

El cristianismo no católico, contiene la verdad de la divinidad de Cristo, pero se equivoca sobre la Iglesia. Sólo en la religión católica está la plenitud de la verdad cristiana. Sólo en ella está la plenitud de los medios de salvación.

Ya que Cristo es Dios, es ser infinito, supremo, absolutamente superior a todos. Lo finito, en comparación con lo infinito, casi no vale nada, casi no existe. Cristo, por ser infinitamente sabio, supera infinitamente a todo pensador y a todo líder religioso. Sólo Cristo es maestro. La ley del orar enseña con seguridad que hemos de creer: lex orandi, lex credendi. Y, una oración litúrgica, nos dice: comprendan los hombres que, sin la luz de Cristo, todo es tinieblas.

Cristo es el único Salvador. Cristo es el Camino. Nadie puede ir al cielo sino por Cristo. No hay un camino alternativo. Cuando alguien, desconociendo sin culpa la religión cristiana, y siendo de otra religión, se salva, no se ha salvado al margen de Cristo. Sino que, sin saberlo, en lo más profundo de su alma, de modo misterioso y oculto, ha estado tan convertido a Cristo, tan unido a Él, que Cristo lo ha salvado. En el fondo, su alma era cristiana. Todo el que se salva, se salva por Cristo. No hay otro Salvador. Por esto es tan deseable la conversión a la religión católica.


La superioridad de Cristo y del cristianismo no es motivo de orgullo, pues es un saber prestado, un don de Dios, sin el cual siempre habríamos ignorado los grandes misterios cristianos.

Hay armonía entre verdad y caridad. Ama, y haz lo que quieras. La caridad ha de servir a la verdad. La verdad siempre está por encima de lo falso. Mientras que el error no ha de ser amado, la persona que ha errado debe ser respetada y amada. La caridad siempre une. Es la verdad en la caridad.

La verdad no se opone ni a la profundización, ni al diálogo, los fomenta. El diálogo nunca puede sacrificar a la verdad. El nº 11 del decreto “Unitatis redintegratio” del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo, dice: la doctrina católica se ha de exponer íntegra y diáfanamente; con toda profundidad y exactitud.

La fe cristiana, por ser la verdad, no depende de interpretaciones. Donde hay diversidad de interpretaciones hay falsedad. Pues, lo diverso contiene el sí y el no, y la contradicción es incompatible con la verdad.  Sólo en la unidad puede haber verdad.

La superioridad de Cristo también se manifiesta en cuanto a la paz. Así, una oración litúrgica, dice: que los pueblos vean en el evangelio la única vía de la paz y de toda colaboración fecunda.

La superioridad de Cristo está diáfanamente expuesta en la carta a los filipenses 2, 9-11: “Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: ‘¡Jesucristo es el Señor!’, para gloria de Dios Padre”. ¡Toda rodilla, sin excepción alguna, se doble ante Él!

En suma, el tiempo pascual, sobre Cristo, Dios y hombre, glorioso resucitado, Salvador, rey de toda la creación, pregona su resurrección, afirmando que es Dios, qué no es; y, que, en comparación con los demás seres, es superior. El camino ecuménico, gran regalo de Dios, mira especialmente a lo que une a los diversos grupos cristianos, aspirando a una futura unidad. No está de más recordarlo en el tiempo actual en el que tanto está influyendo la cultura líquida ¡Firmes en la fe!

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