Tirón de orejas a los obispos de Estados Unidos
Como diciendo: “Hermanos, ¡basta de resistirse! ¿Es que no lo entienden?”, en un tono amistoso, pero sin vueltas, el Nuncio Pierre expresó ayer ante la Asamblea de primavera de los Obispos de Estados Unidos en Orlando que, “a esta altura ya deberíamos tener claro que la sinodalidad no consiste en un nuevo programa ni en un disfraz de un plan para cambiar la doctrina de la Iglesia. Se trata de un modo de ser Iglesia que nos permite discernir el camino por el que nos llama el Espíritu de Dios”.
¡Estamos hablando de obispos!, de quienes uno esperaría que tuvieran las cosas más claras que el pueblo de Dios. Pero hay no pocos en Estados Unidos, que temen que una actitud pastoral de escucha y apertura a la voz de Dios en las almas de los hermanos, resulte en un cambio de la doctrina de la Iglesia y provoque un caos.
¿Cuántas veces más deberemos escuchar que “la sinodalidad es un modo de ser Iglesia que nos permite discernir el camino por el que nos llama el Espíritu de Dios”, para saber que la sinodalidad es un modo de ser Iglesia que nos permite discernir el camino por el que nos llama el Espíritu de Dios?
¿Cómo ser Iglesia si no tenemos clara la importancia de “encontrar al Señor y a los demás; escuchar las preguntas de la gente y las inquietudes religiosas y existenciales que hay detrás de ellas; y discernir con ellos cómo debemos cambiar para vivir una vida más abundante. Si hemos seguido la guía del Papa, después de dos años ya deberíamos tener algunas respuestas a las preguntas que están acostumbrados a oír de mí: ¿Dónde estamos? Y ¿adónde vamos?”, según plantea el Nuncio Pierre.
El dedo en la llaga
Como fiel discípulo del Papa Francisco, el Nuncio apunta a salir de la zona de confort, para enfrentar la realidad actual de la Iglesia y el mundo: “¿Hemos descubierto respuestas a esas preguntas? ¿Sabemos cuáles son las verdaderas necesidades de nuestro pueblo? A través de nuestros encuentros con los demás, ¿cómo hemos sido transformados? ¿Qué hemos discernido? ¿Qué viejas costumbres debemos abandonar y qué nuevas formas debemos adoptar para avanzar?”
¿Abandonar viejas costumbres? ¿Acaso no estábamos bien en el pasado? ¿Adoptar nuevas formas para avanzar, con el riesgo que esto implica?
No se trata del “estilo de Francisco”, sino del “estilo de Dios”
El Arzobispo Pierre intercala sutileza con claridad. Es bueno, no quiere herir a nadie, pero no renuncia a ser claro y contundente: “Es posible que aún estemos luchando por comprender la sinodalidad. Tal vez nos haya costado encarnar este ‘estilo de Dios’. Tal vez ‘la aventura de este camino’ nos ha hecho un poco temerosos de lo desconocido. Como líderes de la Iglesia, somos muy buenos organizando programas y llevando a cabo planes de acción. Y sin duda tal organización ha producido muchos resultados positivos. Pero como el camino sinodal es menos un programa y más una forma de ser Iglesia, puede tratarse de un desafío para nosotros”.
Una Iglesia profética no necesita GPS sino brújula
El Nuncio cree que como Iglesia no podemos dejarnos guiar ciegamente por un programa automático, como es un GPS, reduciendo o anulando el discernimiento el personal. Cree que estamos llamados a dejarnos guiar por el Espíritu Santo, lo que exige mayor esfuerzo, pero promete abundantes frutos. Así relata que le “viene a la mente una imagen que puede ayudar a ilustrar este desafío y el cambio de mentalidad que se requiere de nosotros. En estos días de tecnología GPS, cuando nos preguntamos cómo llegar a nuestro destino, estamos acostumbrados a confiar en las indicaciones giro a giro producidas por un algoritmo. Se nos dice dónde estamos, exactamente cuán lejos tenemos que ir, y dónde girar. Pero, hermanos míos, nuestra navegación espiritual como líderes de la Iglesia no puede basarse en un programa informático. Es menos como un GPS y más como una brújula”.
Y continúa: “La brújula señala dónde está el norte. Conoces la dirección que tienes que tomar para llegar a tu destino, pero discernir cómo llegar allí requiere prestar mucha atención a tu entorno inmediato, lo que implica una observación paciente y cuidadosa. Así también nosotros, como Iglesia, conocemos la dirección en la que vamos: Jesucristo y su Reino son el verdadero norte. Pero para encontrar el camino adecuado, tenemos que sumergirnos en la realidad de nuestro pueblo y escuchar atentamente las preguntas y preocupaciones de su corazón. Este es el camino sinodal; este es el camino de encarnación de Jesús”.
No se trata de imponer, sino de ir al encuentro
Ir en misión al mundo no consiste en imponer sino en tener apertura para la escucha en la experiencia personal. En palabras del Nuncio: “La Iglesia es una realidad dinámica; ¡está siempre en marcha! Como Cristo mismo, debemos ir en misión al mundo con una apertura para descubrir lo que realmente hay allí, no simplemente imponiendo lo que ya sabemos. Esto requiere una estrecha proximidad con la persona con la que nos encontramos. Debemos movernos hacia las personas y comprometernos con ellas en los lugares existenciales en los que viven”.
Otro tirón de orejas
Ante la fuerza que tienen ideologías, tanto en la política como en la Iglesia en Estados Unidos, el Arzobispo Pierre afirma que “el Reino se extenderá ‘por el contacto, por la presencia física, no por la propaganda de ideologías’. Cuando nos comprometemos con las experiencias reales de las personas -por muy desordenada que pueda ser esa realidad- les damos esperanza, porque se dan cuenta de que Cristo está dispuesto a estar con ellos, independientemente de dónde se encuentren en su camino”. Y concluye: “Si vienen a la Iglesia para encontrarse con Cristo, será porque Cristo ha venido primero a ellos. Seamos, pues, embajadores de Cristo”.
Contribución al Avivamiento Eucarístico: vivir la Eucaristía como misión
Como aporte al Congreso Eucarístico, bajo el título de Avivamiento Eucarístico, que tendrá lugar en Indianápolis en julio 2024, afirma el Nuncio que “esta es la cuestión de la Eucaristía: por ser la presencia real de Cristo, es un sacramento dinámico que impregna todo lo que hacemos con el carácter del amor que Cristo siente por su pueblo. Es un sacramento para la misión. Por tanto, la renovación eucarística es un llamado a que toda nuestra vida sea expresión de la presencia del Señor entre nosotros: una vivencia de la unión que existe entre nuestra humanidad, que Cristo ha tomado para sí, y la divinidad a la que nos conduce”.
Y termina la idea conectando la adoración con la acción: “Enseñar la doctrina de la presencia real, promover la adoración eucarística, llevar al Señor en procesión: estas iniciativas darán sin duda frutos en la vida de los fieles. Pero los frutos se multiplicarán solo si los fieles aprenden que la Eucaristía que reciben está destinada a hacer de ellos misioneros, que lleven la presencia de Cristo, que ahora está en ellos, a las personas que aún no conocen al Señor”.
¿Hay muros que protegían que hoy son trabas? Estar abiertos al cambio
Hacia el fin de su disertación, el Nuncio Pierre afirma que “si queremos amar a nuestros contemporáneos hasta el extremo, debemos permitir que la presencia de Cristo nos lleve a través de cualquier muro que nos impida llevar la paz a su pueblo. Si algunos de esos muros se construyeron con el comprensible deseo de proteger la integridad de nuestra fe, debemos reconocer el momento en que esos muros están haciendo más por impedir la difusión del Evangelio que por salvaguardarlo. Debemos estar abiertos al cambio”.
Video de la disertación del Arzobispo Pierre.
Compartimos a continuación la alocución completa del Arzobispo Christophee Pierre a los Obispos de Estados Unidos:
DISCURSO DE S.E. ARZOBISPO CHRISTOPHE PIERRE,
NUNCIO APOSTÓLICO EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
A LA CONFERENCIA DE OBISPOS CATÓLICOS DE LOS ESTADOS UNIDOS
ASAMBLEA PLENARIA, ORLANDO, FLORIDA
15 DE JUNIO DE 2023
Queridos hermanos, les saludo en nombre del Papa Francisco, asegurándoles su cercanía, su apoyo fraterno y sus oraciones en esta Asamblea Plenaria. Agradezco a Su Excelencia Timothy Broglio, Arzobispo para los Servicios Militares y Presidente de USCCB, al P. Michael Fuller y al personal de la Secretaría General por la invitación a dirigirme a ustedes.
En este otoño se cumplirán dos años desde que el Papa Francisco, escuchando los impulsos del Espíritu Santo, abrió el camino sinodal a toda la Iglesia, y nos pidió iniciar un camino renovado, junto a Jesús, con nuestro pueblo. La finalidad de recorrer este camino sinodal es hacer más eficaz nuestra evangelización en el contexto de los desafíos precisos a los que nos enfrentamos hoy. Como dijera el Santo Padre en su homilía de apertura del Sínodo, este camino debe recorrerse en un triple estilo de Jesús cuando se encontró con el hombre rico (cf. Mc 10,17): tenemos que encontrar al Señor y a los demás; escuchar las preguntas de la gente y las inquietudes religiosas y existenciales que hay detrás de ellas; y discernir con ellos cómo debemos cambiar para vivir una vida más abundante.1 Si hemos seguido la guía del Papa, después de dos años ya deberíamos tener algunas respuestas a las preguntas que están acostumbrados a oír de mí: ¿Dónde estamos? Y ¿adónde vamos?
¿Hemos descubierto respuestas a esas preguntas? ¿Sabemos cuáles son las verdaderas necesidades de nuestro pueblo? A través de nuestros encuentros con los demás, ¿cómo hemos sido transformados? ¿Qué hemos discernido? ¿Qué viejas costumbres debemos abandonar y qué nuevas formas debemos adoptar para avanzar? ¿Estamos preparados para transmitir a los nuestros las riquezas que hemos adquirido? La Asamblea General del Sínodo se celebrará en Roma este otoño y el próximo. ¿Estamos preparados para ofrecer estos conocimientos a la Iglesia universal?
Es posible que aún estemos luchando por comprender la sinodalidad. Tal vez nos haya costado encarnar este «estilo de Dios». Tal vez «la aventura de este camino» nos ha hecho un poco «temerosos de lo desconocido».2 Como líderes de la Iglesia, somos muy buenos organizando programas y llevando a cabo planes de acción. Y sin duda tal organización ha producido muchos resultados positivos. Pero como el camino sinodal es menos un «programa» y más una forma de ser Iglesia, puede tratarse de un desafío para nosotros. Me viene a la mente una imagen que puede ayudar a ilustrar este desafío y el cambio de mentalidad que se requiere de nosotros.
En estos días de tecnología GPS, cuando nos preguntamos cómo llegar a nuestro destino, estamos acostumbrados a confiar en las indicaciones giro a giro producidas por un algoritmo. Se nos dice dónde estamos, exactamente cuán lejos tenemos que ir, y dónde girar. Pero, hermanos míos, nuestra navegación espiritual como líderes de la Iglesia no puede basarse en un programa informático. Es menos como un GPS y más como una brújula. La brújula señala dónde está el norte. Conoces la dirección que tienes que tomar para llegar a tu destino, pero discernir cómo llegar allí requiere prestar mucha atención a tu entorno inmediato, lo que implica una observación paciente y cuidadosa. Así también nosotros, como Iglesia, conocemos la dirección en la que vamos: Jesucristo y su Reino son el verdadero norte. Pero para encontrar el camino adecuado, tenemos que sumergirnos en la realidad de nuestro pueblo y escuchar atentamente las preguntas y preocupaciones de su corazón. Este es el camino sinodal; este es el camino de encarnación de Jesús.
Con esta imagen en mente, me gustaría ofrecer tres pautas, que espero nos ayuden a comprender el estilo sinodal que Jesús ha modelado para nosotros, y que el Santo Padre nos llama a adoptar. Las dos primeras se refieren a acciones que, como ha explicado el Papa, son necesarias para el discernimiento sinodal: el encuentro y la escucha. La tercera sugiere cómo nuestra renovación eucarística puede contribuir a una evangelización más sinodal.
Encontrar para descubrir
En primer lugar, debemos comprometernos en nuestra misión evangelizadora a través de lo que he llamado una «hermenéutica del descubrimiento».3 Permítanme presentar este punto planteando la siguiente pregunta: ¿Es nuestra misión como líderes pastorales llenar las iglesias? Ciertamente, todos queremos que más personas participen en la Iglesia. Pero para fomentar esto, el primer paso de una Iglesia misionera es salir: entrar en aquellos lugares que están fuera de nuestras iglesias y más allá de nuestras estructuras eclesiales. Allí donde Cristo no es aún conocido y amado, ¡debemos llevarlo nosotros con nuestra presencia!
La Iglesia es una realidad dinámica; ¡está siempre en marcha! Como Cristo mismo, debemos ir en misión al mundo con una apertura para descubrir lo que realmente hay allí, no simplemente imponiendo lo que ya sabemos. Esto requiere una estrecha proximidad con la persona con la que nos encontramos. Debemos movernos hacia las personas y comprometernos con ellas en los lugares existenciales en los que viven. En lugar de ser meros observadores, comentaristas y jueces, a salvo de lo que juzgamos, debemos convertirnos en exploradores y misioneros. Solo así obtendremos un conocimiento real, en ese sentido más profundo que incluye la intuición y la experiencia personal, en lugar de la mera información estéril.4 Así es como Dios ha elegido conocernos: haciéndose uno con nosotros. Así es como debemos encontrarnos con aquellos a quienes estamos llamados a servir.
Más allá de nuestras estructuras actuales y de nuestras formas habituales de hacer las cosas, el Reino se extenderá «por el contacto, por la presencia física, no por la propaganda de ideologías «5. Cuando nos comprometemos con las experiencias reales de las personas -por muy desordenada que pueda ser esa realidad- les damos esperanza, porque se dan cuenta de que Cristo está dispuesto a estar con ellos, independientemente de dónde se encuentren en su camino. Si vienen a la iglesia para encontrarse con Cristo, será porque Cristo ha venido primero a ellos. Seamos, pues, embajadores de Cristo (cf. 2 Co 5,20).
Escuchar para unir
Esto nos lleva naturalmente a la segunda pauta que me gustaría ofrecer: escuchar con el objetivo de unir. Hermanos míos, sabemos que el diablo es aquel que quiere crear división.6 Ya es bastante exasperante ver lo dividida que está nuestra sociedad política, y lo mucho que estas divisiones impiden el progreso y perjudican a los que ya son más vulnerables a la pobreza y al sufrimiento. Pero, además, ¡ver cómo el mismo tipo de polarización nos infecta dentro de la Iglesia! Me vienen a la memoria las palabras que san Pablo dirigió a la Iglesia primitiva cuando sus líderes estaban enfrentados entre sí:
“Nuestra vocación, hermanos, es la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros. Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al prójimo como a ti mismo. Pero si se muerden y se devoran unos a otros, ¡cuidado!, que llegarán a perderse todos (Gal 5,13-15)».
Para superar la polarización, debemos aprender a escucharnos unos a otros, trabajar juntos y caminar juntos cum Petro et sub Petro. A esta altura ya deberíamos tener claro que la sinodalidad no consiste en un nuevo programa ni en un disfraz de un plan para cambiar la doctrina de la Iglesia. Se trata de un modo de ser Iglesia que nos permite discernir el camino por el que nos llama el Espíritu de Dios. Una parte vital de ese discernimiento proviene de una verdadera comprensión de la perspectiva de los demás, y de una auténtica búsqueda de un terreno común con aquellos cuyos puntos de vista son diferentes de los nuestros.
El presente encuentro es una ocasión para ser el tipo de Iglesia que estamos llamados a ser: reunirnos, escucharnos unos a otros y escuchar al Espíritu Santo, y no dejar que nuestras diferencias nos dividan, sino enriquecer y fortalecer nuestra unidad. En otras palabras, esta reunión de los sucesores de los Apóstoles -como las primeras reuniones que leemos en los Hechos de los Apóstoles- es una oportunidad privilegiada para que el Espíritu nos edifique como Iglesia y nos equipe para la misión. Esta asamblea, si lo permitimos, puede ser una verdadera experiencia de sinodalidad, siempre que nuestra pregunta -¿Qué debemos hacer? – se formule con apertura a las respuestas del Espíritu, y con confianza en que el Espíritu sigue hablando a través del sucesor de Pedro. Solo mediante una unidad sinodal valiente y humilde estaremos, como obispos, plenamente equipados para aplicar el poder divino a los problemas que pesan hoy sobre nuestro pueblo.
Como líderes de la Iglesia con muchas obligaciones administrativas, su vida puede parecer a veces una sucesión interminable de programas y reuniones. Lo comprendo. Y sé que no quieren que el Sínodo sea solo otra cosa que hacer. Permítanme, por tanto, destacar algunos ejemplos en los que la sinodalidad ya está actuando en este país, de formas que nos aportan esperanza y alegría.
Un claro ejemplo de ello son las agencias católicas de servicios sociales. En todos los lugares a los que he viajado durante mis siete años de servicio en los Estados Unidos, he visto lo valiosas que son estas organizaciones de servicios caritativos para ustedes, obispos, y para sus Iglesias locales. Recientemente, cuando visité una diócesis para la rededicación de la catedral, lo primero que me mostraron fueron las nuevas instalaciones de Caridades Católicas, que albergan una despensa de alimentos, aulas, servicios básicos de salud y asistencia a la inmigración. Estoy seguro de que cada uno de ustedes podría decir algo sobre los servicios caritativos que ofrecen sus propias diócesis, y el gran trabajo que están haciendo. Esta labor no puede llevarse a cabo sin sinodalidad: personas que se sumergen en la realidad local, que entran en la vida de los que están en las periferias, y que les ayudan a navegar hacia una vida mejor. El mundo entero, incluida la Santa Sede, conoce la magnitud de la labor caritativa que realiza la Iglesia en Estados Unidos.
Otro de los mejores ejemplos de sinodalidad en Estados Unidos fue el V Encuentro Nacional de Pastoral Hispana/Latina, del que se hablará durante esta Asamblea. Otros ejemplos de sinodalidad incluyen los numerosos pequeños apostolados de base que han surgido en sus diócesis y parroquias, ofreciendo formación familiar, acompañamiento espiritual y conexiones sociales para personas marginadas e incomprendidas.
Con estos ejemplos quiero mostrar que el llamado a la sinodalidad no tiene por qué parecernos algo desconocido o una carga imposible. Importantes obras dentro de la Iglesia ya se han desarrollado en un camino sinodal. Disfrutando y celebrando estas obras del Espíritu, podemos animarnos a ampliar el camino sinodal a otras actividades eclesiales. Esto tiene el potencial de aportar más alegría a nuestro ministerio como sacerdotes y obispos, y de sembrar una mayor unidad entre nosotros.
Antes de pasar al último punto, sobre la Eucaristía, quisiera mencionar respetuosamente a alguien que es un modelo de servicio sinodal, combinado con la caridad eucarística: nuestro hermano que volvió al Señor hace cuatro meses, el obispo Dave O’Connell. He aquí un pastor que se sumergió en la realidad de sus ovejas, que caminó con ellas, y estuvo con ellas para encontrar un camino sin importar la dificultad de sus circunstancias. Puesto que siguió la brújula que siempre le señaló a Cristo, que se goce ahora en su destino; y que su intercesión nos ayude a nosotros, sus hermanos, que todavía estamos en camino.
Vivir la Eucaristía como misión
La tercera y última pauta es vivir la Eucaristía como misión. En un discurso el mes pasado a Caritas Internationalis, el Papa Francisco dijo:
«No hay mejor manera de mostrar a Dios que comprendemos el significado de la Eucaristía, que dando a los demás lo que nosotros mismos hemos recibido (cf. 1 Co 11,32). Cuando, en respuesta al amor de Cristo, nos hacemos don para los demás, anunciamos la muerte y la resurrección del Señor hasta que venga (v. 26). De este modo, ponemos de manifiesto el sentido más auténtico de la Tradición «7.
El Papa Benedicto expresó la misma verdad esencial cuando dijo:
«El amor que celebramos en el Sacramento no es algo que podamos guardar para nosotros mismos. Por su propia naturaleza, exige ser compartido con todos…. No podemos acercarnos a la mesa eucarística sin ser impulsados a la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, está destinada a llegar a todos los hombres. La misión es, pues, parte esencial de la forma eucarística de la vida cristiana «8.
Esta es la cuestión de la Eucaristía: por ser la presencia real de Cristo, es un sacramento dinámico que impregna todo lo que hacemos con el carácter del amor que Cristo siente por su pueblo. Es un sacramento para la misión. Por tanto, la renovación eucarística es un llamado a que toda nuestra vida sea expresión de la presencia del Señor entre nosotros: una vivencia de la unión que existe entre nuestra humanidad, que Cristo ha tomado para sí, y la divinidad a la que nos conduce. Enseñar la doctrina de la presencia real, promover la adoración eucarística, llevar al Señor en procesión: estas iniciativas darán sin duda frutos en la vida de los fieles. Pero los frutos se multiplicarán solo si los fieles aprenden que la Eucaristía que reciben está destinada a hacer de ellos misioneros, que lleven la presencia de Cristo, que ahora está en ellos, a las personas que aún no conocen al Señor.
El Evangelista Juan nos dice: «[Jesús] amó a los suyos en el mundo y los amó hasta el extremo (Jn. 13,1)». ¿Hemos llegado nosotros, en nuestras estructuras eclesiales, en nuestros modos de expresar la verdad del Evangelio, al mismo fin hasta el que Jesús amó a la gente? ¿Hemos agotado todo el ardor, los métodos y las expresiones que Juan Pablo II dijo que necesitaríamos para la nueva evangelización?9 Si queremos amar a nuestros contemporáneos hasta el extremo, debemos permitir que la presencia de Cristo nos lleve a través de cualquier muro que nos impida llevar la paz a su pueblo. Si algunos de esos muros se construyeron con el comprensible deseo de proteger la integridad de nuestra fe, debemos reconocer el momento en que esos muros están haciendo más por impedir la difusión del Evangelio que por salvaguardarlo. Debemos estar abiertos al cambio.
Conclusión
Dentro de un año, estaremos a punto de celebrar el Congreso Eucarístico Nacional en Indianápolis, que será la culminación del Avivamiento Eucarístico de este país. En ese momento, ¿dónde estaremos en nuestro camino sinodal?
– ¿Habremos profundizado en el conocimiento de las necesidades de las personas acercándonos a ellas con apertura al descubrimiento?
– ¿Nuestra escucha mutua y del pueblo de Dios nos habrá llevado a una mayor unidad de identidad y de propósito?
– ¿Será nuestra experiencia de la Eucaristía cada vez más misionera, de modo que seamos más verdaderamente «pan partido» para los hambrientos?
Mientras permanezcamos unidos en Pedro y abiertos al Espíritu Santo, creo que nuestra respuesta a estas preguntas puede ser un claro «Sí», que resonará con más fuerza en todo este país, a cuyo pueblo tenemos el privilegio de servir como pastores en nombre de Cristo.
***
1 Papa Francisco, Homilía en la Santa Misa de Apertura del Camino Sinodal (10 de octubre de 2021).
2 Ibid.
3 Cf. Arzobispo Christophe Pierre, Conferencia Bergoglio, «Papa Francisco: orígenes y destino, liderando el viaje sinodal», Sacred Heart University, Fairfield, CT (8 de febrero de 2023):
http://nuntiususa.comcastbiz.net/pdf/homelies/20230208TheLeadershipofPopeFrancisSPANISH.pdf
4 Ibíd, p. 3.
5 Ibíd, p. 4.
6 Papa Francisco, Discurso del Ángelus para el Primer Domingo de Cuaresma (26 de febrero de 2023).
7 Discurso a los participantes en la Asamblea General de Caritas Internationalis (11 de mayo de 2023).
8 Papa Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (22 de febrero de 2007), 84.
9 Papa Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano, Puerto Príncipe, Haití (9 de marzo de 1983).
Traducción de la alocución al español: Enrique Soros