El sacerdote y doctor en Filosofía, José María Montiu, ofrece esta reflexión sobre la sabiduría de san Buenaventura comparada con santo Tomás.
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Para el jovencito san Agustín fue muy importante encontrar en Cicerón la idea de sabiduría. Hoy en día son muchísimos los ambientes en los que la palabra “sabiduría” ya no existe. Se la comió el gato. Fue barrida por el desconsiderado vendaval de la moda. Urge sacarla del baúl del olvido.
San Buenaventura fue un sabio. Fue un sabio ante todo porque fue un santo. Pues, vanidad de vanidades y todo es vanidad menos amar y servir a Dios. La única conducta sabia es la actuación buena. La santidad es la máxima sabiduría. La santidad es la pureza que hermosamente corona las altas montañas.
El sabio se encamina hacia el fin para el que ha sido creado. El que se salva, sabe. Que, el que no se salva, nada sabe. Además, la sabiduría más alta, y más hermosa, es la que tienen los santos en el cielo. No hay mejor música que la música celestial.
La siguiente anécdota puede servir de síntesis o de visión global de la obra de san Buenaventura. Fue un día a verle uno de los dos máximos Doctores de la Iglesia universal, santo Tomás de Aquino, el Doctor Común, y le preguntó, muy interesado: dime, Buenaventura, ¿de dónde sacas estos discursos tan estupendos, tan maravillosos, tan fantásticos, tan admirables? Dime, ¿en qué materiales te basas, en qué libros, en qué autores? ¿Cuáles son tus fuentes?
San Buenaventura le mostró entonces cual era el libro del que sacaba aquella torrentera de sabiduría. Le señaló un crucifijo, y le dijo: ¡este es mi libro! San Buenaventura extraía todos aquellos magníficos tesoros de sabiduría de la contemplación amorosa de Cristo crucificado. Esto nos muestra de manera cristalina, pura y transparente, que san Buenaventura es un sabio porque en sí tiene la genialidad del amor a Dios, “amor Dei”, que es en él fuente de un inmenso y bellísimo mar de sabiduría. Aquí hemos pillado a san Buenaventura con las manos en la masa, “in fraganti”, en su intimidad más profunda, en su locura, ¡aquí, sí que ha quedado retratado! ¡Totalmente retratado! ¡No tiene escapatoria! Sí, ha quedado retratado como la dulce y casta enamorada tórtola que hace su nido en la intimidad de la abertura del Santísimo y Sacratísimo Corazón de Cristo ¡Dichoso él!
Resulta interesante comparar a estos dos Doctores de la Iglesia, a estos dos hombres santos, a estos dos gigantes de la humanidad. Santo Tomás es la luz. San Buenaventura es el ardor del fuego. Creo que el pensamiento de santo Tomás, Doctor Angélico, es como un rayo de luz siempre ascendente que llega hasta el Corazón de Cristo, mientras que el de san Buenaventura, Doctor Seráfico, es una flecha encendida de amor que siempre asciende hasta dar con el Corazón de Cristo. O, como decía, el gran poeta italiano, Dante: uno, fue todo seráfico en ardor. El otro, esplendor de luz querúbica.
Pero, con esta comparación no quiero decir que santo Tomás no fuera también un gran místico. La fotografía de ambos es la misma: un volcán de amor a Dios. Como botón de muestra baste considerar acto seguido la lección suprema de santo Tomás. Éste, tras tener una grandísima experiencia mística, en la que gustó muchísimo de la hermosura infinita divina, se quedó mudo para siempre. Con este gesto reconocía que todo lo que había escrito en su vida era sólo como paja en comparación con lo que había gustado de Dios. Ya no podía hacer volar su pluma para escribir lo que se quedaba tan por debajo de la maravilla de Dios, que él había experimentado. Y esto ocurría así, aunque santo Tomás ha sido de los que en toda la historia de la humanidad, desde la creación del mundo, más exactamente y más maravillosamente han escrito sobre Dios.
Pero, también es cierto que, como ha observado la mente agudísima de Benedicto XVI: ¡sí, Tomás, tienes toda la razón!, ¡lo que has escrito es sólo paja! Pero, esta paja da lugar a la espiga. Y de este trigo se hace el pan. Y, en la Santa Misa, este pan se convierte en el santísimo cuerpo de Cristo, Corpus Christi. Y, gracias, pues, a esta paja, nace sobre el altar el que es adorable Dios Salvador, que siempre sea bendecido.
La teología de san Buenaventura, como la de san Bernardo, es teología mística. Teología apasionada, vibrante, encendida, ardiente, de tradición platónico-agustiniana. Teología arrodillada, fervorosa, que se hace más con las rodillas que con la pluma. Pero, la mística es el más sabio grado de conocimiento, ya que es el que más paladea y más gusta del tesoro infinito, el que más penetra en sus profundidades altísimas. También, pues, por esto, san Buenaventura, es un sabio.
A la sabiduría le interesa sobre todo Dios, que es la sabiduría infinita. Pues es claro que más interesa el bien infinito y eterno que el que antes no era, o que caduca como los yogures, o que, como las flores, se marchita, desprendiendo mal olor. Más interesa el bien supremo que el que en comparación con éste es casi imperceptible y se desinfla. Pero, la religión católica es la que más hondamente profundiza en los tesoros de Dios. Por esto, como decía san Clemente de Alejandría, sólo el verdadero cristiano es sabio. San Buenaventura fue sabio porque conoció más y más a Cristo, verdadero y perfecto Dios. No hay nada más alto que estar fervorosamente arrodillado a los pies de Cristo crucificado.
Sello de la sabiduría del italiano san Buenaventura es también el hecho de que es uno de los pocos descollantes sabios, no llegan a cuarenta, que en toda la historia de la Santa Madre Iglesia, más que bimilenaria, ha sido proclamado Doctor de la Iglesia universal.
Que el ardiente fuego de estas sabias antorchas de amor a Dios, que fueron san Buenaventura y santo Tomás, prenda en nuestros corazones, y los encienda. Y, que ellos, en su amor para con nosotros, nos ayuden a ello.