En una encuesta a más de un centenar de personas mayores de 90 años, se les preguntó: Si volviera a vivir ¿Qué es lo que haría de forma diferente? Las tres respuestas más votadas: a) tomaría más riesgos; b) reflexionaría más y, c) haría más cosas que me sobreviviesen. A los noventa años, se habla de la vida sin apasionamientos, con más objetividad y con la sabiduría fraguada por una variada experiencia que, en la medida que la edad suma, va dejando rastros configuradores de la propia personalidad.
Más aún, esas respuestas tienen el sabor de confidencia que se relata sin otra pretensión que la de iluminar a los que vienen detrás. Vivir es redactar la propia biografía mientras se vive. El mientras implica que en el proceso de redacción las grafías no siempre calzan con las rayas, que los tiempos gramaticales no armonizan, que se escribe de corrido sin los puntos de descanso; que, otras veces, entre párrafos luce un gran espacio en blanco, que se comienza y recomienza reiteradamente sin lograr una oración cuajada; que, en ocasiones se sobre escribe con fuerza e intensidad; que, en otras, aparecen borrones o manchas. Por tanto, alcanzar los 80 o 90 años es, sin duda, un privilegio porque permite disponer de un tiempo sosegado para coronar lo hasta ese momento redactado. Si lo escrito permanece ¿Cómo se corona la propia redacción? Con el perdón, con el agradecimiento y con la rectificación.
El pedir o perdonar entraña riesgos. Si no fuera así, sería fácil hacerlo. El riesgo que se corre es por una amenaza subjetiva: ¿Si el otro no acepta?; ¿por qué yo debo dar el primer paso?; Si perdono ¿me considerarán débil? ¿La paz interior vale menos que lo que el otro piensa? Al final de cuentas, el riesgo en las relaciones interpersonales sería mínimo si tan solo el yo tuviera una posición mesurada. La susceptibilidad impide extraer con realismo las riquezas inherentes a la convivencia.
La reflexión nos pone a buen recaudo de la frivolidad, además, coadyuva a darle sentido al agradecer. El amor, la amistad, la solidaridad no se fundamenta en la meritocracia, son acciones gratuitas, como consecuencia de la libertad humana. Las buenas obras, el afecto, la cortesía, la ayuda… son actos que una persona realiza porque quiere y punto. Más bien, es en la posibilidad donde de que puedan o no realizarse donde radica su mérito y su valor. Por tanto, ante un detalle o gesto, lo que corresponde es agradecerlo; creer que los “otros” están obligados, es ser irreflexivo.
A través de sus obras, el ser humano a través de sus obras intenta perdurar en el tiempo. No obstante, la memoria de un hombre pervive en el corazón de personas concretas cuando se es capaz de rectificar la conducta. Corregirse cuando se equivoca es un ingrediente que se armoniza con otro fundamental: el esforzarse en una mejora personal continua movido por el deseo de darse libremente con calidad a quien o quienes se entrecruzan en la redacción de su biografía.