Tener y hacer muchas cosas. Estar activa. Ser muy productiva…
El otro día estaba con una persona que me decía que ella no sabía estar sin hacer nada. Que si no hacía muchas cosas y todas las que se proponía su día no había sido productivo, y, por tanto, no había sido un buen día.
Me contaba cómo vivía frustrada por no llegar a todo y cómo esto le hacía sentirse mal consigo misma.
La conversación fue larga y es que el tema da para mucho porque es difícil no empastarse con la visión de la sociedad y los modos de la cultura en la que vivimos y, es un hecho, que estamos inmersos en la sociedad del tener y del hacer.
Hacer cosas, muchas, y todo el rato porque si no eres una persona poco productiva y parece que no vales.
En el caso de esta persona se hacía necesario partir desde la pregunta sobre si sus objetivos eran realistas porque es un hecho que con bastante frecuencia nos fijamos metas para el día que carecen de esa cualidad y el resultado es la frustración por no llegar.
Pero a raíz de esta conversación me abordaron otras preguntas más profundas, más esenciales y situadas en un nivel superior: ¿Qué es ser para ti una persona productiva? ¿productiva en qué? ¿en hacer o en ser? ¿Qué tipo de rentabilidad busco en mi vida?
En el diálogo que entablamos nos movíamos en los parámetros de la productividad y rentabilidad del hacer que es lo que el mundo nos impone, pero ¿es lo yo quiero para mi vida? ¿En qué me afano cada mañana cuando me levanto de la cama? Y ¿En qué quiero afanarme?
Porque, por un lado, existe la productividad basada en criterios mundanos. La que te dice que tienes que hacer y conseguir muchas cosas. Esa que se fija en unos objetivos en la mayoría de los casos cuantificables y medibles con los sentidos. Éxitos, recompensas, ascensos, dinero…
Es la productividad del correr todo el día para llegar a muchas cosas. La rentabilidad contenida en un Excel donde se reflejan unos ingresos y gastos que en demasiadas ocasiones dejamos que midan nuestra valía o la de otros. Vivir bajo la lógica del mundo: más ingresos, más acumular y menos gastos para ganar más y más.
Y, por otro lado, está la productividad del amor. Esa en la que se mide la rentabilidad por la cantidad de vida que entregas cada día a los demás. Esa en la que el ROI son unos frutos que muchas veces ni puedes ver pero que confías que están y en la que la tasa de conversión solo muestra las pequeñas cosas hechas con amor de tu día.
Una rentabilidad en la que la lógica es cuanto más das más tienes. Más gastas más ingresas.
Y caí en la cuenta de que yo quiero vivir y vivirme en esta segunda. No quiero que mi afán esté en tener y hacer cosas. Quiero ser rica de amor y de entrega. Ser muy productiva en abrazos y en “te quieros”. Ser una activista del corazón y ser capaz de dejar de hacer muchas cosas para permitirme más ser.
Dejarme ser vulnerable. Dejarme ser frágil. Dejarme reflejarme en un espejo sin miedo a mis limitaciones, que son muchas. Quitándome mis caretas aún a riesgo de que me hagan daño.
Viviendo con un propósito, el de rentabilizar mi vida a fuerza de gastarla. El de producir muchos frutos, pero de esos que no tienen cabida en una cuenta bancaria. Donde en mi Excel los gastos y los ingresos no se resten, sino que se multipliquen. Porque cuanto más te gastas más ganas. Donde solo se anoten las sonrisas regaladas y recibidas, los silencios entregados a otros para dejarles espacio. Las palabras de cariño verdadero y los actos de servicio sin esperar nada a cambio.
Donde mi día no se mida en función de la cantidad de cosas que hago sino de la calidad de estas. Una calidad basada en el amor dado y en la libertad de ser. Ser pequeña y a la vez inmensa. Ser limitada y a la vez con un valor incalculable. Ser vulnerable y profundamente amada.
Donde mi afán de cada día sea hacer pequeños actos con mucho amor. Actos muchas veces heroicos, pero no históricos con el propósito de vencer al mal con bien. Actos probablemente invisibles a la luz de los ojos del cuerpo, pero profundamente valiosos mirados con los ojos del corazón.
Porque como decía el Principito, lo esencial es invisible a los ojos.
Días llenos de miradas y no de vistazos. Días llenos de sentido y propósito aún sin entender. Días con cruz y sufrimiento, pero llenos de cariño y esperanza de cielo.
Días en la que la premisa de mi vida sea darte hasta gastarte para vivir bajo los KPIs de la rentabilidad invisible a los ojos del mundo, de este mundo.