La quiebra de tupperware: Un lamento por una era de mujeres olvidadas

Reflexiones sobre el valor de las madres de familia que sostuvieron a la sociedad desde el hogar y el significado detrás de cada Tupperware perdido

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Esta semana leí con tristeza que Tupperware está en bancarrota. Me parece que esta quiebra refleja más que solo el declive de una empresa: es el símbolo de una forma de vida que hoy se ve denostada, pero que merece un reconocimiento histórico. Era una sociedad donde un gran porcentaje de madres de familia no trabajaba fuera de casa, trabajaban intensamente dentro del hogar, cubriendo huecos y necesidades sociales que hoy, en su ausencia, deben cubrirse por el Estado.

Esas mujeres valiosas cuidaban a generaciones posteriores —hijos, nietos—, y a generaciones anteriores —padres, tíos, abuelos—. Eran quienes guardaban en un Tupperware, al fondo de la alacena, unas galletas especiales para las visitas. Compraban los primeros moldes de silicona para el bizcocho del domingo y sabían distinguir qué plásticos servían para el congelador o el microondas. Mujeres que perdían sus Tupperware favoritos, esos que con tanto cariño habían elegido, porque muchas veces no volvían a casa cuando los hijos se llevaban, el domingo, los restos del guiso de carne o las lentejas a sus nuevas vidas, a la universidad o a sus propios hogares. No era solo la comida lo que enviaban en esos recipientes, sino también un pedazo de hogar, un abrazo en forma de lentejas o guiso.

Estas mujeres, cuando se reunían en las reuniones de Tupperware, compartían sus recetas, los usos de los nuevos plásticos revolucionarios y, además, la soledad de la cocina, una soledad pocas veces reconocida. Esas reuniones se llenaban de lluvia de ideas y motivación. Y, no sólo intercambiaban recetas de cocina, también ideas para el trabajo más importante que llevaban entre manos: cuidar de la familia. Sé que esto era así, porque yo he estado, asistí a esas reuniones, e incluso llegué a realizarlas en mi casa.

La bancarrota de Tupperware coincide con una semana en la que escuché, varias veces, la palabra «mantenida» utilizada de manera nauseabunda para referirse a esas mujeres, a esas madres de familia que lo dieron todo. A quienes usan ese término, quiero recordarles cuánto cuesta traer un hijo al mundo. Si buscas en Google, el precio de los vientres de alquiler verás que oscila entre los 50,000 y los 200,000 euros, dependiendo del país.

¿Cuánto cuesta una empleada del hogar que trabaja ocho horas al día? Cobra unos 900 euros al mes, siempre que su jornada no exceda las 20 horas semanales. Si tienes que internar a un anciano en una residencia, los precios varían entre los 1,500 y los 2,045 euros al mes.


Piensa en esas mujeres de tu vida, en aquellas que acudían a las reuniones de Tupperware, y atrévete a llamarlas «mantenidas». Ellas fueron quienes mantuvieron el país, quienes sostuvieron una sociedad que vivía en familia.

Gracias por esos años compartidos, Tupperware, y gracias a todas esas mujeres, mal llamadas «mantenidas».

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