La mujer: don y misión

El panorama de la vida de la mujer es amplio como tan amplio son los roles y la manera de desempeñarse cada una de ellas en todos los ámbitos de la sociedad. De manera simultánea en esta visión amplia, también están los desafíos que ella encuentra, uno de ellos es permitir que se imponga una cultura que va contra su dignidad, una cultura que va permeando el corazón de algunos al reducir la mujer en fuente de ganancia, el pretender reemplazar la mujer por medio de transformaciones sin sentido, el desafío de no ceder que se inviertan los roles tan necesarios en la sociedad, en este caso como el don de la maternidad.

Un gran panorama de la mujer nos lo ofrece el Magisterio de la Iglesia. A partir del impulso renovador del Concilio Vaticano II (1965), se acentúa y se destaca aún más la relevancia del rol y actuación de las mujeres en casi todos los campos de la vida permitiendo hacer por medio de la Constitución Pastoral Gaudium et spes, un llamado a todos los cristianos para contribuir en cuanto al reconocimiento y promoción de la participación de la mujer en la vida cultural[1], y afianzando su valoración y respeto digno.

En el Magisterio eclesial se ve reflejado esta insistencia en saber reconocer que la mujer ha tenido y seguirá teniendo un protagonismo en todos los ámbitos. Cada Pontífice en su respectivo momento y respondiendo a los signos de los tiempos, ha tenido a bien ensalzar tan noble presencia femenina en toda la humanidad, generando espacios para agradecer por cada mujer, además de fortalecer una cultura de respeto, que no es otra cosa que el valor digno que se debe otorgar a cada una.

Y a la par de tal dignidad femenina, reconocer también la dignidad del hombre[2], ya que ambos han sido creados a imagen y semejanza de Dios (Cf. Gn 1,27), singulares y con capacidades para complementarse mutuamente. Es a partir de este relato bíblico donde se puede conocer la explicación del proyecto de Dios sobre la mujer y el hombre.

Mujer don de Dios

La Carta Apostólica Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), elogia de manera singular el papel de la mujer. Este documento tiene como objetivo salvaguardar la dignidad y los derechos de todas las mujeres, por ello el Papa Juan Pablo II, presentó como parte de su Magisterio, cada uno de los aspectos de la dignidad de la vocación que acompaña toda mujer. De igual modo fija posición sobre el respeto que se ha de considerar, pues una sociedad alejada de tales principios es una sociedad que puede reducir a condición de cosa hasta el punto de instrumentalizarla. Por tanto, aquella mujer que es donde Dios, sería reducida y hasta un punto máximo, anulada.

Fácilmente un porcentaje de la humanidad pudiera tener por objeto de consumo a la mujer[3], y haciendo que todas estas acciones que son fruto de la soberbia y prepotencia sigan despertando el pensamiento y deseo de imponerse el “hombre machista” es decir, aquel que se cree superior a la mujer, imponiendo su voluntad, hasta el punto de aplicar su fuerza y control sobre ella. A todo esto, una mentalidad machista que oprime y suprime el reconocimiento de la dignidad y responsabilidad de la mujer con respecto al hombre.

No valorar y reconocer que ella es un don, “genio femenino”[4], es decir, lo que es propio y peculiar de la mujer, tal como lo acuñó san Juan Pablo II, es permitir que la sociedad se siga impregnando de este mal, pues es puerta de ingreso para abusos de poder y abusos sexuales, explotación, violación de derechos entre otras enfermedades.

Llamada a la misión

El hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios, ambos son reproducción viviente del Creador. En la mujer se puede reconocer este acto de perfección a través del don de la vida, de la creatividad, la femineidad y sentido particular con el cual la mujer se distingue en medio de la humanidad[5]. Esta variedad de cualidades y capacidades lleva en ella y desde su propio instinto femenino a donarse y convertir en un don para los demás[6]. Un don singular otorgado a la mujer es el don de la maternidad[7], que juntamente con la paternidad le permite donarse, dar vida, formar y continuar el proyecto de amor de Dios. Es desde este punto focal donde se reconoce la misión de la mujer y se hace más evidente.

Este don además tiene consonancia cuando se ve reflejado a través del amor que se va traduciendo en cada acción particular. Hoy día hablamos de vocación especial, ser madre es una vocación, ser religiosa consagrada es reconocer que Dios llama a un estilo particular. La vocación que también se va consolidando en la sociedad por medio de un ejercicio profesional y como oportunidad de demostrar que ellas son multifacéticas, en la familia como mujer que complementa y nutre la vida de los demás, y por tanto en la Iglesia a través de servicios pastorales[8] que permiten hacer que el mensaje de Dios se continúe encarnando en el corazón de muchos y que mejor realizarlo desde el corazón de la mujer, de aquella que cuida los detalles.

Desafíos actuales

¿Qué nos hace falta cómo cristianos, miembros de la Iglesia y responsables de la sociedad para erradicar tal enfermedad? Muchas cosas, entre ellas, releer el Magisterio de la Iglesia en estos tiempos actuales, ya que no ha perdido vigencia, al contrario, se reconoce la voz profética de sus autores que ha sido anunciada en diversas ocasiones, Magisterio que no se ha apartado de la defensa y proclamación de los valores de las mujeres; es necesario en estos tiempos sumergirnos hondamente para conocer su profundidad teológica que lleva a despertar una sensibilidad y calidad humana.

Una relectura conforme al valor y don incalculable de la mujer, esto permitirá hacer memoria y actualizar que es una tarea que no hay que descuidar. Llevará asumir el trabajo de apreciar el sin fin de acciones y roles que la mujer desarrolla, no es otra cosa que hacer visible lo que ellas hacen en medio de la comunidad cristiana y en la misma sociedad.

Otra tarea es continuar propiciando el respeto a la mujer, lamentablemente se ha permitido con el correr del tiempo una degradación de tal dignidad y esto por la fata de valoración y cuidado en tener presente que la mujer es un don y está llamada a una misión. Cuando se cuidan estos dos aspectos, don y misión, el respeto a tal dignidad exige colocarlo de manifiesto a través de un amor que lleva a traducirlo con obras concretas, tal como el mismo Cristo lo experimentó[9] en cada encuentro y acción de solidaridad y misericordia (Cf. Mt 15,21-28, Jn 8, 1-11). Nos hace falta reconocer que a la mujer como don le ha sido confiada una misión.

María: mujer ejemplar


En diversas ocasiones hemos escuchado una frase significativa: “detrás de un hombre hay una gran mujer”. Gracias al Sí de María llega la salvación al mundo (Cf. Lc 1,38) reconocemos en la figura materna y femenina de María que es mujer ejemplar. Gracias al testimonio de fe de muchas mujeres después de la resurrección, podemos vivir y experimentar la fe en el Hijo de Dios. Diversas mujeres a lo largo del tiempo han aportado y han asumido un liderazgo excepcional, entre ellas Edith Stein y Madre Teresa de Calcuta. Gracias a la disponibilidad de la mujer por medio de su maternidad, la humanidad se sigue conformando por la presencia de personas, gracias a la entrega y servicio de la mujer, la propia humanidad experimenta nueva vida, nuevos caminos y nuevos cambios.

Pbro. Jean Carlos Medina Poveda

Universidad Católica del Táchira – San Cristóbal – Venezuela

Coord. Facultad Ciencias de la Religión y ex alumno de la Academia de Líderes Católicos

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[1]Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución PastoralGaudium et Spes(7 diciembre 1965), n. 60, en AAS 58 (1966), 1060. (=GS).

[2] Cfr. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (24 noviembre 2013), n. 104, en ASS 105 (2013), (=EG)

[3] Cfr. Juan pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, V. Messori (ed.),trad. De P. A. Urbina, Plaza & Janés, Ed. Barcelona 1994, p. 222.

[4] Cfr. Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos. Ed. Planeta, 295.

[5] Cfr. EG,103.

[6] Cfr. Juan Pablo II,Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, (15agosto 1988), n. 7. AAS80 (1988),1653 – 1729. (=MD)

[7] Cfr. MD, 18.

[8] Cfr. EG,103.

[9] Cfr. MD, 13.