La Mortificación

Quinto Capítulo de la serie «Alma y Cuerpo»

En el quinto capítulo de nuestra serie «Alma y Cuerpo», abordaremos el tema de la mortificación y el sacrificio. La palabra «sacrificio» proviene del latín «sacrum facere», que significa «convertir en sagrado». Los sacrificios han estado presentes desde los primeros tiempos de la humanidad, como una forma de ofrecer algo valioso a Dios en busca de compensación por el pecado y el alejamiento.

La Evolución de los Sacrificios

Sacrificios de la Antigüedad

Desde el principio, el sacrificio ha sido un acto significativo. En la Biblia, Caín y Abel ya ofrecían sacrificios a Dios, con el objetivo de expiar sus pecados. Estos sacrificios a menudo implicaban la destrucción de un animal, donde una parte se consumía y otra se quemaba como una ofrenda a Dios. Este tipo de sacrificios también se observa en otras culturas, como en la Odisea, donde se sacrificaban animales a Zeus. Sin embargo, estos actos externos no garantizaban una verdadera conversión del corazón.

El Sacrificio de la Palabra

En la evolución de los sacrificios, Dios guió al pueblo de Israel hacia un sacrificio más profundo. En lugar de sacrificios externos, la ley mosaica introdujo preceptos que exigían un compromiso personal más profundo, como no mezclar lana y lino, o no comer carne y leche juntas. Aunque estos sacrificios de la ley eran más comprometidos, también podían caer en la trampa de la exterioridad y el formalismo.

El Sacrificio Perfecto de Cristo

El sacrificio culminante es el de Cristo, el Verbo hecho carne. Cada uno de sus actos fue un acto de amor puro. Su vida y muerte en la cruz representan el sacrificio perfecto, en el que no hay espacio para la exterioridad; todo es amor. Este sacrificio perfecto llevó a los primeros cristianos a abandonar los sacrificios del templo y, finalmente, la ley mosaica.

La Mortificación Cristiana

Para vivir en el amor de Cristo, es necesario practicar la mortificación. Amar implica sacrificio, esfuerzo y, a menudo, dolor. En cualquier tarea bien realizada, hay un trasfondo de sacrificio. Gaudí afirmaba que todo lo que se hace bien tiene detrás mucho esfuerzo. La mortificación, por tanto, es esencial para amar verdaderamente.

La Oración de los Sentidos

La mortificación no consiste en hacer cosas dolorosas por el mero hecho de sufrir, sino en estar dispuesto a soportar el dolor y el sacrificio por amor. Quien no está dispuesto a mortificarse, se regirá por el principio del placer y la comodidad. La mortificación, entonces, no es un fin en sí mismo, sino un medio imprescindible para amar.

José María y Santa Faustina Kowalska escribieron sobre la importancia de la mortificación. Los ángeles envidian a los hombres por dos cosas: la Eucaristía y la capacidad de mortificación. La mortificación nos permite amar a Dios con nuestro cuerpo, a través de sacrificios concretos y objetivos.

Tres Niveles de Mortificación

Mortificación Pequeña

El primer nivel es la mortificación pequeña, que consiste en sacrificios constantes y sencillos, como la puntualidad, el orden y la atención en las pequeñas cosas.

Mortificación Interior

El segundo nivel es la mortificación interior, que implica el control de la imaginación, la memoria, el entendimiento, la voluntad y los sentimientos. Esta es más difícil que la mortificación pequeña, pero es esencial para una vida espiritual madura.

Mortificación Pasiva

El tercer nivel es la mortificación pasiva, que abarca aquellas situaciones que no elegimos pero que debemos afrontar, como la muerte de un ser querido o un revés en el trabajo. Estas pruebas pueden superarse con la gracia de Dios y ofrecen una gran oportunidad para crecer en amor y santidad.

Conclusión

La mortificación cristiana es una escuela de amor y sacrificio. A través de la mortificación pequeña, la interior y la pasiva, podemos crecer en nuestra capacidad de amar y servir a Dios. Este camino de sacrificio corporal, de postura, puntualidad, orden y estabilidad, nos permite vivir una vida plenamente entregada al amor de Cristo.


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