La cineasta española, Liliana Torres, plantea una reflexión conflictiva sobre la maternidad en su película “Mamífera”, a propósito de la decisión de una mujer de no ser madre para preservar la felicidad en la pareja y desarrollar su carrera profesional. Las contradicciones éticas del film son múltiples porque en nombre de la determinación de no procrear justifica el aborto, estigmatiza a las mujeres y a las parejas que deciden tener hijos y, en cierto modo, sostiene una tesis sobre el cuidado como estorbo y el sacrificio personal que menguan valores humanos fundamentales como la interdependencia, la responsabilidad con los otros y la obligación moral de cuidar, propios de una sociedad humana que pone la vida en el centro.
La trama de la película Mamífera nos convierte en testigos de la vida de Lola (María Rodríguez) y Bruno (Enric Auquer), una pareja que identifica la felicidad con el placer a corto plazo, la ausencia de preocupaciones y la evitación de cualquier dolor o sufrimiento como fines vitales en sí mismos. Un embarazo inesperado pone en crisis la relación. Lola no quiere ser madre, una decisión que argumenta en la ausencia de instinto maternal, así como en favorecer la continuidad de un modo de relación hedonista y dedicarse plenamente a su profesión como profesora de arte. La protagonista femenina se siente cuestionada por las expectativas externas — su hermana y la mayoría de sus amigas tienen hijos— y se resiste a afrontar sus temores e inseguridades. Aunque, no puede evitar que su subconsciente, a través de sueños y pesadillas, le indique la existencia de problemas no resueltos, inquietudes y desasosiegos subyacentes en su vida real. La representación de lo onírico incorpora el recurso estético del collage, conectado con su profesión.
Por su parte, Bruno no se había imaginado nunca como padre, aceptando de buen grado la decisión de su pareja de no procrear, sin realizar una introspección personal en torno a las consecuencias y si, realmente, era lo que deseaba como proyecto de vida. Ahora, la incertidumbre de que, por la edad de Lola, este embarazo sea, tal vez, la última oportunidad para ser padres juntos de manera natural hace tambalear el tácito acuerdo inicial y el modelo de relación. La determinación de abortar, adoptada en solitario por la mujer, provoca que el film acabe pivotando sobre los tres días de reflexión que tiene que esperar para acudir a la clínica, ya que el rodaje se realiza antes de la reforma de la ley del aborto de 2022.
Con Mamífera, Liliana Torres completa su trilogía cinematográfica sobre las relaciones y la vida familiar que integran los filmes anteriores Family Tour (2013) y Qué hicimos mal (2021). La cineasta ha comentado en distintas entrevistas de promoción de la película que su objetivo principal es desestigmatizar la no maternidad, tejer redes de comprensión sobre esta decisión y abordar algunos de los motivos que pueden llevar a las mujeres a determinar no tener hijos. Torres esboza de forma superficial las dificultades socioeconómicas que condicionan la maternidad en algunas escenas de Mamífera. Concretamente, en las visitas de Lola a su madre en Montbau y a su mejor amiga Paula (Anna Alarcón) que vive en una vivienda de protección oficial del barrio barcelonés de Torre Baró, frente a otras amistades de la pareja que pueden permitirse residir en el barrio acomodado del Eixample.
Las contradicciones éticas
El enfoque del film plantea conflictos éticos de calado, como el aborto, y no llega a realizar una exploración a fondo y sensible sobre la elección de vivir sin hijos, el significado que tiene la maternidad en la actualidad o las condiciones sociales, materiales y políticas que influyen en que se retrase, cada vez más, la edad en la que se tiene el primer hijo. De hecho, España es uno de los países europeos con la tasa más baja de natalidad y muchas mujeres aplazan ser madres más allá de los 40 años. Esta circunstancia también fomenta que se recurra a técnicas de reproducción asistida que plantean desafíos éticos.
En muchos momentos, la película cae en estereotipos que dañan la sororidad femenina y desliza mensajes ideológicos subliminales, en tono humorístico, sobre el cuidado como estorbo, carga y sacrificio personal que socavan valores humanos fundamentales y, de alguna manera, añaden un valor social negativo a aquellas parejas que incluyen la procreación como una parte sustancial de su proyecto vital compartido.
Tener o no tener hijos no es un derecho, por más que abunda una retórica que lo hace considerar como tal. Tampoco es una imposición social. Es una decisión que, como todas las que adoptamos, está sujeta a la deliberación ética porque persigue unos fines y recurre a unos medios que no se pueden disociar de las nociones de bien o de mal, preceptos morales o valores como la justicia, la solidaridad, el bienestar común y una felicidad genuina fundada en el florecimiento de las mejores capacidades humanas para vivir una vida con sentido junto a otros¹.
Desde una bioética personalista, no cabe justificar la supresión de una vida humana en nombre de la libertad de determinación para proyectar un modo autónomo de vivir. La defensa de la vida prevalece ante el derecho a la libertad y ésta debe hacerse cargo responsablemente tanto de la vida propia como de la ajena, especialmente, cuando el otro no tiene la capacidad de tutelar sus intereses. Un dato biológico incuestionable es que el embrión es un sujeto humano en desarrollo en el que ya está presente ontológicamente el valor de la persona individual y merece respeto y protección. Si el desarrollo biológico no es interrumpido, el nuevo ser humano prosigue su ciclo programado, continuo e intrínsecamente autónomo entre la concepción y el nacimiento ².
La filósofa Victoria Camps, subraya que, actualmente, las mujeres somos infinitamente más libres con respecto a la decisión de ser madres. Sin embargo, “una mayor libertad debe ir acompañada de una mayor responsabilidad que considere cuál es el precio a pagar, individual y colectivamente, por esa mayor libertad”³. La repetida tesis de Simone de Beauvoir, «la mujer no nace, sino que se hace», hizo que las mujeres comenzaran a pensar que la maternidad era una opción y no un destino ineludible, desligando la sexualidad de la procreación. Hoy por hoy la lógica autorreferencial y el individualismo dominante se confunde con la promoción de la libertad y, en muchas ocasiones, la responsabilidad pasa a considerarse algo secundario o de menor importancia.
La película pierde la oportunidad de ir a la raíz de un modelo de vida social, marcado por el materialismo y el consumo que privilegia la producción sobre la reproducción y el trabajo remunerado sobre el no remunerado. Tampoco ahonda sobre políticas superficiales que no acaban de proteger a las familias que quieren tener hijos y que influyen en una conciliación familiar conflictiva, en la desigualdad laboral o en la inseguridad de que las madres puedan reemprender sin dificultad sus anhelos profesionales.
Por último, lo más preciado y valioso de la maternidad es la experiencia humana del cuidado y de una relación única marcada por la interdependencia, la responsabilidad y el compromiso con un ser frágil y vulnerable que necesita del amor y la donación para crecer y desarrollarse de una forma sana. La conciencia de que somos seres vulnerables y dependientes no es una tara, sino la oportunidad para construir una sociedad más humana, justa, igualitaria y abierta a la acogida de los más vulnerables. Los hijos no son un castigo, sino dones que merecen respeto, cariño y responsabilidad. Saboteamos nuestra naturaleza humana cuando vemos el cuidado al otro como estorbo, carga o peso y encumbramos el hedonismo y el feroz individualismo como expresión de un máximo éxito y triunfo.
Amparo Aygües – Master Universitario en Bioética por la Universidad Católica de Valencia – Miembro del Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia
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[1] Cortina, A. (2019). ¿Para qué sirve realmente la ética? Paidós.
[2] Sgreccia, E. (2012). Manual de Bioética I. Fundamentos y ética biomédica, cap. X. BAC.
[3] Camps, V. (2019). Pensar la maternidad. Fundació Víctor Grífols i Lucas, nº50.