El mismo año que se estrenó el clásico inmortal de Frank Capra, It’s a Wonderful Life (¡Qué bello es vivir!, 1946), lo hizo To Each His Own (Vida íntima de Julia Norris, 1946) de Mitchell Leisen. Y ambas películas podían competir en lo que se refiere a un final inolvidable. La película de Capra, según la expresión de estudioso canadiense Georges Toles, culminaba de un modo que expresaba la más desbordante la alegría.
“Creo que este es nuestro baile, madre”
No puedo evitar considerar toda la carrera de Capra como un arduo aprendizaje en pos del logro supremo de la conclusión de esta película, un aprendizaje en el que todos los demás “finales felices” […] que concibió pueden entenderse perfectamente como esbozos preliminares de este. En ¡Qué bello es vivir!, la alegría liberada de las profundidades del dolor alcanza una fuerza nada menos que titánica. […] Es una alegría capaz de reparar durante un breve periodo de tiempo cualquier brecha que la tragedia haya abierto.[1]
Por su parte Mitchell Leisen llamaba la atención acerca de que también en el caso de To Each His Own se guardaba gran parte de su impacto para los últimos segundos antes del The End.
Para mí, lo mejor de esta película es la frase final, cuando él se da cuenta de que ella [Jody Norris (Olivia de Havilland)] no es solamente una señora amable como siempre ha pensado que era. Él dice: “Creo que este es nuestro baile, madre”. No se puede mejorar algo como esto; es absolutamente perfecto. No pudo haberse hecho de otra manera; yo lo sabía y finalmente logré que Charlie [Charles Brackett, el guionista], también lo viera. Lo ves bailando con ella durante unos quince segundos y luego corto. Los dueños de los cines me escribían: “Por favor, agreguen al final algo más para dejar que la gente se seque las lágrimas. Encendemos las luces y el público está llorando tanto que no puede ver la salida del cine.”[2]
El reconocimiento de que eres la madre
Si se nos permite continuar con este paralelismo con It´s a Wonderful Life ambas películas nos hablan de que las personas somos insustituibles en la red de relaciones que establecemos con los demás. Y caer en la cuenta de esta realidad y verificar en primera persona que esto ocurre, resulta de la mayor trascendencia. El lugar propio de una madre es único e irrepetible. El film que ahora nos ocupa pone el foco en la historia de una madre que lleva alrededor de veinticinco años sin poder decir al hijo de sus entrañas quién es ella con respecto a él. Ha guardado un silencio abnegado y oblativo tan sólo movido por el pensamiento y la convicción de que era lo mejor para él. Tuvo la tentación de abrirle los ojos al respecto cuando el pequeño tenía unos cinco o seis años. El dolor que le iba a infligir al revolver en la herida de su condición de hijo adoptivo —algo que sus compañeros del colegio le habían espetado como ofensivo— le frenó por completo.
Reconoció con tristeza a continuación a su : “No soy su madre. No la de verdad. Ahora ya lo sé. No se es madre solo por traer un hijo al mundo. Hace falta haber estado ahí, cuidarle cuando tiene la tosferina y el sarampión, saber qué decirle cuando está mal. Es todo lo que me he perdido.”
Una historia del valor de la maternidad que trasforma a dos solitarios
Necesitamos un resumen breve de la trama película para entender estas frases en su verdadera dimensión. Leisen contó con la historia original y el guion de Charles Brackett (1892-1969) —el reconocido cineasta que formó un equipo memorable de guionistas con Billy Wilder (1906-2002) hasta en trece ocasiones— con la colaboración de Jacques Théry (1881-1970). No será del todo arriesgado presentar el asunto de To Each One His Own como una historia del valor de la maternidad que trasforma a dos solitarios
Una mujer, Jodi Norris se encuentra en Londres durante la Segunda Guerra Mundial actuando como voluntaria frente a los ataques aéreos alemanes por medio de la vigilancia desde el tejado de grandes edificios. Salva la vida de un compañeros adusto, Lord Desham (Roland Culver) quien le hablaba con aspereza mientras revisaban la azotea del edificio. Con resolución consigue rescatarlo con una cuerda mientras se sostenía tras un resbalón fatal. La situación límite[3] lleva a que ambos personajes se encuentren emplazados a revisar su vida, saliendo del aislamiento y de la opción por el olvido en que ambos se encuentran sumidos.
Jodi recibe además la noticia de que un militar, el teniente Piersen (John Lund), un piloto del ejército de Estados Unidos va a acudir a la estación del tren de Londres esa misma noche. Como el ferrocarril lleva retraso, Leisen plantea un largo flash back mientras ella espera en la estación, en el que se nos informa de su biografía y de su situación actual. El militar es el hijo que tuvo tras un encuentro con su padre de una sola noche. El Capitán Bart Cosgrove (John Lund) se vio obligado a regresar inmediatamente al combate en Francia y murió antes de que se pudieran casar. Para evitar habladurías, Jodi no reconoció que había tenido un hijo, que finalmente fue dado en adopción a una amiga suya, Corine Piersen (Mary Anderson) que acaba de perder a su recién nacido. El niño creció con Corine y Jody nunca pudo presentarse ante él como quien era. Ahora, en la visita en Londres, la acción providencial de Lord Desham permitirá que se produzca por fin el feliz encuentro y el reconocimiento, cuando el joven tiene ya unos veinticinco años. El noble británico sale del aislamiento y la amargura que le sumió veinte años antes la pérdida de su mujer y de su hijos. Ayudando providencialmente a Jodie, hace que renazca su corazón.
El “genio femenino” está ligado a que la mujer sea apta para la maternidad
Toda la película, además, cuenta de una manera insistente la grandeza de la maternidad, o mejor, del hecho que haya mujeres que con libertad hayan aceptado los vínculos que se crean con sus hijos, bien por medio de la generación natural, bien por medio de la adopción. El cine, con su capacidad para presentar los asuntos en la pantalla de modo concreto, muestra persuasivamente que ser madre no es algo abstracto, sino un elemento clave de la biografía de muchas mujeres. Es la concreción del genio femenino, en expresión de Juan Pablo II , explicada por Margaret Harper McCarthy.
Al hablar de “genio femenino”, Juan Pablo II se refería a un talento o inteligencia específico de la mujer, algo que ella tiene debido a su diferencia específica respecto al hombre. […] Del mismo modo que su cuerpo específico (femenino) es la forma en que se da en ella el cuerpo humano que tiene el común con el hombre, así su genio específico es también el modo en que se da en ella todos los demás [aspectos de su genio]. Se adentra en lo más íntimo de la humanidad (como en todas las células de su cuerpo) sin comprometer la identidad de la naturaleza que comparte con el hombre. Específicamente este “genio” está ligado al hecho de que una mujer sea apta para la maternidad, capaz de acoger y de dar el espacio necesario a un hijo como consecuencia de su acogida al hombre. Una mujer permite que el niño crezca respetando su alteridad” (Evangelium vitae, 99); hace que la persona esté “segura en su naturaleza y en su ser” […] El germen del “genio” femenino es su “apertura especial a la persona” (Mulieris Dignitatem, 18), porque se le ha “confiado el ser humano de un modo especial” (Mulieris Dignitatem, 30). En ella el ser humano encuentra su primer hogar.”[4]
“Que te había encontrado. Que te amaría siempre aunque no te viera más”
Antes de enamorarse del Capitán Bart Cosgrove (interpretado también por John Lund, para hacer más evidente el parecido entre el padre y el hijo), Jody había recibido la siguiente crítica por parte de un pretendiente Mac Tilton (Bill Goodwin): “Tienes una idea infantil de lo que es el amor. Esperas demasiado. Crees que de repente el mundo será de color de rosa.” A lo que la joven contesta con determinación: “Bueno, si no ocurre esto no me interesa”.
Esa idea elevada del amor lejos de ser un inconveniente le permitirá reconocer en el militar —al que trata sólo unas horas— su verdadero amor. Aunque él, en un primer momento, se la ha llevado en un vuelo con el avión para tener un flirt, la reacción de ella le devuelve a lo esencial, cuando escucha como dice: “Yo lo supe cuando te vi comiendo el bocadillo con cara de sueño… Que había ocurrido. Que te había encontrado. Que te amaría siempre aunque no te viera más.” Unos segundo más tarde, la película muestra como Jody lee una carta del piloto desde la zona de combate en Francia que confirma la correspondencia de sentimientos y de determinación de la voluntad: “Esta mañana, en pleno combate aéreo te imaginé mirándome. Y durante un segundo no había nada más en el mundo que tus ojos y una voz que gritaba: ‘tengo que aguantar y volver con mi querida. Tengo que volver.’”
“La guía de una madre de familia numerosa: ‘estar rodeada de niños es lo más dulce del mundo’.”
Leisen y Brackett dejan bien claro que la entrega entre Jodi y el Capitán Cosgrove no fue un error, sino un modo precario de contraer matrimonio ante las circunstancias impuestas de modo trágico por la guerra. Podemos hablar de un sentido de obediencia ante el verdadero amor que conduce al auténtico matrimonio sin reservas.
Y esa misma generosidad ante la llamada del amor será la que propiciará que Jodi llegue a tener, asimismo, una percepción
casi connatural del valor de la maternidad. Y sin duda influirá un personaje verdaderamente extraordinario. Uno de los
aportes más felices de la dupla de Mitchell Leisen y Charles Brackett es el papel de Belle Ingram. El propio director sentenció: “usar a Alma Macrorie [que era la montadora de la película] como Belle Ingham fue una inspiración. Estaba natural y perfecta.” [5] Vemos a una madre de familia numerosa que ejerce como de maestra en ese genio femenino, al que se refería Juan Pablo II. Cuando felicita a Corinne Piersen por su anuncio de estar embarazada lo hace desde un genuino canto de amor a los hijos : “Mrs. Piersen, déjame que le diga algo: ‘estar rodeada de niños es lo más dulce del mundo’”.
En ese mismo momento, Corine bebe un vaso de leche fría, muy recomendable para su estado. Cuando ella y Alma salen de la farmacia del padre de Jody, donde se encontraban, ella bebe del mismo refresco, a pesar de que había declarado que no le gustaba ni pizca. De ese modo Leisen anuncia que está embarazada.
Las amenazas contra la maternidad
Embarazada sin haber contraído matrimonio hacía muy frágil la situación de Jodie, que tendrá que enfrentar tres amenazas. La primera y más temprana es la de un diagnóstico médico equivocado que invitaba a practica una operación que conllevaba la muerte del bebé. Le anunciaron que sufría una dolencia que la situaba “en peligro constante de peritonitis” con riesgo de muerte. En un primer momento, Jodie parece inclinada, aunque pide tiempo para consultarlo. Pero cuando se entera de que su marido ha muerto en un lance de guerra, le anuncia a su padre: “Voy a tener un niño. Es de Bart Cosgrove . Le han derribado en Francia. Hablan de él como si estuviera muerto. Así, sin más. Pero no esta muerto. No mientras este niño viva. Y así será. Me da igual lo que digan los médicos. Este niño nacerá”. En la escena siguiente, tras el nacimiento del niño completamente sano, el médico comenta con Jodie: “He revisado sus radiografías. […] Está usted totalmente recuperada. Una burla hacia la ciencia.”.
Hace unas semana la periodista Carola Minguet aludía a un caso real, al testimonio de un joven matrimonio amigo, que estaban esperando a una niña que sabían iba a tener muchas dificultades para vivir.
Sus padres sabían que estaba gravemente enferma desde el comienzo de su gestación, que podrían haber detenido según recomiendan los protocolos médicos en estos casos. Sin embargo, no han evitado la aflicción de esperar su muerte, que finalmente ha visitado a la pequeña en el seno de su madre.[…] Hasta aquí el propósito de decir algo, aunque torpemente, sobre la certeza antropológica que hay detrás de esta historia. Pero sería injusto acabar aludiendo sólo a lo inteligible, cuando la vida breve, pero preciosa, de la pequeña María, ha traspasado con creces este límite. Antes decía que inefable es lo que no se puede expresar con palabras, pero no siempre es necesario elucidar lo que acontece. Si un ciego que recobra la vista es preguntado sobre qué ha ocurrido, sólo le cabe anunciar que antes no veía y ahora ve. No sé explicar cómo esta niña ha iluminado una realidad escondida, pero que existe, en esta vida y en la otra. Pero ha sido así. Y lo ha hecho con una luz que no se apaga.[6]
La luz que no se apaga frente a la intransigencia o la maternidad sometida al dinero
El error de diagnóstico contra la vida más dramáticamente repetido, como señala la Dra. Minguet, es no ver en cada niña o niño que viene a este mundo esa novedad, esa luz única e irrepetible que no se apaga. Muy presente en los ojos del corazón de unos padres. Muy opaca a una lógica meramente instrumental, insensible hacia las huellas de la verdadera humanidad.
Las otras dos amenazas contra la maternidad son distintas. La primera en declive: la mentalidad que situaba en lugar vergonzante a los hijos nacidos fuera del matrimonio. El padre de Jody le dirá con amargura: El niño es también mi nieto, y no sufrirá por tu culpa. No crecerá con una etiqueta. Si sospechan que es tuyo, su vida no valdrá la pena. Hoy en día, por ejemplo, la Carta de los derechos de la familia de la Santa Sede de 22 de octubre denuncia esa manera de proteger a la familia cuando establece en el artículo 4 señala: e) Todos los niños, nacidos dentro o fuera del matrimonio, gozan del mismo derecho a la protección social para su desarrollo personal integral.
En cambio, la segunda va en auge con la práctica insidiosamente extendida de los vientres de alquiler. La maternidad sometida al dinero. En uno de los momentos más duros de la película, Jodie buscar recuperar a su hijo con un chantaje económico. Si Corine acepta que el pequeño se vaya con ella, respaldará el préstamos que necesita la empresa familiar de los Piersen. Aunque la madre adoptiva cede por preocupación por la subsistencia de sus otros dos hijos, el pequeño Grigsy (Billy), como hemos visto, rechaza no vivir en otro lugar que no sea su madre adoptiva.
Conclusión
Lo que aprende Jodie Norris a lo largo de la película es que la maternidad es un don, desde el cual hay que leer la responsabilidad que de ella se deriva. La maternidad bien vivida respeta que los niños crezcan en la dignidad que tienen desde el primer momento de la concepción. Traficar con ella como si un asunto de producción de bienes se tratara es la más perversa de las deformaciones de su sentido. Jodie cae en esa tentación… y paga sus consecuencias.
La sabiduría de Mitchell Leisen al leer el sentido de la maternidad en To Each His Own puede actuar como bálsamo que remedie nuestra ceguera epocal. Y ojalá que tenga como consecuencia directa que agradezcamos poder mirar a las madres que libremente han decidido serlo de familias con muchos hijos e hijas para verlas como las auténticas maestras en vivir la maternidad como don, como ejercicio indefectible de amor cotidiano: ‘estar rodeada de niños es lo más dulce del mundo’. No podemos evitar repetirlo.
José-Alfredo Peris-Cancio – Profesor e investigador en Filosofía y Cine – Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir
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[1] Toles, G. (2022). Una casa hecha de luz. (R. Becerra, & J. Fontán, Trads.) Córdoba: UCOPress, pp. 84-85.
[2] Chierichetti, D. (1997). Mitchell Leisen. Director de Hollywood. San Sebastián-Madrid: Festival Internacional de Cine de San Sebastián-Filmoteca Española, p. 202.
[3] Jaspers, K. (1993). Cifras de trascendencia. (J. Franco-Barrio, Trad.) Madrid: Alianza Editorial.
[4] Harper McCarthy, M. (2022). Maternidad. En J. Noriega, R. Ecochard, & I. Ecochard, Diccionario de sexo, amor y fecundidad (S. Corcuera, Á. Pérez, & M. Martínez, Trads., págs. 597-603). Madrid: Didaskalos., p. 600.
[5] Chierichetti, D. (1997). Mitchell Leisen. Director de Hollywood, cit., p. 199.
[6] Minguet Civera, Carola, “Una luz que no se apaga (A D.F.)”, https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/carola-minguet-civera/luz-que-apaga/20240312030110048782.html