La trama y los parlamentos de la película concitaban la atención de los espectadores. La suave brisa de un activo silencio se extendía por toda la sala. De pronto, un niño rompe en llanto. Giros de cabeza. Incomodidad. Carraspeos. La intensidad del gimoteo aumenta. La protesta a coro no se hace esperar. Los padres se dan por aludidos, de la mano con el niño abandonan la sala. Los espectadores se reenganchan a la película. Silencio, otra vez.
¿Por qué llevaron al niño al cine a una hora no apta para su edad? Dejo como tarea para el amable lector intentar una respuesta. A mí me remite a una actitud que se va abriendo paso en los días que corren. Para explicarme, tomaré el caso de un conductor que circula en sentido contrario a las señales de tránsito. Un casual ciudadano le hace señas para que se dé cuenta de su despiste. ¿Qué recibe? Toda una sarta de descortesías e insultos. En efecto, la persona es libre por naturaleza y capaz de autodeterminarse, condición que, sin embargo, no le otorga el poder de propietario, es decir, de cambiar o mandar en casa o instituciones ajenas tan solo porque se le abrieron las puertas. La libertad humana no es absoluta. Es bueno entenderla con un clip que la sujete. Ese clip tiene que ver con el cumplimiento de las normas, con el respeto a las autoridades formalmente constituidas y a la dignidad de las instituciones públicas y privadas. A la democracia se le afecta cuando los dirigentes, olvidando sus responsabilidades con el bien común, se aprovechan de los privilegios que el poder detenta y cuando los ciudadanos pensamos que, por ser libres, tenemos las prerrogativas de un señor feudal. La libertad no nos hace propietarios, evidencia nuestro carácter de administradores: los talentos propios se despliegan en servicio del crecimiento de la sociedad.
Otro modo de entender la libertad sin clip es cuando la soberbia ideología piensa que “para lograr cambios sociales se tiene que callar a los otros” o, lo que es lo mismo, la libertad de los ciudadanos se cancela ante la propuesta de “cómo deben ser las cosas”. Si alguien osa no alinearse, es sometido por la fuerza o por la ley. La pluralidad es una condición de una sociedad – aunque suene a lugar común – compuesta por personas, cada una es única e irrepetible, capaz de establecer sus prioridades de vida, tomar decisiones y hacerse responsable de sus actos. Ejercer la propia libertad tiene sus riesgos: uno puede decidir infringir las normas o no aportar al bien común… pero vulnerar o minimizar la libertad de los otros para imponer un solo pensamiento o una única forma de vida, es muchísimo peor porque cercena proyectos, ideales y, por extensión, el desarrollo de una nación.
Por último, hablar de que el pueblo quiere, es apelar a una entelequia y utilizarse como excusa para forzar la implementación de unos mecanismos o normas que buscan subordinar la libertad del individuo al positivismo del Estado.