La JMJ [Jornada Mundial de la Juventud] es un encuentro de jóvenes de todo el mundo con el Papa. Es una peregrinación, una fiesta de la juventud, una expresión de la Iglesia universal y un especial momento de evangelización. San Juan Pablo II convocó la primera en 1986 en Roma. Buenos Aires (1987) Santiago de Compostela (1989) Częstochowa (1991). Denver (1993) Manila (1995). París (1997) Roma (2000). Toronto (2002). Con el papa Benedicto XVI se realizó en Colonia (2005). Sídney (2008) Madrid (2011). Con el Papa Francisco han sido en Río de Janeiro (2013) Cracovia (2016) Panamá (2019) y Lisboa (2023). Del año 1986 a la fecha han asistido en promedio a cada jornada mundial un millón y medio de jóvenes. ¡No creo que exista otro evento de esa envergadura ni ese nivel de asistencia! Sin embargo, su cobertura mediática está restringida y limitada a trozos de espacios – claramente secundarios – en páginas de la prensa o en noticieros televisivos.
Como fenómeno social, La JMJ debería ser manjar para analistas y medios de comunicación. En la previa, los jóvenes en sus respectivas, parroquias, escuelas, universidades y grupos juveniles, se organizan, ajustan tiempos para recibir la inducción pertinente, compaginar con sus deberes de estudiantes o trabajadores. En no pocos casos, solo cuentan con el apoyo moral de sus padres; aun así no se arredran y realizan gestiones para agenciarse del dinero necesario para el traslado y la estadía.
¿Qué los mueve? ¿Qué los impulsa a desplazarse a zonas lejanas y desconocidas? La mayoría de jóvenes se hace cargo de que no son clase turista, más bien, en un país extranjero estarán cortos de dinero, lo que significa que no se alojarán en hoteles más allá de una estrella; que tomarán alimentos al paso o ligero en proteínas; y, que le darán a su cuerpo mucho menos de lo que necesita y merece.
Volvamos a interrogarnos ¿Qué los motiva? Los jóvenes saben que el orador principal es una persona que podría ser su abuelo, quien ni siquiera les contará cuentos que encandilan ni anécdotas con moraleja. Tampoco esperan un orador que llene el estrado con movimientos y gestos de artista, ni que con los altos y bajos de su arenga los lleve hasta el paroxismo. Más bien, delante de miles y miles de jóvenes de otra generación, un hombre vestido de blanco, lee un discurso formal – con algunos matices que quiebran con algazara, el silencio – pero exigente, retador y una invitación a perdonar, a seguir a Cristo como sus discípulos.
Aún la pregunta ¿Qué los mueve? sigue vigente. Las JMJ me confirman dos ideas. A pesar de los antivalores que se siembran en nuestras sociedades, los jóvenes siguen sorprendiendo gratamente por la solidez de su generosidad y de la magnanimidad de sus ideales… basta con ofrecerles los fines, los espacios; ellos luego articularán los medios. Segundo, la Iglesia Católica, zarandeada por dentro y por fuera, continúa siendo atractiva y atrayente, porque su fuerza la trasciende, la sostiene y la rejuvenece.