La llamada inteligencia artificial está teniendo un gran impacto en la salud pública en general por su capacidad de organización, comunicación y atención en la práctica diaria de la Medicina.
Respecto a la terminología, Manuel Alfonseca Moreno, Dr. Ingeniero de Telecomunicación, licenciado en Informática y Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, nos recuerda en su blog Divulgación de la Ciencia, algunas cuestiones interesantes que conviene recordar. Lo que ahora se llama inteligencia artificial es lo que siempre se había llamado informática, denominación que ha sido desplazada por el mayor impacto que causa la palabra inteligencia. La terminología Inteligencia Artificial empezó a utilizarse en 1956, en un seminario sobre computadoras, en el Dartmouth College, una universidad privada de New Hampshire, en los EE.UU, en el que se habló de programas inteligentes.
Desde entonces se definió la Inteligencia Artificial en relación a los programas de ordenador que procesan información simbólica mediante reglas empíricas o de indagación, no basadas en deducciones matemáticas exactas, sino en la acumulación de datos y experiencias. Por supuesto, Manuel Alfonseca cuestiona la adecuación de la denominación adoptada, ya que al llamarlo así surge un problema de fondo. Si lo que se pretende es conseguir una inteligencia artificial, que incluso supere a la natural, habrá que empezar por saber qué naturaleza tiene aquello que se quiere imitar e incluso superar. ¿Sabemos realmente lo que es la inteligencia natural? Es decir, la mente.
No parece adecuado comparar la inteligencia artificial con la humana, ni pensar que nuestra mente funciona como un hardware de ordenador. Simplemente, el pensamiento, la mente, no es un epifenómeno del cerebro ni equivale al cerebro. No se compone de materia, ni los chips o sus conexiones funcionan como nuestras redes neuronales. Desde el dualismo neurofisiológico y metafísico, acorde con la tradición cristiana sobre el concepto de persona, el cuerpo y alma, cerebro y mente, son realidades distintas, aunque hipostáticamente unidas en cada ser humano.
Dicho lo anterior, tradicionalmente se habla de la inteligencia artificial débil y la inteligencia artificial fuerte.
La llamada inteligencia artificial débil es la de los medios informáticos que está progresando y utilizamos para resolver de forma eficaz, concreta, y automática problemas que obedecen a unas rutinas ceñidas a unos algoritmos lógicos que el propio ser humano ha proporcionado a las máquinas entrenándolas para que resuelvan preguntas o atiendan a cuestiones basadas en experiencias para lo que los programas son entrenados (deep learning). No es inteligencia comparable a la humana, pues no es que las máquinas piensen por sí mismas, sino que reaccionan a lo que se les pregunta respondiendo de forma concreta, automática a unas órdenes previamente previstas por quien las diseñó.
Entre sus muchas aplicaciones las hay de gran importancia en Medicina para: ordenar grandes volúmenes de datos (crear bases de datos); buscar patrones y apoyar el diagnóstico personalizado; reconocer imágenes (radio-eco-mamografías, etc.); atender a distancia (telemedicina); asistir a la cirugía (robot-assisted surgery); etc. Además de estas aplicaciones más directas en Medicina, hay otras de interés especial en las investigaciones médicas, como puede ser: analizar datos y resolver problemas; descubrir nuevos fármacos; traducir textos; procesar textos; reconocer sonidos o la palabra hablada, sonidos, etc.
Todas estas aplicaciones suponen grandes logros y nuevos recursos, que han permitido facilitar el trabajo intelectual y manual humano, incluso de mayor precisión. En cualquier caso, las maquinas o los ordenadores no funcionan por sí mismas, ni su funcionamiento es autónomo, sino que dependen de unos algoritmos y unas experiencias previas que sus creadores les han proporcionado. Por ello, ante un campo tan sensible como es el de la salud, al final las decisiones han de ser humanas, en las aplicaciones en Medicina las ha de tomar el médico.
En cuanto a la inteligencia artificial fuerte, que sería la que algunos piensan se equipararía a la inteligencia natural humana, sigue siendo dependiente de algoritmos y de la información previa acumulada en la memoria de los ordenadores. Las maquinas no piensan por sí mismas, como un humano con todas sus capacidades y sus sentimientos. Su inteligencia no es abstracta, como la humana, sino concreta, son capaces de manejar, reconocer y coordinar datos de acuerdo con los registros acumulados previamente y de ofrecer posibles respuestas a los problemas que se le plantean. Hay muchos informáticos que niegan que la inteligencia artificial llegue nunca a ser comparable con la inteligencia natural humana y todo lo más le conceden algunas diferencias, como puede ser la gran capacidad de almacenar y relacionar los datos acumulados con mayor efectividad.
Sin embargo, los seguidores de las corrientes transhumanistas y posthumanistas piensan que llegará un momento en que se alcanzará lo que llaman un “punto de singularidad”, punto de equiparación entre la inteligencia artificial y la inteligencia natural. Para quienes sostienen estas ideas, la batalla está en pleno auge y mientras que la inteligencia humana permanece en su estado natural, sin más avances que los propios de la acumulación de conocimientos, la inteligencia artificial progresa exponencialmente.
Sin embargo, los informáticos realistas no creen que se consiga la autonomía de pensamiento de la inteligencia artificial. Por ejemplo, el ingeniero informático Jeff Hawkins, uno de los pioneros de la telefonía móvil, dice que: «los científicos del campo de la inteligencia artificial han sostenido que los computadores serán inteligentes cuando alcancen una potencia suficiente. Yo no lo creo…: los cerebros y las computadoras hacen cosas fundamentalmente diferentes».
De modo parecido opina el Dr. Ramón López Mantarás, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC, quien dice que: «el gran desafío de la inteligencia artificial es dotar de sentido común a las máquinas»… Por muy sofisticadas que sean algunas inteligencias artificiales en el futuro, dentro de 100.000 o 200.000 años, serán distintas de las humanas.
La telemedicina
El Comité de Bioética de España poco antes de su última renovación en junio de 2022, emitió un informe referente al tema de los “Aspectos bioéticos de la telemedicina en el contexto de la relación clínica” [1].
La actual edad de oro de las ciencias de la salud ha posibilitado tratamientos específicos, efectivos y radicales con la proliferación de la investigación y los ensayos clínicos, que han permitido desarrollar nuevas tecnologías (la quimioterapia, las técnicas de imagen, la genómica, la edición génica, etc.), aunque el cuerpo tradicional de la profesión médica sigue siendo la relación médico-paciente en la que deben primar principios como la compasión, la escucha, el cuidado, el estímulo, el respeto a las decisiones tomadas, el acompañamiento en el proceso de la enfermedad y el soporte emocional.
En cualquier caso, con el fin de atender a las necesidades del cuidado de la salud, cada vez más complejas, resulta de gran apoyo todo lo que ofrece el mundo de las llamadas TICs, las tecnologías de la informática y la comunicación. El Foro Económico Mundial habla de la cuarta revolución industrial como la generada por la fusión del mundo físico, biológico y digital, que está cambiando globalmente a la sociedad a una velocidad de vértigo y que impacta en todos los sistemas, también en el sanitario. Las tecnologías de la información y la comunicación se han convertido en herramientas útiles en el contexto de la salud, centrado en la mejor atención al enfermo, con la posibilidad incluso de trasladar parte de la atención sanitaria a su domicilio. La IA es clave para el progreso hacia una medicina no solo más eficiente, sino especialmente más personalizada, participativa, preventiva y de precisión. Según el informe del CBE, la IA tiene un papel destacado en el desarrollo de la llamada Medicina personalizada, con soluciones ajustadas al perfil sanitario de cada paciente.
Por otra parte, el Comité Internacional de Bioética de la UNESCO emitió un informe sobre Big Data en relación con la salud, en septiembre de 2017, en el que señalaba tres problemas éticos fundamentales a resolver: la autonomía, la privacidad y la justicia, éste último en términos de accesibilidad y solidaridad; y subrayaba la importancia de establecer las garantías eficaces de manera que quede protegida tanto la dignidad como la libertad de los pacientes, especialmente de los más vulnerables.
Pero si hay un capítulo que cobra cada vez mayor importancia en el uso de las tecnologías de la informática y la comunicación es el de la telemedicina, que consiste en el suministro de servicios de atención sanitaria en los que la distancia constituye un factor crítico. El uso de la telemedicina en primer lugar facilita la relación médico-paciente (teleasistencia o teleconsulta), y su puesta de largo tuvo lugar recientemente con la pandemia de la Covid-19. En cualquier caso, la Asociación Médica Mundial, en su Declaración de 2018 recordaba que: “la consulta presencial es la regla de oro en la relación médico-paciente”. Hoy, se acepta la consulta telemática como sustitución de la consulta presencial en determinadas circunstancias, pero ambos tipos de consultas se deben regir por los mismos principios de ética médica: preservar la autonomía; respetar la dignidad del paciente procurando su bien y evitando su daño; garantizar la seguridad de los datos, procedimientos y el derecho a la intimidad y facilitar el acceso a todos los servicios asistenciales (principio de justicia).
Además, la telemedicina facilita la comunicación entre los médicos, o con otros profesionales de la salud como personal de enfermería, rehabilitadores o farmacéuticos. Entre sus funciones están las de facilitar el intercambio de datos para hacer diagnósticos, preconizar tratamientos y prevenir enfermedades, movilizar recursos. También constituye un gran recurso para ampliar la formación permanente de los profesionales de la salud, tareas de investigación y evaluación, etc.
Pero, en la relación con los pacientes, lo que sigue siendo fundamental es la necesidad de mantener la confianza, en la relación médico-paciente. El Dr. Pedro Laín Entralgo (1908-2001) definía la relación clínica como un tipo particular y único de relación entre personas cuyo eje es la confianza, que el asentaba en tres aspectos: en la técnica para curar, en el conocimiento profesional para aplicarla, y en los valores de la persona del médico [2]. Por ello, hay que luchar para que en la relación médico-paciente no haga mella la deshumanización que está calando en muchos sectores de la sociedad y en la que está implicada en cierto modo la inteligencia artificial. La confianza va intrínsecamente ligada a una relación humana y cercana. El Dr. Warner Slack (1933-2018), médico precursor de la historia clínica digital, decía que: «si un médico puede ser reemplazado por una computadora, merece ser reemplazado por una computadora».
De acuerdo con esto, la deshumanización potencial asociada a la telemedicina se convierte en uno de sus principales retos a superar y en su potencial enemigo. Por ello, es necesario avanzar en centrar la atención telemática en el paciente, preservando la humanización y sus necesidades concretas. Hay que huir de lo que se conoce como el solucionismo tecnológico, una trampa de un mundo súper tecnificado, que nos ofrece soluciones automáticas y sin fisuras [3].
La telemedicina no se puede convertir en un elemento de comodidad que ponga en riesgo la seguridad del paciente, sino en un aliado del médico que le ayude en su trabajo a atender la seguridad y los riesgos y los posibles acontecimientos adversos.
Por ello, el informe del Comité de Bioética de España propone las siguientes recomendaciones:
- Regirse, cuando menos, por los mismos principios bioéticos que la Medicina tradicional. Tener en cuenta la dignidad sagrada de cada persona.
- La telemedicina, y la teleconsulta, debe entenderse complementaria y nunca sustituta absoluta de la consulta presencial.
- Utilizar la telemedicina cuando suponga una oportunidad para mejorar la asistencia y el cuidado de la salud de las personas.
- Contar con un plan de evaluación que permita la realización de ajustes en función de los resultados y las consecuencias de las diferentes modalidades.
- Realizar estudios de calidad acerca de las repercusiones de la telemedicina en las distintas patologías y en las diferentes poblaciones.
- Promover la formación de los profesionales en el uso de la telemedicina.
- No utilizar la consulta no presencial con la finalidad de rentabilizar la jornada laboral y disminuir la contratación de profesionales.
- Potenciar la formación de los ciudadanos y hacerla accesible a las poblaciones más vulnerables o desasistidas.
- Dotar a la telemedicina de un soporte normativo y legal que garantice su buen uso, la seguridad, la confidencialidad y la protección de datos.
- Promover un análisis social, ético y jurídico riguroso sobre la repercusión de la telemedicina en la atención socio sanitaria.
Un punto fundamental del uso de la inteligencia artificial en la Medicina es la de la protección de la confidencialidad, un deber de la deontología sanitaria. Con la incorporación de datos personales sobre la salud de los pacientes a soportes informáticos, aumenta el riesgo de perder la privacidad y la confidencialidad. Toda la tecnología y el almacenamiento de datos empleados en telemedicina, deberán cumplir criterios de seguridad y de certificación por las autoridades sanitarias, que eviten brechas de seguridad y el acceso indebido a la información. De acuerdo con el carácter de la información que se registra en los medios informáticos puede ser necesario utilizar sistemas de trazabilidad de los datos, en su caso, los datos debidamente anonimizados para su acceso autorizado solo a profesionales, para uso en instituciones o proyectos de investigación. En cualquier caso, todo ello requiere fijar procedimientos de confirmación de identidad de usuarios, representantes legales y profesionales con acceso a los datos médicos, resultados de tratamientos, medicación, etc. pero nunca a los datos de identidad de los pacientes.
Nicolás Jouve – Miembro del Observatorio de Bioética – Catedrático Emérito de Genética – Ex miembro del Comité de Bioética de España
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[2] Laín Entralgo P. La relación médico-enfermo. Madrid: Revista de Occidente; 1964
[3] Evgeny Morozov, La locura del solucionismo tecnológico, Katz, Madrid, 2017