En este tercer capítulo de la serie sobre cuerpo y gracia, exploraremos el concepto de historia, no desde una perspectiva histórica general ni desde la historia personal, sino desde una visión más intermedia: la historia espiritual de cada individuo. El tiempo, como mencionamos en el capítulo anterior, es la medida del movimiento, pero podemos distinguir diferentes tipos de tiempo.
Primero, existe el tiempo cosmológico, el cual se refiere al tiempo de las cosas inanimadas. La Tierra, el universo, las estalactitas y las montañas tienen su propio tiempo, regido por fenómenos físico-químicos y mecánicos.
En segundo lugar, el tiempo biológico se refiere al ciclo de vida de las plantas y los animales, donde ya existe un dinamismo más complejo. Los seres vivos atraviesan etapas de crecimiento, madurez y decadencia, y sus vidas están marcadas por un patrón de inicio, madurez, vejez y muerte.
Sin embargo, el tiempo biográfico es exclusivo de los seres humanos. Es el tiempo libre, donde la libertad juega un papel crucial. A diferencia de los animales, que no tienen historia en el sentido pleno, los humanos tienen una historia biográfica que construyen a través de sus decisiones y acciones.
El tiempo libre es nuestra autobiografía en construcción. La muerte, que inevitablemente nos afecta a todos, puede ser vista de dos maneras: como una interrupción inesperada, similar a la frustración que sentimos cuando se va la luz mientras vemos un partido de fútbol, o como una culminación natural y esperada, como el final de una película que esperábamos que terminara.
Hoy celebramos la Asunción de la Virgen María, un ejemplo de cómo la muerte puede ser vista como la realización y perfección de una vida. María, según la mayoría de los teólogos, murió y fue asunta al cielo, mostrando que la vida puede concluir como una culminación de lo realizado.
No siempre es necesario recorrer todas las etapas de la vida de manera prototípica para tener una vida realizada. Las distintas etapas de la vida son procesos de maduración que pueden ocurrir en diferentes momentos y formas. Lo importante es vivir bien y madurar en cada etapa.
En el tiempo espiritual, podemos identificar varias etapas significativas:
- Despliegue: Los primeros 15 años, donde el niño está en una fase de crecimiento automático, aprendiendo y desarrollándose rápidamente.
- Adolescencia: Este periodo es marcado por la crisis de la libertad y la identidad. Los adolescentes descubren su capacidad para pensar y actuar por sí mismos, lo que puede llevar a una fase de rebeldía y búsqueda de identidad.
- Juventud: Entre los 15 y los 25 años, se trata de descubrir los ideales y metas de vida. Es una etapa de gran energía e idealismo, donde los jóvenes buscan su propósito y dirección.
- Madurez: De los 25 a los 45 años, es una etapa de experiencia y responsabilidad. Los individuos enfrentan los desafíos de la vida real y deben aprender a equilibrar sus ideales con la realidad.
- Seriedad: Entre los 45 y los 55 años, se puede experimentar una sensación de estancamiento y repetitividad, conocida como la crisis de los 40 o 50. Sin embargo, es también un momento para realizar las mejores obras y asumir responsabilidades importantes.
- Sabiduría: De los 55 a los 75 años, se percibe la aceleración del tiempo. Esta etapa está marcada por una mayor comprensión de la vida y la capacidad de transmitir sabiduría y perspectiva a los demás.
- Ancianidad: La etapa final, donde las fuerzas vitales disminuyen y se puede llegar a depender de otros. Es un tiempo para cultivar la virtud de la aceptación y la preparación para el fin de la vida, manteniendo una actitud positiva y amorosa hacia los demás.
Cada etapa de la vida tiene su propio desafío y oportunidad para el crecimiento espiritual. La vida es un viaje continuo de maduración y desarrollo, y cada día es una oportunidad para cumplir con nuestra misión y vivir plenamente.