En este tiempo especialmente penitencial de Adviento, José María Montiu, sacerdote y doctor en Filosofía ofrece este artículo titulado “La hermosa alegría de la confesión” .
Tiempos especialmente penitenciales del año litúrgico son Adviento y Cuaresma. El mismo color de la casulla de dichos períodos, el morado, significa penitencia. La penitencia vale especialmente cuando está enriquecida con su sacramento, el sacramento de la penitencia. La Iglesia invita especialmente en este tiempo a recibir dicho sacramento.
El sacramento de la penitencia, sacramento de la confesión, es una realidad bellísima, estupenda, resplandeciente, admirable, maravillosa, muy deseable. Un emperador romano decía que los sacerdotes eran más poderosos que él. Pues, mientras él extendía su poder únicamente sobre el mundo, el poder del sacerdote alcanzaba desde el infierno hasta el cielo, ya que con la absolución sacramental cerraba el infierno y abría el cielo. ¡Qué alegría, qué bien, cuanto mal superado, cuando uno ve que se le ha cerrado el infierno y se le ha abierto el cielo! El Doctor Angélico afirmó que la omnipotencia de Dios resplandece más admirablemente en el perdón del sacramento que en la creación del mundo de la nada. Un Dios, que es padre que perdona, ¡es una maravilla!
Charlando con un seglar, teniendo éste experiencia de haberse confesado muchas veces, al decirle que en algunos pueblos había pocas confesiones, me respondió: ¡No puedo entenderlo!, ¡No me cabe en la cabeza!, pues ¡la confesión es el sacramento de la alegría!, ¡El sacramento de la alegría! ¡De la alegría!
Recuerdo un feligrés mío, señor mayor, que invitó a un conocido a confesarse, y me comentó que en toda su vida no había visto una persona tan contenta como este conocido suyo después de confesarse. Muchas veces el Papa Francisco ha dicho que en la confesión está la alegría de recibir el abrazo de Dios. También me acuerdo que una mujer, con rostro vivamente muy emocionado, muy ilusionado, fue a confesarse, más que para recibir el beso de Dios, que para recibir el perdón de los pecados. ¡Jamás podré olvidar episodio tan bello! Recuerdo unas hermosas niñas pequeñas que iban corriendo, muy contentas, a confesarse, dando alegres saltitos de alegría.
Puede aplicarse aquí esta idea de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei: “Hemos de comportarnos como un pequeño que se sabe con la cara sucia y decide lavarse, para que su madre después le dé un par de besos”. La hermosura de una persona es la hermosura de su alma, que es la bondad. El sacramento de la confesión, purificando nuestro corazón, nos pone guapos, nos asemeja más a la belleza de Dios. De modo que el Señor pueda exclamar de nosotros: ¡qué guapo!, ¡qué guapa!, ¡qué alegría! ¡Qué alegría la del Señor viendo a su hijo, a su hija, con el corazón así purificado y adornado, por la confesión! ¡Es la alegría de Dios!
El sacramento de la penitencia es una maravilla de la alegría. Es el sacramento de la alegría, de la paz y de la misericordia amorosa de Dios. Hace de nosotros una nueva creación, un mundo nuevo de gozo y de alegría; una tierra nueva, hermosa, bella, guapa; un corazón nuevo, rejuvenecido; un espíritu nuevo, convertido; una cuna amorosa para Dios; hombres nuevos, esperanzados, llenos de ilusión; mujeres nuevas con la alegría de la esperanza brillando en los ojos; nuevo impulso; nueva fuerza; nueva energía, nueva alegría; nuevos designios; nueva gracia; nuevo brillar de las maravillas de Dios en el alma. En definitiva, el sacramento de la confesión, dice, a los que todavía titubean sobre si se confesaran: ¿a qué esperas para ser verdaderamente feliz? ¡Decídete de una vez a ser feliz! ¡Decídete a quitar de tu alma el peso de los pecados que la oprimen! ¡Para qué retardar más tu felicidad! ¡Qué ganas con no ser feliz!
El Papa Francisco, que quiere nuestra felicidad y nuestra alegría, nos ha invitado a confesarnos, a dejarnos amar por Dios, a paladear esta dicha. Así, ha dicho: a la Iglesia ya le ha llegado la hora de anunciar el perdón. Recuerdo una mujer, que antes no estaba muy convencida de confesarse, pero que se dio cuenta de que la voz del Papa era más valiosa que las voces que en sentido contrario había oído, y exclamó: ¡Ahora, lo que toca es confesarse! Sí, como diría el gran san Agustín: “Roma locuta est, causa finita est”. Roma ha hablado, la solución está dada. Sí, vale más la palabra del Vicario de Cristo, del que en sí mismo realiza el dicho: “Tú eres Pedro”.
El Papa Francisco, además, predica con el ejemplo. Todos hemos podido ver fotografías de él confesándose y confesando. El cardenal Beniamino Stella ha afirmado que el Papa Francisco insiste constantemente en que la gente se confiese. El Papa Francisco, en su libro “El nombre de Dios es misericordia” afirmó que uno de los objetivos más importantes del año de la misericordia consistía en que todos los fieles cristianos, sin excepción, se confesaran. Así, a la pregunta “¿Cuáles son las experiencias más importantes que un creyente debe vivir en el Año Santo de la Misericordia?”, respondió: “Abrirse a la misericordia de Dios, abrirse uno mismo y el propio corazón, permitirle a Jesús que le salga al encuentro, acercándose con confianza al confesonario. Procurar ser misericordioso con los otros”. También en Misericordia et Misera pidió, a todos los fieles, sin excepción, que se confesaran: “No perdamos la oportunidad de vivir también la fe como una experiencia de reconciliación. ‘Reconciliaos con Dios’ (2 Co 5, 20), esta es la invitación que el Apóstol dirige también hoy a cada creyente, para que descubra la potencia del amor que transforma en una ‘criatura nueva’ (2 Co 5, 17)”.
Hay cosas evidentísimas, como 1=1. Sabemos que lo central es lo más importante. Luego, pocas cosas son tan evidentes como que lo central es lo más importante. De una religión, pues, lo que vale principalmente es lo central. Pues bien, el Papa Francisco ha dicho que confesarse está en el centro del cristianismo. “De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia”. “El sacramento de la Reconciliación necesita volver a encontrar el puesto central en la vida cristiana (…)”.
En definitiva, cuando el Papa nos pide que nos confesemos, no es que el Papa se equivoque, son las voces que discrepan de él las que se equivocan. El Papa tiene la razón. Así pues, confesémonos. Y, entonces: ¡alegría, alegría, alegría!