Aún recuerdo, una tarde limeña de hace algunos años, cuando leía el voluminoso poema Eva de Charles Péguy (1873-1914), en edición bilingüe. Pasaba a mi lado, el P. Javier Cheesman, profesor de literatura en la Universidad de Piura. Al verme con el libro me dijo: “se puede decir tanto de Eva”. El mismo asombro que tuve, igualmente, al inicio del poema. No quedé defraudado; la musicalidad de sus versos, los contrastes continuos de las ideas e intuiciones que componen el poema son una delicia para el alma. Vuelvo a Péguy, esta vez, en un texto biográfico, Charles Péguy. ¿Místico socialista? (Digital Reasons, 2022, Kindle edition) de Albert Llorca Arimany. Me he aclarado un poco más de su perfil humano e intelectual, aunque todavía no acabo de comprenderlo adecuadamente. Seguiré indagando.
En Péguy, dirá Llorca, “convergen el republicanismo en lo educativo y el socialismo en lo social, junto al sentimiento religioso activo que advirtió en Jeanne d’Arc”. Buena síntesis para un personaje tan denso como Péguy. “Él era un converso de verdad; pero no al uso tradicional, abandonando familia, cultura y hábitos… Más bien era un hombre que profundiza, con su equipaje socialista y a partir del bautismo, en la experiencia familiar”. Con el asunto Dreyfus (1894) se sientan las bases de sus desavenencias con sus colegas socialistas (Andler, Sorel, Leon Blum, Herr, Jaurés…) de quienes se separa en pensamiento y obras. Él “postulaba una mística del socialismo alejada de todo manejo político, manejos que le molestaban y mucho”. Fue crítico de la deriva que adquirió la política socialista de su tiempo a la que consideraba como un “cosmopolitismo burgués”, corrupción del socialismo primigenio.
Su pensamiento filosófico se nutre de Bergson. Optó por la vida, más que por la abstracción cartesiana. Consideró fundamentales la familia, la patria, el trabajo, Dios; valores que la modernidad habría traicionado en su intento de emanciparse de casi todo. “Se suele destacar la especial manera de ser del carácter de Péguy, muy personal, por el que discurrió un pensamiento alejado de cualquier sistema doctrinal, ya que su impulso vital lo suplía con creces. En todo caso, fue un hombre atento a la verdad, sintiendo admiración por Victor Hugo y Pierre Corneille, literatos que defendieron en sus obras a personas honestas con valores vinculados a la esfera cristiana”. Asimismo, defensor de los predios de la razón, pero no racionalista. Dirá: “lo único que nosotros pedimos —y lo pedimos sin ninguna reserva, sin ninguna limitación—, no es que la razón lo sea todo, sino que no haya ningún malentendido en el uso de la razón. No defendemos a la razón contra las otras manifestaciones de la vida. La defendemos contra las manifestaciones que, siendo otras, quieren ponerse en su lugar y degeneran en sinrazones”.
Pesó mucho en Péguy el sentido de la fraternidad y de la amistad. Tuvo un hondo sentido del compromiso: ver la realidad, pensarla y actuar en consecuencia. Una actuación desinteresada, avalada por el trabajo bien hecho y un hondo afán de servicio, ajeno al culto del dinero y al espíritu de aburguesamiento utilitarista que veía en la sociedad. Su propuesta se movía por otros derroteros. Para Péguy, afirmará Llorca, “ser grande en el orden de la carne es ser un héroe; ser grande en el orden del espíritu es ser un genio; ser grande en el orden de la caridad es ser un santo. Y Juana de Arco reconciliaba estos tres órdenes y respectivas grandezas”.
¿Revolución marxista y lucha de clases? No. Péguy dirá, más bien que “la verdadera revolución social exige un planteamiento ético”. De ahí “que la revolución debe ser forzosamente moral, o no será nada. Y así debe ser el auténtico socialismo, a fin de que cada sujeto humano practique adecuadamente su acción socialista”. Para Péguy, la revolución supone conversión personal. Desde una perspectiva marxista, Péguy no pasaría de ser un iluso socialista utópico. Mirado, en cambio, desde la trágica historia de las fracasadas revoluciones marxistas del siglo XX, Péguy es un profeta que nos recuerda que “la ética resulta imprescindible en la vida política, y en absoluto ésta puede sustituir a aquella”. La dignidad de las personas concretas pesa más que la clase o las locas pretensiones de los mesianismos políticos.
Péguy es un testimonio de coherencia vital en donde la vertiente espiritual enlaza con la acción temporal. Ante la impaciencia de los que quieren romperlo todo para cambiar el mundo, propone la esperanza que sabe de acción y paciencia.