La ceremonia inaugural de los Juegos olímpicos de Paris, nos ha obsequiado con un cuadro escénico transgresor, que según los organizadores, pretende ser inclusivo. Lo han titulado “festividad”. Los personajes, según ellos LGBTIQ+, daban forma a la universal obra de Leonardo da Vinci, la Santa Cena. Destacaba la señora que representaba a Jesucristo, nada transcendente, sino todo lo contrario, con una sensualidad que unida a la obesidad de la que hace gala, resultaba más que insultante, jocosa. Pare ser que esta señora es activista a favor de la gordura. En nuestro tiempo, las tres gracias de Rubens, no se consideran un patrón de belleza, por ello pese a las reivindicaciones de la protagonista central del cuadro escénico, no creo que a partir de ahora los i las modelos de pasarela de moda serán pesos pesados como los samurái sumo japoneses. Además, reivindicar la obesidad, considerada por la medicina como una enfermedad, es antinatural y nocivo para la salud colectiva. Imaginemos activistas que defiendan la exposición pública de enfermedades. ¿Dónde queda la reivindicación por una salud integral i universal?
No entraré a comentar la pretendida inclusión del mundo LGBTIQ+en la ceremonia. Son muchos, de este colectivo, que se han sentido ofendidos, no tanto por la blasfemia, sino porque se les identifique con lo vulgar, a pesar de que las vestimentas fueron creadas por grandes diseñadores. Para integrar o incluir, como defienden los organizadores, nada mejor que dar normalidad a las diferencias de género. Por ejemplo, sería inclusivo que entre los atletas, jueces, entrenadores, organizadores hubiera también personas especiales en su género. Pero reducirlos a un cuadro escénico vulgar, transgresor e irreverente, es identificar a el colectivo LGBTIQ+, como algo marginal, lejos de los verdaderos escenarios de moda o deportivos.
Pero la lectura más profunda lleva a analizar la rebelión, protesta, enfrentamiento de tipo adolescente contra la religión católica.
En primer lugar, Francia lleva en su ADN el catolicismo del que parece renegar o ignorar. Decimos esto, porque en otro cuadro de la ceremonia de inauguración, hacen una exaltación de la mujer francesa a lo largo de la historia y dejan fuera del catálogo a la universal francesa, santa y patriota Juana de Arco.
Pero volviendo a la escena a la que aludimos, la Santa Cena, se entiende en su significado y es comprensible culturalmente, por el conocimiento del cristianismo y la eucaristía. La mofa contra los católicos no hubiera sido igual que contra otras religiones. Difícilmente el gran público hubiera descifrado los símbolos religiosos de un islamismo o budismo, tan presentes, por otro lado, en el suelo francés. Además de que se exponían a respuestas violentas por parte de los fieles de las otras religiones.
Los cristianos de por sí, sin dar por válida la ofensa, seguimos al Cristo crucificado. Mayor agresión que la de la cruz ni hubo ni habrá. De allí nace el amor y el perdón. De la cruz brota la vida. Algunos agnósticos y no creyentes han hallado la burla de tal brutalidad que les ha hecho volverse a la fe. Finkielkraut, filósofo agnóstico, llega a afirmar: «Tras esa velada apocalíptica, me hice creyente»
La lectura más significativa, como digo, hace referencia a la necesidad de autoafirmarse ante la figura del “padre”. Ir en contra de los progenitores para afirmar la propia personalidad. El padre, que representa el orden y la autoridad estorba. En la transgresión hay implícito el reconocimiento de aquello que se ataca. Matemos al padre y seamos libres, matemos la religión y seamos libres. La parodia viene a ser de un infantilismo que al carecer de formalidad se queda en eso, una parodia. Los niños imitan a los padres y hacen gracia, los adolescentes llevan la contraria y hay que tener tesón y paciencia para dejar pasar las tormentas, hasta que se hacen adultos.
El otro complejo, es el de superioridad, al arrogarse ante millones de espectadores su primacía o prepotencia, ante el fenómeno religioso, o ante el cristianismo, aprovechando el poder que confiere la televisión. Denota dos cosas. La primera, que la apuntábamos anteriormente, es el reconocimiento implícito de algo, como es la religión, que quieren combatir con la burla. Lo segundo es el deseo de ser reconocidos, de usurpar al catolicismo la autoridad moral que tiene, a pesar de todos los ataques. Pasan de ser invisibles socialmente a visibilizarse con la única fuerza del control de los medios de comunicación. En castellano decimos “Dime de lo que alardeas y te diré de lo que adoleces”
Pero las batallas en la sociedad no se ganan con burlas y parodias, sino con esfuerzo, sacrificio y orden. De eso dan cuanta los miles de deportistas que participan con más o menos popularidad. Ellos no se dejan llevar por tópicos.
Aun así, la revolución mayor está por hacer: Un mundo nuevo donde reine el amor. El amor más grande reside en Aquel que entregó su vida por nosotros. Cada día en la Eucaristía renovamos ese amor, incluso hacia los que nos ofenden. No hay mayor inclusión que esa.