Cuando un niño enfermo se encuentra mal lo que desea es que su madre venga a hacerle compañía, haciendo más soportable su situación. Catalina fue sencillamente eso, una amiga, una madre, que procura hacer muy bien pequeños servicios concretos a sus enfermos concretos y lo hace con la sencillez y la normalidad de la cotidiana foto de familia. Así, tanto lleva una medicina como zurce medias, pela patatas, da almendras a las pequeñas. Hace su bordado con el hilo de oro de la caridad. La clave de su obrar es su amor a su Jesús. Lo que hagáis a uno de estos pequeñuelos, lo hacéis a Jesucristo. Es lo que el Papa Francisco denomina “misericordiar”. Fue religiosa de la caridad constantemente ocupada en obras de misericordia. ¡Madre de pobres, de enfermos y de sus compañeras!
En una ocasión alguien me dijo: mira, esas religiosas me tratan con caridad, pero mi madre me trataba con cariño.
De Catalina, en cambio, tenemos los testimonios siguientes: Catalina me tenía tanto afecto como mi madre. Me cuidó como la más afectuosa de las madres. Catalina se ganaba el corazón de las familias y de las jóvenes que asociaba a ella. Hacía las delicias de las pequeñas, a las que atraía como por encanto. Era simpática, estaba siempre alegre, tenía la sonrisa en los labios, era muy dulce.
Nació en 1824 en una humilde masía, “Sant Nazari”. Su pequeña parroquia era Santa Eulalia de Pardines. Fue educada cristianamente. Tuvo la sabiduría del conocimiento de Dios. Nunca fue al colegio, carecía de letras. Hasta los veintiocho años vivió en el bosque e hizo de pastora. Luego, unos veinte años de chica de servicio. En 1872 alquiló una casa. Su nuevo trabajo fue componer jergones. En los tiempos libres ya empieza a atender a algunos enfermos. Casi analfabeta, y con esta preparación, devino la única fundadora de las Hermanas Josefinas de la Caridad. Fundó este instituto religioso en 1877, día de san Pedro. La fase fundacional fue una obra hecha por Dios, sirviéndose de instrumento tan pequeño y sencillo. En su fase de madre maestra, fue profesora sin ciencia. Más con su propia vida que con sus sencillas palabras enseñó a ser religiosa al servicio práctico de los enfermos. Su fase final fue la de una fundadora a la que, lamentablemente, algunas listillas, de entre sus propias hijas, apartaron de su fundación. Murió el 11 de julio de 1893. En definitiva, todas sus fases consistieron en sencillez y pequeñez. El Papa Benedicto XVI la declaró Venerable. O sea, que vivió todas las virtudes en grado heroico. Sus religiosas han de ser, ahora, nuevas Catalinas.
Fue alma devota. El símbolo de su vida es su muerte arrodillada. Fue especialmente devota de la Sagrada Eucaristía; de la mujer ideal, la madre cariñosa y sencilla, la Virgen Santísima, -a la que rezó tantos rosarios-; de san José y de san Pedro. Catalina acudía a Jesús, a María y a san José, y se lo explicaba todo.
Fue una enamorada de Jesús Eucaristía, su divino esposo. Había sido una joven pastorcilla que había experimentado ilusión y sentimiento ante los hermosos pequeños corderillos, puros y blancos como la nieve. Resuena esta ilusión y deseo en su actitud ante el divino cordero eucarístico, a quién dice: corderito manso, que en la hostia estás, para mí te quiero, para mí serás. Su gran biógrafo, padre Joan Gabernet, afirmó: fue un alma que, sentía anhelos, como pocas, de situarse muy cerca de Jesús en el Sagrario. Y, también: el amor a la Eucaristía fue como la pasión dominante de Catalina del Sagrado Corazón de Jesús.
La sencilla Catalina y el sencillo san José hicieron buenas migas. Era su santo predilecto. Grandísimo santo, que vivió de espaldas a los laureles humanos. Vida sin brillo, humanamente oscura, normal, sencilla, de trabajador pobre.
Catalina fue devota del Papa. Cada año, -en la Iglesia en la que ha puesto su cátedra el Obispo de Vic-, el día de la fiesta del primer Papa, aniversario de la fundación de la congregación, se ponía a los pies de éste, besándoselos. Era eclesialmente sumisa, muy obediente. Era la regla viviente.
En suma, Catalina supo mostrar el encanto de ser una madre sencilla, cariñosa y simpática. Fue pequeña en todo, menos en el amor. Contrasta esto con el tan vacío modelo, que impera en el mundo actual, de afán de grandezas y de tantas falsas necesidades. Cosa ésta que tiene también su aplicación a las madres de familia. Pues, lo único importante es el amor. Así, en una ocasión, me decía una señora: mire, en mi matrimonio, todo va bien, pues mi marido y yo nos queremos. ¡Madres sencillas y cariñosas!
Fuente: MONTIU-DE NUIX, J. M. El alivio y el consuelo del enfermo. Venerable Caterina Coromina, la simpática, Edita Hermanas Josefinas de la Caridad, Vic 2005. (Prólogo del Sr. Obispo de Vic).