“Hoy el Resucitado nos pregunta también a nosotros: ¿Me quieres? Porque en la Pascua quiere que resurja también nuestro corazón; porque la fe no es una cuestión de saber, ¡sino de amor!”, expresó el Papa Francisco en el Regina Coeli de este domingo, 1 de mayo de 2022.
El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús a los apóstoles, un encuentro con ellos en el lago de Galilea. Señaló el Papa, allí a orillas del lago, desmoralizados y desilusionados, mientras el Resucitado se hace esperar, los discípulos deciden volver a la vida de antes, la de pescadores que, sin embargo, no pescan nada. Un sentimiento y un estado de ánimo, en particular de Pedro, que nosotros también podemos experimentar, dijo el Santo Padre, cuando por “cansancio, desilusión, por pereza, nos olvidemos del Señor y descuidemos las grandes opciones que hemos tomado, para contentarnos con otra cosa”.
“Hoy siento que he retrocedido…”, ponte de nuevo en camino con Jesús, reinicia, navega mar adentro. ¡Está esperándote! Y Él piensa solo en ti, en mí, en cada uno de nosotros”. Apuntó el Pontífice, “Hoy el Resucitado nos lo pregunta también a nosotros: ¿Me quieres? Porque en la Pascua quiere que resurja también nuestro corazón; porque la fe no es una cuestión de saber, sino de amor. ¿Me quieres?, te pregunta Jesús a ti, a mí, a nosotros, que tenemos las redes vacías y muchas veces tenemos miedo de recomenzar; a ti, a mí, a todos nosotros, que no tenemos el valor de zambullirnos y quizás hemos perdido empuje”.
Finalmente, el Papa subrayó, “¿Me quieres?, pregunta Jesús. Desde entonces, Pedro dejó de pescar para siempre y se dedicó al servicio de Dios y de los hermanos, hasta entregar su vida aquí, donde nos encontramos ahora. Y nosotros, ¿queremos amar a Jesús?”
A continuación, siguen las palabras del Papa al introducir la oración mariana, ofrecidas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de la Liturgia de hoy (Jn 21,1-19) narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los apóstoles. Es un encuentro que tiene lugar a orillas del lago de Galilea e implica sobre todo a Simón Pedro. Todo comienza con él que les dice a los otros discípulos: “Voy a pescar” (v. 3). Algo normal, era un pescador, pero había abandonado este oficio desde que dejó las redes para seguir a Jesús, precisamente a orillas de este mismo lago. Y ahora, mientras el Resucitado se hace esperar, Pedro, tal vez algo desmoralizado, les propone a los otros volver a la vida de antes. Y estos aceptan: “También nosotros vamos contigo”. Pero “aquella noche no pescaron nada” (v. 3).
También a nosotros nos puede pasar que, por cansancio, desilusión, quizás por pereza, nos olvidemos del Señor y descuidemos las grandes opciones que hemos tomado, para contentarnos con otra cosa. Por ejemplo, no dedicamos tiempo a hablar en familia, y preferimos los pasatiempos personales; nos olvidamos de la oración, dejándonos arrebatar por nuestras necesidades; descuidamos la caridad, con la excusa de las prisas diarias. Pero al hacer esto nos sentimos desilusionados: era precisamente la desilusión que sentía Pedro, con las redes vacías, como él. Es un camino que te hace retroceder y no te satisface.
¿Qué hace Jesús con Pedro? Vuelve de nuevo a la orilla del lago donde lo había elegido a él, y a Andrés, Santiago y Juan, a los cuatro los había elegido allí. No hace reproches —Jesús no reprocha, toca el corazón, siempre—, sino que llama a sus discípulos con ternura: “Muchachos” (v. 5). Luego los exhorta, como en el pasado, a echar de nuevo las redes con valentía. Y una vez más las redes se llenan hasta lo inverosímil. Hermanos y hermanas, cuando en la vida tenemos las redes vacías, no es el momento de autocompadecernos, de divertirnos, de volver a los viejos pasatiempos. Es el momento de ponerse en camino con Jesús, es el momento de hallar el valor de recomenzar, es el momento de navegar mar adentro con Jesús. Tres verbos: volver a empezar, recomenzar, zarpar de nuevo. Siempre, ante una desilusión, o ante una vida que ha perdido un poco su sentido —“hoy siento que he retrocedido…”—, ponte de nuevo en camino con Jesús, reinicia, navega mar adentro. ¡Está esperándote! Y Él piensa solo en ti, en mí, en cada uno de nosotros.
A Pedro le hacía falta ese “shock” Cuando oye a Juan gritar: “¡Es el Señor!” (v. 7), se lanza inmediatamente al agua y nada hasta donde estaba Jesús. Es un gesto de amor, porque el amor va más allá de lo útil, lo conveniente y lo debido; el amor genera asombro, inspira impulsos creativos, gratuitos. Así, mientras Juan, el más joven, reconoce al Señor, es Pedro, más anciano, quien se lanza al agua para ir a su encuentro. En esa zambullida está todo el impulso recobrado de Simón Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, hoy Cristo resucitado nos invita a un nuevo impulso, a todos, a cada uno de nosotros, nos invita zambullirnos en el bien sin miedo de perder algo, sin hacer demasiados cálculos, sin esperar a que empiecen los otros. ¿Por qué? No esperar a los otros, porque para ir al encuentro de Jesús hay que comprometerse. Hay que tomar posición con valentía, recomenzar, y recomenzar comprometiéndose, arriesgar. Preguntémonos: ¿soy capaz de un arranque de generosidad, o contengo los impulsos del corazón y me cierro en la costumbre, en el miedo? Lanzarse, zambullirse. Esta es la palabra de hoy de Jesús.
Luego, al final de este episodio, Jesús le hace tres veces a Pedro la pregunta: “¿Me quieres?” (vv. 15.16). Hoy el Resucitado nos lo pregunta también a nosotros: ¿Me quieres? Porque en la Pascua quiere que resurja también nuestro corazón; porque la fe no es una cuestión de saber, sino de amor. ¿Me quieres?, te pregunta Jesús a ti, a mí, a nosotros, que tenemos las redes vacías y muchas veces tenemos miedo de recomenzar; a ti, a mí, a todos nosotros, que no tenemos el valor de zambullirnos y quizás hemos perdido empuje. ¿Me quieres?, pregunta Jesús. Desde entonces, Pedro dejó de pescar para siempre y se dedicó al servicio de Dios y de los hermanos, hasta entregar su vida aquí, donde nos encontramos ahora. Y nosotros, ¿queremos amar a Jesús?
Que la Virgen, que con prontitud dijo “sí” al Señor, nos ayude a encontrar el impulso del bien.