Los hombres celebramos fechas: nuestro cumpleaños, el año nuevo, o aniversarios de hechos históricos o personales. Cuando esta fecha conmemora un cifra centenaria, la celebración tiende a ser mayor.
Los 500 años de una efeméride debe ser motivo de celebración.
Pues bien, hoy, 13 de mayo de 2024, conmemoramos la llegada de los llamados “doce apóstoles” a tierras de Nueva España, en 1524.
Fueron los doce primeros franciscanos, que enviados por el Papa Adriano VI, llegaron al Nuevo Mundo con el fin de conquistar, sí, pero no tierras, sino las almas, para su propio bien, y para mayor gloria de Dios.
Antes de que ellos llegaran como respuesta a la insistencia de Hernán Cortés en sus cartas al Rey pidiéndole “hombres de fe”, hubo al menos cinco religiosos: desde el principio estuvo Fray Bartolomé de Olmedo, religioso mercedario que acompañó a Hernán Cortés en su desembarco en la Nueva España y quien fue el encargado, entre otras muchas labores, de bautizar a las 20 mujeres que los caciques de Tabasco entregaron a los españoles; entre ellas estaba Doña Marina, que tan importante papel jugó en el surgimiento de la Nueva España y que fue madre de uno de los primeros mestizos de la aquella tierra, Don Martín Cortés Malintzin, nacido en 1522.
El clérigo Juan Díaz, capellán de la Armada, se unió a la expedición de Cortés en 1519.
Posteriormente, en agosto de 1523, llegaron tres franciscanos provenientes del Convento de San Francisco de la ciudad de Gante, en Flandes, enviados por el propio Carlos I. Ellos fueron Fray Juan de Tecto, el sacerdote Fray Juan de Aora y Fray Pedro de Gante, lego.
Pero fue la llegada, tal día como hoy hace 500 años de la llegada de fray Martín de Valencia, primera autoridad eclesiástica que llegó a México, junto con otros once frailes franciscanos: Francisco de Soto, Martín de la Coruña. Toribio de Benavente (después apodado por los indígenas “Motolinía”, por su apego a los pobres), Luis de Fuensalida, Antonio de Ciudad Rodrigo, Juan Suárez, García de Cisneros, Juan de Ribas, Juan de Palos y Andrés de Córdoba, el hito que constituye el verdadero comienzo de la actividad evangelizadora y misionera en México.
Sin duda fue uno de ellos quien aquel mismo año bautizó a Cuauhtlatoatzin, dándole el nombre de Juan Diego, quien por ser el más humilde de Sus hijos tuvo el honor de ser visitado por Nuestra Señora Santa María de Guadalupe y de recibir el encargo de que se debía construir una “casita sagrada” en el llano del Tepeyac.
Esos 12 hombres, que impresionaron a los indígenas por su sencillez y su pobreza, cumplieron las palabras que Jesús dijo a sus apóstoles antes de elevarse al cielo:
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.
Y sin duda en ellos se cumplieron, al menos, varios de los signos que profetizó el Señor:
“Echarán demonios en mi nombre”, pues fueron ellos los que desterraron muchos de las deidades idolatras que llevaban a aquellos pueblos a cometer atroces crímenes contra niños y adultos.
“Hablarán lenguas nuevas”, sin duda, algo que caracteriza a los misioneros de toda época es que lo primero que hacen es aprender los idiomas locales, en ningún caso intentan eliminarlos, sino que saben que la evangelización debe inculturizarse, siendo la lengua local el primer modo de poder llegar al máximo número de habitantes.
“Impondrán las manos y quedarán sanos”, no sabemos si los doce apóstoles de la Nueva España fueron capaces de sanar los cuerpos, pero sin duda llevaron la sanación a miles de almas.
Estos doce hombres fueron los encargados de llevar la semilla del evangelio a la tierra de México. Su entrega, su defensa constante de todos los habitantes de la Nueva España y sin duda, el apoyo que recibieron siempre del cielo, incluyendo la venida de la mismísima Virgen María en diciembre de 1531, hicieron que México como primicia de Hispanoamérica, se convirtiera en lugar de alabanza y bendición al “verdaderísimo Dios por quien se vive”.
No podemos más que exclamar, como hizo Benedicto XIV en 1754, cuando proclamó a la Virgen de Guadalupe patrona de la Nueva España, que “no ha hecho nada semejante con ninguna otra nación” (Salmo 147, 20a).
Es maravilloso lo que el Señor es capaz de hacer con tan solo doce hombres provistos de suficiente fe.
Gracias a Dios. Gracias por estos 500 años de cristianismo y de presencia de la Eucaristía y de la Virgen María, madre de Dios y madre de todos los hombres en América.