La danza: fortaleza, delicadeza y dignidad
Un arte que forma cuerpo, carácter y alma: defendamos la danza auténtica, fuente de belleza, fuerza y dignidad

Cada 29 de abril celebramos el Día Internacional de la Danza, una oportunidad para reconocer un arte maravilloso que une expresión, disciplina y belleza. Cuando se cultiva de forma auténtica, la danza hace muchísimo bien: forma el cuerpo, educa el carácter, enseña disciplina y eleva el alma.
Este fin de semana, con motivo de esta celebración, asistí a una actuación en mi ciudad. Allí vi a una niña, con rasgos de autismo, adueñarse del escenario de una manera que me conmovió profundamente. Más allá de cualquier limitación, ella disfrutaba. Era hermoso verla serena y feliz, abrazando la música con todo su ser. Fue un testimonio vivo de cómo la danza, bien orientada, puede liberar y hacer florecer lo mejor de la persona.
Sin embargo, esta experiencia también me llevó a una reflexión importante. Como padres y educadores, tenemos que ser conscientes del tipo de enseñanza artística que ofrecemos a nuestros hijos. Hoy en día, vemos cómo muchas academias de baile, lamentablemente, promueven una imagen distorsionada de la danza: piden pagar caros vestuarios para vestir a las niñas como pequeñas «lolitas», y enseñan coreografías que exageran gestos sexualizados, apartándose de la verdadera nobleza del arte.
Es muy fácil sacar a una niña al escenario y enseñarle a moverse de manera provocativa. Lo realmente difícil —y lo verdaderamente valioso— es transmitir la combinación de fortaleza y delicadeza que exige el ballet clásico. Fortaleza en la técnica, en la postura, en el esfuerzo constante. Delicadeza en el movimiento, en la expresión, en la gracia que brota de una feminidad sana y luminosa.
Esta unión de fuerza y ternura no solo es propia del ballet, sino profundamente propia y natural en la mujer: llamada a ser firme y suave, resistente y amorosa, fuerte en la lucha y delicada en el trato.
Cuando una academia desvirtúa esta enseñanza, el daño no se queda en el escenario. Inevitablemente, las niñas trasladan estos gestos y actitudes a su vida diaria: en las redes sociales, en las discotecas, en las relaciones. Se abren puertas a confusiones y heridas que podían haberse evitado. No todo vale. No todo debe ser permitido.
La conocida película Dirty Dancing lo expresó con crudeza: «Hay cosas que se aprenden en un pajar, pero no deberías pagar por aprenderlas.» Y, sin embargo, hoy muchos padres, sin darse cuenta, pagan dos veces: pagan la academia, pagan el vestuario —y pagan, de forma aún más dolorosa, la pérdida de la inocencia y de la dignidad de sus hijas.
La danza es un reflejo de la Belleza de Dios. Cuando se enseña bien, enseña también respeto por uno mismo y por los demás. Educar en la verdadera danza es formar en la armonía entre cuerpo y alma, entre esfuerzo y gracia, entre fuerza y delicadeza.
No tengamos miedo de exigir. Invirtamos tiempo y dinero en academias que formen con rigor y respeto, que preserven la inocencia, que eleven el corazón. Porque, al final, educar en la belleza es sembrar libertad, verdad y amor.
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