La Cuerpo Glorioso: Un Viaje Espiritual hacia la Eternidad

Capítulo 11 de la Serie «Almacuerpo»

La Asunción de la Virgen - Museo Nacional del Prado

Con el cierre de este capítulo, culminamos nuestra serie sobre Atmo Puerorum, centrándonos en la corporeidad y la gracia. En esta entrega, exploraremos brevemente el concepto del cuerpo glorioso, comenzando con la Asunción de la Virgen María al cielo en cuerpo y alma. Este evento no solo es una manifestación del amor divino, sino también una inauguración de una nueva forma de ser humano que Jesús presentó en su resurrección.

La Resurrección: Un Nuevo Comienzo

La resurrección de Cristo, que ocurrió tres días después de su muerte, marcó el inicio de una nueva realidad. Jesús, quien mostró sus llagas a sus discípulos, no era el mismo, pero tampoco era diferente; su cuerpo glorioso estaba libre de las limitaciones del espacio y el tiempo. Se presentaba en el cenáculo sin necesidad de abrir puertas, sabía lo que sucedía a su alrededor, podía comer, pero no necesitaba hacerlo. Este nuevo estado del cuerpo es difícil de imaginar, y Jesús dedicó 40 días a convencer a sus seguidores, quienes, a pesar de los anuncios de su resurrección, necesitaban pruebas concretas para comprender lo que estaba ocurriendo.

La Relación entre Cuerpo y Espíritu

En nuestra vida mortal, somos un espíritu en modo cuerpo, dependiendo del cuerpo para conocer, pensar y amar. Sin embargo, tras la resurrección, seremos un cuerpo en modo espíritu. Esto implica que nuestro cuerpo glorioso será capaz de adaptarse a las cualidades del espíritu, permitiendo una comunicación ilimitada. En contraste, el cuerpo humano actual, aunque esencial, nos separa de otras experiencias y conexiones.

El cuerpo glorioso de Cristo representa una comunicación pura, una apertura sin límites. Este cuerpo no fue una mera etapa de su existencia, sino que se convirtió en parte esencial de su ser, permitiéndole estar en unión con el Padre y en la Eucaristía.

El Misterio de la Eucaristía

La Eucaristía, como milagro de la vinculación del cuerpo glorioso de Cristo con el pan y el vino, es fundamental en la fe católica. La transustanciación, un término utilizado por el magisterio, establece que el pan y el vino se convierten realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, aunque mantienen las apariencias del pan y el vino, su esencia es totalmente diferente.

Cuando Cristo dice «Esto es mi cuerpo», establece una relación profundamente personal y espiritual, similar a la que existe en la comida y la bebida. La comunión es una experiencia de identificación, donde el que recibe a Cristo se convierte en un mismo espíritu con Él, lo que transforma la vida del creyente.

La Importancia de la Comunión

La comunión requiere condiciones específicas: saber a quién se recibe, estar en estado de gracia y realizar el ayuno de una hora. Esta relación personal no es solo un acto de alimentación; es un compromiso profundo que transforma al creyente, llevándolo a vivir con la mente y el corazón de Cristo.


Después de la consagración, el cuerpo glorioso de Cristo permanece en las especies sacramentales, lo que permite a los fieles acercarse a Él en el sagrario, no porque Él lo necesite, sino porque nosotros lo necesitamos. Este compromiso de Cristo es eterno, y su presencia nos ofrece consuelo y compañía en nuestra soledad.

La Asunción de la Virgen María

La Asunción de María al cielo en cuerpo glorioso es un símbolo de la predilección de Cristo por su madre. Este acto de glorificación refleja el amor y el reconocimiento de la maternidad divina. La imagen de María, presente en diversas culturas y tradiciones, nos recuerda que tenemos una madre que nos ama y nos guía hacia la vida eterna.

La Esperanza en la Resurrección

Finalmente, la promesa de resucitar con un cuerpo glorioso al final de los tiempos es una de las esperanzas centrales de la fe cristiana. Esta resurrección no implica una mera reconstrucción de lo que somos, sino una nueva creación, un cuerpo glorioso como el de Cristo. Al igual que la Virgen María, todos los creyentes compartiremos esta gloria en la eternidad.

Invitemos a experimentar esta presencia de Cristo en nuestras vidas y en nuestras comunidades, reconociendo que, en cada encuentro, en cada oración, estamos uniendo nuestras vidas a la suya en un camino hacia el cielo.

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