La confianza y el amor

Jesús es el centro de la Iglesia y el centro de la vida espiritual del cristiano

Francisco nos ha vuelto a sorprender. Apenas once días después de la publicación de su Exhortación Apostólica Laudate Deum (4-X-2023), nos ofrece una nueva entrega, con la Exhortación Apostólica C´est la confiance (15-X-2023). Si la primera fue objeto de algunas críticas, porque se consideraba que el tema no atañe directamente a la revelación y al magisterio -lo que no es del todo exacto-, y por sus escasas referencias teológicas y nulas espirituales, el nuevo texto, por contraste, está repleto de referencias espirituales y teológicas. Digamos que los dos escritos nos ofrecen una imagen balanceada de su magisterio.

Si Laudate Deum está llena de tecnicismos especializados, que la pueden tornar un poco árida de leer -aunque es muy breve-, C´est la confiance, por contraste, supone una deliciosa lectura, una página excepcional del Magisterio, que entra de lleno en el acervo de la literatura espiritual católica. El nuevo texto de Francisco, está cuajado de consideraciones espirituales, místicas y sobrenaturales, lo que lo convierte en un documento indispensable de la literatura espiritual contemporánea. Esta característica otorga una originalidad particular a C´est la confiance, porque no es normal que los textos magisteriales tomen este cariz, de auténtica meditación espiritual. Suelen ser más técnicos y teológicos, no propiamente espirituales. Quizá el único texto del magisterio reciente de la Iglesia, con el que se le puede comparar es la Carta de Benedicto XVI con la que convocaba al año sacerdotal, con motivo de los 150 años de la muerte de san Juan María Vianney, el Cura de Ars, fechada el 16 de junio del 2009. Ambos escritos resuman espiritualidad, y pueden tomarse como guía para la vida espiritual del cristiano.

C´est la confiance nos permite asomarnos un poquito a la vida espiritual de Francisco, a sus fuentes espirituales y, de paso, nos ayuda a comprender algunas de sus enseñanzas medulares, como la necesidad de volver al Kerigma (núcleo central de la revelación cristiana), en este caso, de la mano de santa Teresita de Niño Jesús y de la Santa Faz. Por eso denomina a santa Teresita como la “doctora de la síntesis”, pues nos conduce a lo verdaderamente medular de la fe: “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado.” Por eso Francisco, refiriéndose a santa Teresita, afirma: “su genialidad consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable.”


¿Y qué es lo esencial y lo indispensable en la vida del cristiano en particular y de la Iglesia en general? Podría resumirse, a tenor de lo que enseña el documento papal, en una palabra, con dos ideas. Lo central es Jesús. Jesús es el centro de la Iglesia y el centro de la vida espiritual del cristiano, cuando está bien planteada. Las dos ideas son: primero, la certeza del amor que Jesús tiene por mi y por cada uno de los seres humanos -santa Teresita ponía el énfasis, por ejemplo, en el amor de Jesús por los ateos-. En segundo lugar, la otra idea madre es que lo esencial de la vida espiritual católica es amar a Cristo, y por Él a todos los hombres. Primero es preciso caer en la cuenta, deslumbrados, del amor de Jesucristo por cada uno de nosotros, como somos realmente, con nuestras limitaciones y defectos. En segundo lugar, la síntesis y el sentido de toda la vida espiritual de la Iglesia, de toda forma concreta de culto o prácticas espirituales y ascéticas, es el amor a Jesucristo, cuya piedra de toque es el amor al prójimo.

Francisco, sin decirlo expresamente en el texto, nos recuerda así que la labor más importante del cristiano y de la Iglesia es la oración, precisamente por poner a santa Teresita como un modelo actual. La característica fundamental de la oración para la santa es la confianza. La confianza nos abre las puertas del amor de Dios.

Lo paradójico de la figura de la santa es que ha sido proclamada patrona de las misiones en la Iglesia por Pío XI, cuando ella desarrolló su vida dentro de los muros del convento de Lisieux y, paralelamente, san Juan Pablo II le dio el titulo de “Doctora de la Iglesia”, sin haber realizado estudios teológicos, ni tener publicaciones teológicas, sino exclusivamente espirituales. Su vida y su mensaje nos recuerdan la finalidad primordialmente espiritual de la Iglesia, la cual nos ayuda a comprender mejor su misterio sobrenatural: “Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo… En una palabra, ¡que el amor es eterno!”